LA TÁCTICA A FINES DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Alemania

Después de más de cuatro años de guerra el ejército alemán era
sólo un reflejo de las legiones de las épocas de victoria. Ya no estaba
integrado sólo por germanos sino que en sus filas se mezclaban las
ciudadanías de casi toda Europa. Voluntarios auxiliares, ex prisioneros
de guerra soviéticos, etnias germanos parlantes integraban ahora la
máquina militar de Hitler. En las playas de Normandía muchos defensores
de primera línea integraban los batallones voluntarios del
este.
Pero no sólo los soldados que vestían el uniforme alemán se diferenciaban
por su lugar de nacimiento de las tropas de 1940, también
su edad era diferente. Hacia septiembre de 1944 se crearon las
Volksgrenadierdivisionen, las divisiones de granaderos del pueblo
integradas básicamente con jóvenes de 16 y 17 años y personal de la
Luftwaffe y de Kriegsmarine que carecían de aviones y barcos. Aun

que en combate las nuevas y viejas divisiones se demostraron capaces
y combativas, esto se debió no sólo a un necesario endurecimiento de
la disciplina sino principalmente a la presencia de una alta moral aún
en las peores circunstancias. El estilo alemán de conducción de fuerte
interacción entre alemanes y soldados ayudó a mantener firme el
espíritu de cuerpo y la camaradería, con el resultado colateral de tener
un nivel de deserción menor al 0,8%.
El entrenamiento de los soldados alemanes tenía una fuerte carga
de tiempo de instrucción sobre el terreno privilegiando estas prácticas
sobre las de orden cerrado, criterio este inverso al practicado por ingleses
y canadienses. En aliento de la mejora profesional constante
los soldados que demostraban mayor valor y competencia recibían el
reconocimiento de sus pares y del ejército a través de una variada
gama de insignias y condecoraciones, que además reforzaban la moral
de las tropas.
Cada integrante de la Wehrmacht recibía un entrenamiento básico
de infantería lo que le permitía, sin importar su lugar de servicio
participar de inmediato en el combate. Esto le daba al ejército alemán
una gran flexibilidad que apoyada por el siempre presente aliento a la
iniciativa permitía incluso a los cuadros reemplazar de inmediato a los
superiores caídos en combate. Esta versatilidad le permitía al ejército
alemán el continuo empleo de tácticas de infiltración en pequeños
grupos que operaban en la retaguardia del adversario.
La disponibilidad de tropas de infantería era mayor que en los
ejércitos aliados. Mientras que las divisiones blindadas americanas o
inglesas contaban con 3.000 infantes, sus pares alemanas disponían de
5.000 y las de la Waffen SS poseían 7.000.
La infantería alemana conservaba el estilo de operar sobre la base
de la maniobra. Esta forma particular de operar consiste en realizar
todas las actividades necesarias para colocar a la propia fuerza en la
posición más ventajosa. Durante el asalto las tropas alemanas estaban
entrenadas para ejecutarlo gritando durante toda su realización a efectos
de desconcertar a enemigo en cuanto al volumen de la fuerza
atacante y además servía para embravecer a la tropa.
De sus luchas en Rusia los alemanes incorporaron el uso de francotiradores,
los que se convirtieron en el terror de las tripulaciones de
tanques y de los oficiales aliados, al punto que en mucho documentos
se los menciona como soldados enemigos aislados y no como francotiradores.
Aprovechando sus armas pesadas, ametralladoras y morteros, la
infantería alemana tuvo un gran éxito en la contención de los ejércitos

aliados hasta 1945. Debido a la escasez de vehículos y combustible
los Volksgrenadier se volvieron una fuerza móvil cargando sobre sí
todos los equipos necesarios, básicamente el fusil de asalto y las armas
antitanque. Asimismo resultaban potentes adversarios en la defensa,
como lo muestra el combate del 19 de septiembre de 1944 en
que una compañía del RIParac 505 norteamericana, apoyada por taques
ingleses, no pudo tomar el puente ferroviario de Nimega defendido
solamente por personal de la Luftwaffe, soldados
convalecientes, los guardabarreras y algunos infantes. Del mismo
modo las unidades calificadas como integradas por soldados enfermos
con problemas gástricos en muchos casos ofrecían una resistencia
mucho más que simbólica y combatían efectivamente.
La infantería alemana recibió una nueva organización en 1944
que aunque no alcanzó a todas las unidades de alguna manera fue
aprovechada. Las compañías debían integrarse con dos secciones de
asalto o Sturmzüge y una tercera regular. Cada sección de asalto se
componía de dos grupos de 14 hombres equipados con el fusil de
asalto Sturmgewehr 44 y un grupo de apoyo con dos MG42. La compañía
integrada por 112 soldados contaba además con 5 francotiradores.
Esta estructura pretendía hacer más ágiles y móviles a las
compañías e incrementar su potencia de fuego. Los batallones de
infantería contaban orgánicamente con cañones de 74mm como apoyo
artillero.
Las tropas volksgrenadier contaban a nivel de regimiento con una
compañía de asalto integrada por soldados seleccionados por su experiencia
y capacidad. En todos los regimientos de infantería se desplegaba
una compañía antitanque con 36 Panzerschreck. En las tropas
panzaergrenadier la dotación teórica de estas armas era de a tres por
sección.
Las fuerzas blindadas alemanas debieron adaptarse a los combates
de 1944 en los que la superioridad aliada en medios resultaba
abrumadora. Especialmente dominio aliado del espacio aéreo resintió
las operaciones panzer. Los desplazamientos de unidades blindadas
se debieron restringir a las horas sin luz pero esto no siempre resultaba
posible; durante la campaña de Normandía las noches eran cortas y
el movimiento sin luz era más lento por lo que se hicieron igualmente
traslados de día soportando graves pérdidas.100 En ambos casos sí se
mantenía la precaución de ejecutar los movimientos en pequeños

grupos y manteniendo distancias de seguridad entre ellos. Asimismo
se tomaban otros reparos, no se permitía vivaquear a las tropas blindadas
en los pueblos que ofrecían una referencia a los ataques aéreos;
también se restringía el uso de la radio sólo al combate para evitar las
escuchas aliadas que pudieran detectar la posición de las tropas panzer.
En combate los blindados alemanes, siempre acompañados de
sus panzergrenadier, actuaban en pequeños grupos combinados aprovechando
el camuflaje y las oportunidades del terreno para emboscar
a sus enemigos. Estas tácticas dieron buenos resultados frente a la
inmensa superioridad aliada, registrándose diferencias de un tanque
germano contra cuatro aliados en las pérdidas de combate. Sin embargo
el costo era aún muy elevado, las divisiones blindadas teutonas
salieron de Normandía casi deshechas.
Entre los problemas mayores de los tanques se encontraba el del
combustible. En la lucha no sólo se perdían vehículos de combate
sino que también irremplazables camiones de abastecimiento lo que
dificultaba mantener en servicio a los blindados, registrándose casos
en que debieron combatir inmóviles contra los aliados o destruir unidades
nuevas por falta de carburante. Para fines de 1944 se llegó a
emplear vehículos hipomóviles en las columnas de abastecimiento
para ahorrar combustible.
La fricción de la guerra deterioró a todo el ejército alemán. Aunque
conservaba una moral alta y una táctica refinada, las bajas de
personal experimentado eran irreparables. En un vano intento por
compensar esta debilidad entre las tropas blindadas se entregaron los
mejores y más nuevos vehículos Panther a las tropas bisoñas, mientras
que los veteranos debían combatir en los viejos PzKpfw IV.
El apoyo de fuego alemán tenía la ventaja en sus equipos livianos.
Cada batallón contaba con seis morteros de 81mm y cuatro de
120mm. Por encima de estas piezas se encontraban los cañones de
75mm y los de 150mm ambos de poca maniobrabilidad y movilidad
en el terreno. Junto a ellos se disponían los lanza cohetes Nebelwefers,
que actuaban por tiro de saturación y eran muy efectivos, pero
resultaban fácilmente detectables. Para 1944 la mayoría de estas piezas
tenían aptitud para ser motorizadas y en las divisiones mecanizadas
se empleaban modelos autopropulsados, sin embargo en
Normandía la mitad de las baterías eran hipomóviles y, al avanzar las
hostilidades, ese porcentaje aumentaría.

Inglaterra

Pese a los años de guerra transcurridos y la experiencia adquirida
las tropas inglesas seguían utilizando el manual de infantería de 1937.
Esto resultaba particularmente dañino para la eficacia de la fuerza en
especial debido a la costumbre británica de apegarse rígidamente a
las normas reglamentarias, aún en combate.
Esta inflexibilidad poseía sus virtudes. Al aplicarse metódicamente
las prescripciones reglamentarias los soldados obedecían casi por
reflejo a sus superiores sin hesitar, logrando focalizar el esfuerzo exclusivamente
en vencer al enemigo. Esta forma de actuar donde lo
que se le pide a los hombres es alcanzar un objetivo determinando al
mismo tiempo los medios y modos de hacerlo, excluye la iniciativa
del sistema de mando inglés y privilegia entonces el empleo de la
fuerza bruta para la obtención de un resultado a través de un método
prescriptivo. Esas órdenes pretendían la ejecución de operaciones
surgidas como recetas del manual, lo que restaba toda capacidad de
flexibilidad y adaptación a la situación real de combate.
En correspondencia con esta manera de actuar las operaciones inglesas
aparecen exitosas en tanto disponen de suficiente volumen de
medios para alcanzar el resultado. Esta reunión de medios y métodos
rígidos se hace muy notable especialmente en la conducción del
Mscal Bernard Montgomery quien reunía ambos perfiles bajo un
mando estrictamente centralizado. Tal vez la mayor virtud de Montgomery
haya estado precisamente en la preparación de sus batallas
donde la determinación de los métodos y la acumulación de material
resultan cruciales.
El empleo de una táctica antigua hizo subsistir en el ejército inglés
la ausencia de cooperación entre la infantería y los blindados. La
falta de acción conjunta era paleada y reemplazada por un poderoso
apoyo de fuego artillero, el que igualmente no alcanzaba a impedir
que la mayoría de las acciones emprendidas por los ingleses fuesen
operaciones de asalto frontal sostenidas por la superioridad material
contra el enemigo.
En el ejército inglés la pertenencia a un regimiento y sus tradiciones
es muy fuerte, la mayoría de los integrantes de un cuerpo desarrollan
toda su carrera sirviendo en él. Aunque debemos asignar a
esta idiosincrasia un importante aporte a la moral y espíritu de cuerpo,
no podemos desconocer que también ha generado competencias y

actitudes gregarias que no facilitaron la realización de acciones conjuntas.
Cuando el ejército inglés entró en el Segunda Guerra Mundial se
trataba de una fuerza profesional que debió incrementar prontamente
su número para actuar en los diversos teatros de guerra. Esto hizo que
se introdujeran muchos oficiales jóvenes que carecían de experiencia
militar, situación que persistió hasta el final de la guerra empujada
por la pérdida de oficiales en combate. Esta falta de experiencia en
los oficiales jóvenes no podía ser paleada con la presencia de suboficiales
expertos debido a que en el ejército inglés la relación entre
ellos y los oficiales no era buena y ocupaban la misma posición que el
soldado. Es probablemente debido a esta pobre relación a que la
unidad táctica inglesa sea la sección y no el grupo de combate.
Las tropas blindadas inglesas estaban divididas en dos categorías
los tanques de infantería reunidos en las Brigadas de Tanques del
Ejército y los tanques de combate reunidos en las divisiones blindadas;
esta división en la práctica no funcionaba estrictamente y las
unidades blindadas terminaron cumpliendo propósitos múltiples.
La mala cooperación entre tanques e infantería debido a la falta
de una doctrina adecuada y a los malos equipos de transmisión provocaron
grandes pérdidas en los encuentros blindados con los alemanes
especialmente en las operaciones en Normandía. Hacia fines de 1944
los ingleses decidieron mejorar esta situación constituyendo grupos
de batalla integrados por un regimiento de tanques y un batallón de
infantería, lo que ciertamente produjo mejores resultados.
La mejor arma de que disponía el ejército inglés era la Royal Artillery
cada división de infantería contaba con tres regimientos de a
tres baterías totalizando 72 piezas de 25 libras, las divisiones blindadas
poseían 48 cañones en su mayoría autopropulsados. Pero la mayor
virtud de la artillería inglesa era su agilidad y adaptabilidad. Los oficiales
superiores de artillería actuaban como observadores adelantados
junto a las tropas del frente y podían solicitar el apoyo de fuego
de toda la artillería de un cuerpo de ejército en caso de ser necesario.
Las 24 piezas de un regimiento de artillería podían entrar en acción al
minuto de ser solicitado, y toda la artillería divisionaria en tres minutos,
gracias a un excelente sistema de comunicaciones. Esto daba a los
ingleses una gran ventaja sobre la infantería alemana que como apoyo
de fuego inmediato sólo podía contar con sus morteros. El único punto
débil de la artillería inglesa era el fuego de contrabatería, que
siempre resultó mediocre en razón a la falta de medios adecuados de
localización.

Las debilidades tácticas inglesas se pagaban con un alto precio en
bajas. En la campaña europea la infantería representaba el 76 por
ciento de las bajas sufridas, aún cuando sólo constituía el 14 por ciento
de los efectivos del ejército. Esta situación sumado a lo dicho anteriormente
resintió la moral inglesa elevando el porcentaje de
deserciones al cuatro por ciento y llegando los soldados a preferir la
prisión por insubordinación al combate.

Estados Unidos de Norteamérica

 
El ejército norteamericano contaba al inicio de la guerra con unos
200.000 soldados, que incrementó a partir de la aplicación de la conscripción
el 16 de septiembre de 1940 alcanzando a crear 68 divisiones
de infantería.
El mayor problema lo constituía la preparación de los oficiales,
pues los surgidos de los institutos de
formación no eran suficientes. Se establecieron entonces cursos
para instruir a civiles como oficiales en el término de 90 días. Estos
jefes constituyeron la masa de los conductores de las fuerzas norteamericanas
durante la guerra. Los soldados por su parte recibían un
muy buen entrenamiento que incluía un cuidadoso servicio de mantenimiento
de las armas. Junto con los oficiales sufrieron un duro
aprendizaje a través de los combates en África, Sicilia e Italia alcanzando
los mejores niveles durante la campaña del norte de Europa.
En general las fuerzas americanas no eran buenas en combates prolongados
ni en acciones de contraataque, pero sí disponían de un
poderoso volumen de fuego sostenido por una logística inagotable.
Uno de los elementos que conspiraba contra el pronto aprendizaje
de combate era el sistema centralizado de reemplazos. Éstos eran
reservados a nivel del ejército entrenados y asignados luego directamente
a las unidades, lo que restaba cohesión táctica. Al no tener un
tiempo de entrenamiento y práctica dentro de la unidad estos reemplazos,
si sobrevivían no completaban un circuito de pertenencia con
el cuerpo en el que combatían. Este sistema guardaba relación con el
método de mantener a las divisiones permanentemente en el frente
limitando al máximo su rotación, pues para ello debía haberse triplicado
el número de efectivos.
Indudablemente el soldado americano estaba mejor vestido,
equipado, alimentado y transportado que el resto de las tropas de la
Segunda Guerra Mundial. Combatía en un ejército totalmente moto

rizado, tecnológicamente moderno en comunicaciones, sistemas,
medios de combate y servicios de apoyo.
Las fuerzas de infantería norteamericana se organizaban en grupos
de 12 hombres equipados con fusiles Garand M1 y un fusil automático
Browning. Tres grupos, más uno de apoyo con dos
ametralladoras calibre 0.30, tres morteros de 60mm y una ametralladora
de 12,7mm integraban una compañía. Los morteros generalmente
se reunían en una especie de compañía de artillería del batallón
empleándose en conjunto. La defensa antitanque la proveían principalmente
el Bazooka, disponiéndose 29 en los batallones de infantería
a pie y 74 en los batallones mecanizados.
Para contar con una gran flexibilidad táctica los norteamericanos
organizaban sus tropas de forma permanente bajo grupos de combate
cuya estructura se superponía a la organización de la división o el
regimiento. En la infantería se los llamaba Regimental Combat Team
(RCT) y en las divisiones blindadas Combat Command (CC). Los
primeros se formaban sobre la base de un regimiento de infantería al
que se adjuntaba un batallón de artillería y una compañía de ingenieros.
Los segundos estaban constituidos por un batallón blindado, un
batallón de infantería mecanizada, uno de artillería y unidades de
ingenieros y otros elementos de apoyo Los CC se subdividían en
Teams compuestos de una compañía de tanques, una de infantería y
unidades de reconocimiento. Todas estas organizaciones adicionalmente
y según la necesidad podían contar con unidades de destructores
de tanques, antiaéreas, de tropas especiales, etc.
La doctrina americana impulsaba la cooperación constante entre
infantería y tanques, adoptando generalmente la actuación conjunta
de una sección de infantería y un grupo de tanques. La ayuda mutua
se veía favorecida por el hecho de que los tanques tenían instalado un
teléfono en la parte posterior del casco y porque cada pequeño cambio
táctico se difundía rápidamente a través de reportes y folletos
entre la tropa.
El mayor problema que sufrían los norteamericanos era su inferioridad
en el combate antitanque. Originalmente los tanques Sherman
debían ser empleados junto a la infantería mientras que los
destructores de tanques se reservaban para el combate blindado, sin
embargo esta teoría no resultó de aplicación debido a la superioridad
táctica y técnica de los tanques alemanes; se calcula que un Tiger
alemán sólo podía ser derrotado por al menos cinco Sherman.

El apoyo aéreo se desarrolló grandemente entrenándose, a partir
de 1943, a los soldados en los procedimientos para la guía de los aviones
de ataque a tierra.
La artillería norteamericana contaba con un sistema de empleo
conocido como Time On Target (TOT). A través de un muy buen
sistema de comunicaciones se podían concentrar una gran cantidad
de piezas sobre el mismo blanco y en el momento preciso lo que
producía efectos devastadores.
La fuerza principal del ejército norteamericano residía en el empleo
combinado de sus armas de combate y particularmente de su
sistema logístico sostenido por una poderosa maquinaria industrial.

 

100 Liddell Hart B., 1974, “Los Generales Alemanes hablan”, pg. 342, Buenos
Aires, Ed Rioplatense

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Operaciones Mecanizadas en el Desierto: La Batalla de Ain-el-Gazala

El comandante en jefe británico para Medio Oriente Mscal Claude
Auchinleck se vio presionado por el primer ministro Churchill para
lanzar una ofensiva en el norte de África a comienzos de 1942. Sin
embargo consideró que era imposible hacerlo antes de junio cuando
las unidades enviadas a Siria, Irán e Irak volviesen a África.
Para la misma época, marzo, Rommel discutía con Hitler las futuras
operaciones en el teatro. En esas reuniones se le informó a Rommel
que no debía esperar refuerzos pues la campaña rusa consumiría
los disponibles en su próxima ofensiva, asimismo la inteligencia alemana
le comunicó que en los Estados Unidos de Norteamérica el My
Grl George S. Patton acababa de completar el entrenamiento para
combate en el desierto de un cuerpo de ejército completo.
Entre las operaciones que se planteaban una era la captura de
Malta por medio de un asalto aéreo, ejercicio cuyo nombre en clave
era Hércules. Otra acción llamada Teseo consistía en una ofensiva
limitada en la región de Ain-el-Gazala con el objetivo de destruir las
unidades blindadas inglesas y tomar Tobruk.
La preparación de Hércules implicaba someter a Malta a fuertes
bombardeos aéreos para reducir sus defensas. Los bombardeos obligaron
a los ingleses a retirar sus buques y submarinos de la isla y a
gran parte de su fuerza aérea. Esto le permitía a Rommel asegurar sus
líneas de abastecimiento a través del Mediterráneo lo que facilitaba el
lanzamiento de la operación Teseo.

Las Fuerzas Enfrentadas

Los Ingleses

El octavo ejército Inglés bajo el mando del Tte Grl Ritchie era
una fuerza experimentada en el teatro africano y con un muy buen
nivel de instrucción, aunque las derrotas sufridas a manos de Rommel
habían deteriorado su moral.
La infantería británica estaba mejor equipada que su contraparte
italiana, pero carecía de la movilidad de las tropas alemanas. Aún así
sus divisiones eran superiores en número y poder de fuego.
En cuanto a la artillería los ingleses desplegaban una superioridad
de ocho a cinco con relación a las piezas dispuestas por el eje.

Respecto a tanques los ingleses alineaban 167 Grant, 149 Stuart,
257 Crusader, 166 Valentine y 110 Matilda, es decir un total de 849
vehículos contra los 560 que disponía su enemigo. Estos tanques
estaban repartidos de la siguiente forma los Grant, Stuart y Crusader
equipaban a las divisiones blindadas 1 y 7 pertenecientes al CE XXX
del Tte Grl Norrie; los Valentine y Matilda constituían las brigadas
de tanques 1 y 32 dentro del CE XIII del Tte Grl Gott. Los Matilda
y Valentine habían sido diseñados para combatir en apoyo de la infantería
por lo que eran lentos e incapaces de participar en un combate
blindado móvil.
La doctrina táctica británica continuaba siendo la misma que a
principios de la guerra, los tanques estaban diseñados principalmente
para apoyar a la infantería, y los modelos ligeros cumplían las funciones
tradicionales de la caballería. Después de tres años de guerra los
ingleses no habían variado su doctrina y continuaban desconociendo
el empleo de armas combinadas. Esta actitud, de por sí inadecuada se
agravaba en el terreno africano debido a que las amplias planicies y la
baja densidad de tropas hacían de esta región un campo ideal para el
empleo de formaciones móviles, combinadas y con alta capacidad de
maniobra.
La inhabilidad para enfrentar una guerra móvil disminuía la aptitud
ofensiva del ejército británico, aunque favorecía su potencia en la
defensa. La tendencia que marcan estos criterios afectaba asimismo a
los mandos cuya tendencia hacia la conducción lenta, metódica y
rígida de las operaciones los ponía en franca desventaja contra sus
pares germanos. Del mismo modo la doctrina británica no favorecía la
preparación de mandos de brigada y de división y de hecho no contemplaba
instrucción al nivel de cuerpo de ejército.

Los Italianos

Aunque las tropas italianas de la Segunda Guerra Mundial tienen
mala fama, realmente no eran tan ineficientes como se cree.
En esencia el ejército italiano era una fuerza de infantería. Las
divisiones no motorizadas prácticamente sólo podían ser empleadas
para defensas estáticas; el equipo en general estaba pasado de época y
nunca estuvieron bien aprovisionadas; contaban además con insuficientes
unidades de apoyo y un pobre equipo de transmisiones. Las
divisiones motorizadas aunque mejores, igualmente nunca dispusieron
de suficientes camiones.

En cuanto a artillería la mayoría de las piezas databan de la Primera
Guerra Mundial y su alcance no superaba los diez kilómetros.
Los cañones antitanque, entre los que se contaban algunos 88mm
provistos por los alemanes, se concentraban en las divisiones blindadas
y motorizadas por lo que las divisiones de infantería carecían de
ellos.
Los tanques italianos en África del Norte eran alrededor de 230.
El modelo principal era el M13/40 que al igual que los otros tanques
italianos se basaban en diseños de los años 30 y se hallaban completamente
superados en potencia y blindaje de fuego.
Entre las unidades italianas probablemente la mejor era la división
blindada Ariete debido a que muchos de sus oficiales habían sido
entrenados en Alemania. El resto de los oficiales del ejército ofrecían
un pobre cuadro de conducción debido a que los mandos superiores
habían alcanzado esa posición en razón de sus conexiones políticas y
no de sus habilidades profesionales. El resto del cuerpo de oficiales
veía dificultada su labor a causa de la discriminación social que se
planteaba frente al personal de tropa.

Los Alemanes

Las fuerzas alemanas al mando de Rommel habían recibido la designación
de Panzerarmee Afrika; dentro de él se integraba Panzergruppe
Afrika bajo el mando del Grl Cruewell y el tradicional
Deutsches Afrikakorps del Grl Nehring. Este último cuerpo comprendía
la PzD 15 del Grl von Vaerst, la PzD 21 del Grl von Bismarck,
que había acompañado a Rommel junto a la PzD 7 en Francia
en 1940, y la División Ligera 90 del Grl Kleeman.
El Panzerarmee Afrika tenía frente al Ej8 inglés la ventaja de una
mejor doctrina, que se veía reforzada por la introducción de la nueva
ametralladora MG 42, pero por lo demás su número y nivel de equipamiento
era menor. Las tropas del eje reunían 90.000 soldados frente
a los 100.000 ingleses. En tanques además de los italianos contaban
con 50 Pz Mk II, 223 Pz Mk III, 19 Pz Mk III especiales y 40 Pz Mk
IV. Aunque estos tanques eran alrededor del 30 por ciento de los que
podían reunir los ingleses contaban con una mejor velocidad y maniobrabilidad.
En armas antitanque disponían del poderoso cañón de 88mm capaz
de detener a cualquier tanque aliado a 3.000 metros de distancia,
también utilizaban el excelente cañón de 76.2mm capturado a los
soviéticos.

Al igual que en la campaña de Francia la Luftwaffe contaba con
oficiales de enlace en las tropas de vanguardia para proveer de un
inmediato apoyo aéreo táctico.
La mejor cualidad que desplegaba el Panzerarmee Afrika era la
calidad de su liderazgo. Los ascensos se regían por un sistema estricto
de aptitud y talento profesionales. Los oficiales tenían como regla
apoyar, consultar y mantener una excelente relación con la tropa a su
cargo lo que se veía facilitado porque los reemplazos provenían de las
regiones de origen de cada unidad. Además los oficiales en África
desplegaban una gran aptitud para “pelear con lo que hay”, una vieja
costumbre de la Reichwher. Una muestra de esto es el empleo de los
camiones de abastecimiento para transportar a las unidades de infantería,
lo que les permitía una gran movilidad para concentrar tropas
frente a un enemigo numéricamente superior.
Una de las críticas que siempre suelen hacerse sobre Rommel es
que su costumbre de dirigir desde el frente lo hacía ausentarse de su
puesto de mando para desesperación de su estado mayor. Esta aparente
desprolijidad estaba basada en una estricta preparación y selección
de sus oficiales. Rommel había eliminado de sus fuerzas a todos
aquellos mandos cuyo estilo de liderazgo o conocimiento no se aplicaban
a los principios de la guerra móvil, del mismo modo había promocionado
y apoyado a aquellos que sí tenían esa característica. Esto
hacía que las fuerzas a su mando tuvieran no sólo los mejores oficiales
sino que le otorgaban también un perfecto control y conducción de
las mismas, y la confianza de que sus planes y órdenes se cumplirían
aún en su ausencia.

Los Planes Alemanes

Las Cartas se encuentran en la sección de fotos

La costa del norte de África presentaban para los combates de las
Segunda Guerra Mundial dos alternativas operacionales, la ruptura o
el envolvimiento. Ambos contendientes disponían sus fuerzas apoyando
un flanco en las costas del mar Mediterráneo y el otro en el
desierto donde rara vez se encontraban obstáculos naturales en que
apoyarse, como sucederá en El Alamein. Este dispositivo plantea
entonces el empleo de algunas de las dos maniobras mencionadas.
La posición de Ain-el-Gazala apoyaba su flanco derecho en la
costa y se extendía hasta 80 kilómetros hacia el sur donde se encontraba
la posición fortificada de Bir Hakeim. La línea comprendía
extensos campos minados detrás de los cuales los ingleses habían
construido puntos fuertes rodeados de alambradas de púas y campos

minados adicionales. Las posiciones inglesas contaban con emplazamientos
de cemento para las armas más pesadas y provisiones para
resistir varios días aún estando cercadas. Cada brigada de infantería
ocupaba un complejo de fortificaciones que se asemejaba a las de la
Primera Guerra Mundial. Estas brigadas operaban además con dos
posiciones defensivas a retaguardia disponibles en caso de tener que
replegarse. Detrás de la línea principal de defensa se encontraban
puntos fuertes como el cruce de caminos de Knightsbridge, el aeródromo
de El-Adem, y el puerto de Tobruk. La principal debilidad de
esta formidable zona de defensa era que más allá de Bir Hakeim sólo
se extendía el desierto, por allí pensaba entrar Rommel.
El plan consistía en emplear a los cuerpos X y XXI italianos y a la
Br 15 alemana en un asalto frontal contra la DI 1 sudafricana y la DI
50 inglesa en la zona norte de la línea defensiva. Esta fuerza tendría
la misión de aferrar y atraer a las reservas inglesas. En tanto Rommel
guiaría al Deutsches Afrikakorps y al CE XX italiano hacia el sur para
rodear la línea en una marcha nocturna y alcanzar el pueblo de Acroma
atacando a los ingleses por su retaguardia. Se preveía además
realizar un asalto anfibio al mando del Tte Hecker que aislase a las
divisiones aliadas al norte de la línea y enlazase con las tropas blindadas.
La DILig 90 tendría como misión apoderarse de El-Adem y
cortar la línea de abastecimientos inglesa.
Era este un plan audaz y peligroso especialmente porque la inteligencia
alemana no había podido penetrar la seguridad inglesa y la
información acerca de las fuerzas aliadas y la calidad de las defensas
era incompleta. De todas formas se fijó el inicio de la operación para
el 26 de mayo de 1942.

La Situación Aliada

Los aliados habían obtenido la famosa máquina Ultra que utilizaban
los alemanes para cifrar sus comunicaciones, gracias a ella pudieron
interceptar el 20 de mayo de 1942 una serie de mensajes que
denunciaban el ataque a la línea de Gazala en la las próximas semanas.
Esta información le sirvió a Auchinleck y a Ritchie para evadir las
presiones de Churchill acerca de la necesidad de lanzar una ofensiva
en África del Norte. Ambos estaban convencidos de que el Ej 8 no
estaba en condiciones de tal acción y vieron con agrado que Rommel
tomara la iniciativa y atacara primero.
El plan defensivo consistía en resistir el ataque con la infantería
en al línea principal de defensa y en los puntos fuertes y reservar las

fuerzas blindadas para contraatacar cualquier penetración que pudieran
lograr los alemanes.
La línea de Ain-el-Gazala presentaba, pese a su impresionante
despliegue algunas debilidades. En el frente de la DI 50 se abría una
brecha de diez kilómetros sólo cubierta por minas entre la BrI 69 y la
150. Al sur de esta última se presentaba otro hueco de 25 kilómetros
hasta Bir Hakeim donde se encontraba la Br 1 de la Francia Libre.
Aunque estas brechas se patrullaban regularmente, lo cierto es que
los obstáculos estáticos sin tropas de cobertura resultan absolutamente
inútiles. En el resto del frente muchos campos minados no estaban
en zonas que pudiera batir la artillería inglesa por lo que tampoco
resultaban útiles.
Otra debilidad la planteaban los depósitos de munición de artillería
para los cañones de 25 libras. Aunque los emplazamientos de estas
piezas eran buenos y sus guarniciones contaban con abundantes víveres
y agua, los depósitos de proyectiles en los reductos resultaban
bastante reducidos lo que disminuía el volumen de fuego de estos
cañones.
Pero el defecto principal lo constituía el hecho de haber sido
construida para cumplir ”…tres funciones distintas: constituir una
base segura y un trampolín de lanzamiento para la inminente ofensiva
del Ejército 8; proteger a Tobruk de cualquier posible ataque y proteger,
por lo menos así se esperaba, las posiciones de la frontera egipcia
más al este. Esta multiplicidad de objetivos condujo a una serie de
conflictos de prioridad, a confusiones y compromisos varios: por
ejemplo, para conseguir la enorme cantidad de minas y de alambre de
espino necesarios para el campo minado situado al oeste, fue preciso
desmantelar otros campos minados y otras alambradas que rodeaban
Tobruk”.99
El comando británico pensaba compensar las debilidades de esta
línea por medio del empleo de sus unidades blindadas, pero para ello
éstas debían estar emplazadas en lugares que permitieran su rápido
desplazamiento y concentración. La fijación de estos sitios dependía
de la apreciación que hicieran los ingleses acerca del punto de esfuerzo
principal del ataque alemán. Auchinleck y Ritchie creían que el
ataque sería lanzado contra el centro de sus posiciones, conforme a
ello ubicaron a la DBl 1 entre Knightsbridge y Bir Lefa. La DBl 7 fue
colocada más al sur en Bir Buid detrás de Bir Hakeim en previsión de

un eventual envolvimiento, con esta misma intención la BrIMot 3
india fue colocada al sur de esta última posición para formar una pantalla
de alerta. Ambas divisiones fueron desplegadas de manera fraccionada
por lo que cuando se inició la batalla no pudieron
concentrarse para actuar en masa. Al separar las unidades integrantes
de las divisiones blindadas se impidió además que actuaran unas en
apoyo de las otras, y por otra parte como se le asignaron posiciones
fijas de defensa limitaron su aptitud de desplegarse para un contraataque.
Para agravar la situación las relaciones de comando británicas no
fueron las mejores. Aunque Ritchie era el comandante efectivo del Ej
8, su superior Auchinleck intervenía en las decisiones operativas de
su subordinado lo que hacía que los jefes de unidades muchas veces
no supieran desde donde se generaba la orden, y como dice un viejo
adagio militar “orden, contraorden, desorden”.
Las Acciones
El 26 de mayo de 1942 las tropas al mando del Grl Crüwell avanzaban
hacia el sector norte de la línea de Gazala bajo el apoyo de un
fuerte bombardeo de artillería en busca de puntos de penetración del
dispositivo. Mientas tanto el Deutsches Afrikakorps y el CE XX italiano
se reunían alrededor de Rotonda Cegnali para comenzar luego
de la caída del sol la Operación Venecia. Esta consistía en una marcha
nocturna de más de 50 kilómetros ejecutada por 10.000 vehículos con
el objetivo de rodear las posiciones inglesas. Para asegurar el éxito de
la operación se habían establecido por anticipado puntos para el reabastecimiento
de combustible. A las 0600 del día siguiente las tropas
se encontraban al sur de Bir Hakeim listas para completar la segunda
etapa del envolvimiento, ya dentro del dispositivo inglés. Sólo se
hallaba ausente la División Trieste que al perder el rumbo en la noche
había tropezado con los campos minados que protegían la zona de
la Br 150 al sudoeste de Rotonda Ualeb.
Aunque Rommel pensaba haber tomado completamente por sorpresa
a los ingleses, éstos estaban siguiendo sus movimientos, aunque
en nada variaron su dispositivo ni se prepararon para contrarrestar el
avance alemán. Esta inactividad es sumamente grave debido a que la
presencia de Rommel en el sur determinaba que el ataque principal
se realizaría por allí y no por el centro como esperaban los ingleses.
A las 0630 la PzD 21 y la Ariete dispersaron a la BrIMot 3 india,
poco tiempo después Rommel se enfrentó con la dispersa DBl 7, la

DILig 90 puso en fuga a la BrIMot 7 y capturó a su paso el puesto de
mando de la división inglesa; las PzD 15 y PzD 21 trabaron combate
con la BrBl 4 rechazándola aunque con severas pérdidas. La DBl 7
había sufrido una dura derrota y sus restos sólo pudieron reunirse
alrededor de El Adem perseguidos por la DILig 90.
Acudiendo en ayuda de la DBl 7, a las 0845 la DBl 1 envió hacia
el sur a la BrBl 22 que fue batida por un ataque concéntrico de las dos
divisiones blindadas alemanas. Esta victoria resultó costosa debido a
que los tanques Grant se mostraron como una dura competencia para
los blindados alemanes; para compensar Rommel ordenó que los
batallones pesados Flak 18 y 35 actuaran en conjunto con los tanques
de manera ofensiva.
Rommel tuvo aquí un error de percepción de la batalla, consecuencia
de la deficiente inteligencia con que inició el combate. Creyendo
que la ofensiva estaba decidida ordenó a sus tropas continuar
adelante, como para liquidar el asunto. Sin embargo todavía debía
enfrentar muchas desagradables sorpresas por parte de los ingleses.
Hacia el medio día fue atacado por ambos flancos por la BrBl 2 y
la BrBl 1 al sur de Knightsbridge. El asalto inglés fue descoordinado
aunque logró perturbar el avance alemán. Para la noche del 27 las dos
divisiones panzer se encontraban alrededor de Bir Lefa habiendo
sufrido grandes pérdidas y escasas en combustible y municiones. La
división Ariete había sido rechazada duramente en su ataque a Bir
Hakeim y la DILig 90 fue atacada en Retima por la BrBl 4. Todo esto
terminó por convencer a Rommel de que la batalla iba a ser más
complicada que lo esperado. Comprendió también que haber dejado
atrás Bir Hakeim sin capturarlo dejaba expuesta su línea de abastecimientos
por lo que debía someterla o hallar otra salida.
Los ingleses, pese a los reveses iniciales confiaban en poder ganar
la batalla, sin embargo poco hicieron en ese sentido. La BrBl 22 permaneció
inmóvil durante todo el día 28 vigilando a la PzD 15, y sólo
la BrBl 4 logró provocar algunas bajas en la Ariete, aunque fue contenida
por el fuego antitanque de la DILig 90.
Prácticamente sin combustible ni municiones Rommel solicitó
urgente ayuda a Crüwell. Este lanzó nuevos ataques para penetrar la
línea Gazala y alcanzar al cercado DAK, sin embargo sus ataques no
lograron ninguna entrada aunque sí sufrieron duras pérdidas.
En esa situación desesperada la capacidad profesional y el liderazgo
de Rommel salvaron el momento. Partiendo hacia el oeste comenzó
a buscar un camino entre los campos minados, no para sacar a
las cercadas tropas alemanas sino para dar paso a las columnas de

abastecimiento. Así fue que en la noche del 28 halló la brecha buscada
y personalmente guió la columna de camiones de suministro. Con
esto reaprovisionó completamente a sus tropas y reinició las acciones.
Ese mismo día fue informado de que el Grl Crüwell había sido capturado
al ser derribado su avión de reconocimiento, su reemplazo fue el
Mscal Albert Kesselring, comandante del teatro de operaciones que
se hallaba en visita de inspección.
El día 29 las divisiones Brescia y Pavia estaban logrando lentos
avances en los campos minados de la brecha entre la BrI 150 y la BrI
69. Durante el día las cercadas fuerzas de Rommel se trabaron en un
prolongado combate con las BrBl 2 y 22 que cesó al caer la tarde con
un resultado inconcluso y grandes pérdidas para ambos bandos.
Rommel decidió reagrupar sus fuerzas retirándose ligeramente hacia
el oeste en la zona de Sidi Muftha en la esperanza de enlazar con las
tropas de Hecker, no fueron empleadas en la operación anfibia, y
cuyos ingenieros trataban de estabilizar un paso entre los campos
minados ingleses.
Para poder reagruparse Rommel tendió una pantalla de cañones
de 88mm que efectivamente pudieron contener los asaltos blindados
ingleses del día 30 mientras las fuerzas del DAK intentaban apoderarse
de Sidi Muftha y desalojar a la BrI 150 que defendía la zona. El
primero de junio Rommel, liderando personalmente una sección de
granaderos panzer tenía éxito en su empresa, capturando 3.000 prisioneros
y 124 cañones en la batalla que se conoce como la del Hexenkessel,
el “Caldero”. Esto le permitió al general alemán
establecer contacto con las fuerzas alemanas del otro lado de la línea
de Gazala.
La caída de la BrI 150 cambió la situación de la batalla. Rommel
gracias a su iniciativa y liderazgo logró restablecer el equilibrio perdido
luego de haberse encontrado con fuerzas superiores a las esperadas.
Para los ingleses la victoria comenzaba a escapárseles.
Auchinleck presionó a Ritchie para que lanzara un contraataque dirigido
contra Bir Temrad que constituía el núcleo central de las líneas
de abastecimiento alemanas. Se había planeado empeñar en esta
misión a la DI 5 india perteneciente a la reserva inglesa, pero el comandante
del Ej 8 decidió que el ataque hacia el oeste se realizaría
empeñando cada brigada de la línea de defensa una compañía reforzada.
Toda la operación se disolvió en ataques aislados que no llegaron
a constituir ninguna amenaza para las tropas del eje.
Ritchie decidió entonces lanzar un ataque contra el Caldero. La
idea era buena pero exigía de una fuerte concentración de tropas y

una muy buena coordinación, elementos que no se aportaron. El
mando del ataque se dividió entre el CE XIII, a cargo del sector norte
y el CE XXX que atacaría desde el este. El control operacional lo
tendría la DI 5 india hasta la apertura de alguna brecha en que pasaría
a la DBl 7. Ritchie además retrasó el ataque en busca de mejores
avenidas de aproximación. Esto le dio a los alemanes las 24 horas que
necesitaban para prepararse. A las 0250 del 5 de junio comenzó el
ataque inglés bajo la protección de una barrera de artillería en el sector
sudeste del Caldero defendido por la Ariete. El fuego preparatorio
de artillería cayó en una porción vacía de desierto, aún así la BrI 9
india y la BrBl 22 lograron penetrar el Caldero. Rommel respondió
empeñando todos los cañones de 88mm disponibles lo que obligó a
los atacantes a retroceder.
El Zorro del Desierto aprovechó esta oportunidad para contraatacar
con los blindados de la PzD 15 y la Ariete. Los tanques ingleses se
retiraron dejando sola a la infantería que fue arrasada por el ataque
alemán que en una hora dio cuenta de cuatro regimientos de infantería.
Mientras tanto el CE XIII atacaba con 100 tanques pesados a la
PzD 21. Este ataque se realizó sin el apoyo de la infantería por lo que
las baterías antitanque alemanas pronto pusieron fuera de combate a
70 vehículos ingleses.
Estabilizada la situación, por la tarde la PzD 21 comenzó a avanzar
hacia el oeste en dirección a Knightsbridge mientas la PzD 15 se
dirigía hacia el sur para alcanzar Bir-el-Harmat y atacar desde allí el
flanco sur de las posiciones británicas. En una maniobra perfecta de
movilidad y coordinación ambas divisiones panzer cayeron sobre las
BrI 10 y 9 y la BrBl 22. Durante el día 6 las fuerzas inglesas esperaban
un contraataque que nunca llegó, para el anochecer las brigadas de
infantería habían sido destruidas junto con otros 100 tanques y cuatro
regimientos de artillería ingleses.
Llegado a este punto Rommel decidió tomar Bir Hakeim la que
fue evacuada por los franceses la noche del 10 al 11 de junio.
Los tremendos combates librados habían provocado terribles
pérdidas, al punto que la DILig 90 contaba solamente con 1.000
hombres, los ingleses aún tenían 330 tanques mientras que el eje sólo
disponía de 130. El 11 de junio Rommel decidió conservar la iniciativa
y lanzó sus fuerzas hacia el este. Mientras la PzD 21 realizaba un
ataque de diversión hacia el norte, la PzD 15, la DILig 90 y la Trieste
se movían hacia el este alcanzando esa noche Naduret y El Adem.

El día 12 los ingleses planearon un ataque contra la PzD 15 que
fue descubierto por las escuchas alemanas. Rommel planeó esperar el
golpe y luego tomar a los ingleses por detrás con la PzD 21. El ataque
inglés se retrasó por una discusión entre los comandantes de la BrBl 2
y 4, lo que provocó que el jefe de la PzD 15 los atacara en vez de
esperar ser atacado. Al medio día se empeñó la PzD 21 contra el flanco
de la DBl 7, provocando el retroceso de las fuerzas inglesas. En su
ayuda concurrió la BrBl 22 sin que mejorase la situación. Las pérdidas
inglesas alcanzaron los 120 vehículos.
El 14 de junio después de discusiones en el comando inglés,
Ritchie decidió abandonar la línea Gazala y retirarse hacia el este. El
terrible desgaste y cansancio sufrido en los días anteriores impidieron
a los alemanes realizar una efectiva persecución que evitase la retirada
de la mayoría de las tropas inglesas. El 21 de junio Rommel tomaba
Tobruk
En este combate los ingleses demostraron que nada habían
aprendido de la campaña de Francia de 1940.

99 Chandler, D, 1972, “La Batalla de Ain El-Gazala “ en “ Asi fue la Segunda
Guerra Mundial”Vol.3 Pg.112, Milán, Noguer.

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CAPÍTULO 5. EN LA VORÁGINE: FALLUJAH, NOVIEMBRE DE 2004.

Después de la caída de Bagdad ante las fuerzas armadas norteamericanas en 2003, Fallujah permaneció como una de las áreas más violentas del país y el co‐razón del Triángulo Sunni. Tumultos violentos, asesinatos y atentados con bombas se convirtieron en acontecimientos diarios teniendo como blancos a las fuerzas de ocupación y a los iraquíes colaboradores del gobierno provisional o de las fuerzas de la Coalición. Durante meses, la policía local iraquí y los líderes de la ciudad resultaron ser incapaces de reducir la tensión, así, basándose en sus garantías de que la situación mejoraba, los norteamericanos solamente se aventuraron en la ciudad ocasionalmente. Mientras tanto, la resistencia creció fuertemente aprovechando la debilidad del gobierno mientras que imanes y jeques incitaban más violencia.
Fallujah daba de los antiguos tiempos de Babilonia como una parada junto a la principal carretera del desierto que llevaba hacia el oeste desde Bagdad. Situada sobre el río Eufrates a 43 millas de Bagdad, Fallujah era parte de la moderna provincia de Anbar. Pequeña y poco importante ciudad antes de 1947, el cre‐ciente comercio y la introducción de la industria causaron que su población gradualmente creciera hasta unos 350.000 habitantes en 2003. Fallujah medía unos tres kilómetros cuadrados y consistía en unos 2.000 bloques urbanos con muros de patio, casas de vecinos y casas de dos pisos de cemento separadas por sórdidos callejones. Extendida en una cuadrícula con unos pocos amplios bule‐vares, los seis carriles de la Carretera 10 pasaban a dos millas del centro de la ciudad. Al sur de esta carretera había fábricas decrépitas mientras al norte esta‐ban las casas más espaciosas. Como en muchas ciudades de Irak en la época, casas a medio terminar, montones de basura, y restos de coches antiguos ador‐naban cada vecindario. Irónicamente, el nuevo sistema de carreteras auspiciado por Saddam Hussein había sobrepasado Fallujah, y la importancia y la pobla‐ción de la ciudad estaban en declive. (Ver Mapa 25).

Con alrededor de 200 mezquitas, Fallujah era un importante centro del Islam Sunni en la región y la población mostró una gran cantidad de apoyo a los Baa‐zistas durante la época de Saddam Hussein. La mayoría de los habitantes prac‐ticaban el Wahhabismo extremo y eran tradicionalmente hostiles a todos los extranjeros. La ciudad tenía una bien ganada reputación en todo Irak de ciudad muy violenta, todavía firmemente atrincherada en la tradición del clan. Des‐pués de la caída de Saddam Hussein y la desintegración del Ejército Iraquí, había unos 70.000 hombres desempleados en las calles. Sin trabajo y con un fu‐turo incierto, muchos de ellos eran altamente susceptibles a la llamada a una resistencia activa contra los ocupantes norteamericanos. Estimaciones posterio‐res muestran que alrededor de 15.000 hombres iraquíes hicieron justamente eso.
La 82 División Aerotransportada Norteamericana fue la primera unidad a la que se le asignó la responsabilidad de Fallujah y su área circundante. Dispersa‐dos sobre una amplia área, los paracaidistas fueron incapaces de hacer progre‐sos sustanciales en reprimir el descontento. Esta división fue reemplazada bre‐vemente por un contingente de 200 hombres del 3 Regimiento de Caballería Blindada en mayo de 2003, pero más fuerza era necesaria. Esta fuerza fue la 2 Brigada de la 3 División de Infantería (Mecanizada). Utilizando un enfoque de zanahoria y palo, hubo un notable descenso en los incidentes, aunque Fallujah permaneció siendo un lugar volátil y peligroso. Desafortunadamente, la zana‐horia, en la forma de lucrativos contratos y levantamientos del toque de queda, fue a menudo respondida con más ataques de la resistencia. El palo fue a me‐
nudo más efectivo pues la 2 Brigada realizó batidas a gran escala en busca de armas y fugitivos buscados. Los pesados blindados de la brigada intimidaron a la población y los actos de violencia declinaron un poco más. Mientras tanto, los esfuerzos para pacificar a la población reconstruyendo las infraestructuras con‐tinuaron con desigual grado de éxito.
Los combatientes de la resistencia en Fallujah eran diferentes a cualquiera que el Ejército Norteamericano se había encontrado desde la Guerra de Vietnam. No llevaban uniformes y, por consiguiente, se mezclaban casi perfectamente con la población. Operando desde sus propias casas, no había una infraestructura convencional a la que combatir tal como campos de entrenamiento o bases. El mando y el control eran tan flojos que no había usualmente una cadena de mando perceptible o comunicaciones que fácilmente interceptar o explotar. Enormes depósitos de armas y de material explosivo permanecían desde la guerra y eran fácilmente disponibles para armar a nuevos reclutas y fabricar improvisadas bombas para colocar a los lados de las carreteras. Los imanes wahhabitas urgían a los miembros de la resistencia a que expulsaran a los que consideraban como invasores infieles y a cualquier iraquí que colaborara con ellos. Muchas mezquitas se convirtieron en arsenales para almacenar armas y explosivos y refugios seguros para la resistencia. La combinación de celo reli‐gioso, de la ociosidad causada por el elevado desempleo y del odio por la ocu‐pación hizo del reclutamiento una tarea fácil. La ingeniosidad y audacia de los combatientes les hicieron un enemigo mortal. (Ver Mapa 26).
La 2 Brigada salió de Fallujah en agosto de 2003 y fue reemplazada por el 1 Ba‐tallón, 505 Regimiento de Infantería Paracaidista de la 82 División Aerotrans‐portada. La situación en la ciudad permaneció virtualmente sin cambiar a pesar de la captura de algunos de los más notables líderes de la resistencia y grandes cantidades de armas y explosivos. Particularmente decepcionante fue el fracaso de dos batallones de la Guardia Nacional Iraquí, que llegaron en febrero de 2004, para someter a la resistencia. Dos días después de su llegada, un masivo ataque de la resistencia destruyó la estación central de policía así como también la reputación de los guardias. Los batallones iraquíes fueron rápidamente reti‐rados en desgracia. Hubo poco progreso significante en pacificar la insurgencia en Fallujah por las fuerzas de la 82 Aerotransportada durante esta rotación. In‐cluso la captura de Saddam Hussein el 13 de diciembre no ofreció un respiro; en lugar de ello, pareció que la resistencia crecía más fuerte.
A comienzos de marzo de 2004, la 1 Fuerza Expedicionaria de los Marines rele‐vó a la 82 División Aerotransportada en la provincia de Anbar. En lugar de cen‐trarse en fuertes operaciones de búsqueda y barrida como las unidades del Ejér‐cito habían hecho, los Marines intentaron desviar el foco a emular su propia experiencia en la construcción de la nación y ganarse los corazones y las mentes
de la población. Los Marines esperaban que la situación mejoraría interactuan‐do con el pueblo de Fallujah.
La resistencia no se impresionó. Los insurgentes lanzaron folletos, llamados por los Marines “awat”, un pastel blando azucarado. Los ataques aumentaron. Un momento definitivo llegó el 31 de marzo de 2004 cuando 4 contratistas fueron emboscado en Fallujah y sus cadáveres carbonizados colgados de un puente próximo. Televisada a todo el mundo, la escena demandaba una dura respues‐ta.

En reacción al asesinato y mutilación de los cuatro contratistas, los Marines y las fuerzas de la Coalición lanzaron la Operación ALERTA VIGILANTE el 4 de abril de 2004. El objetivo de la operación era pacificar e intimidar a los elemen‐tos violentos dentro de la provincia de Anbar, específicamente en Fallujah. Cua‐tro batallones fueron situados para asaltar la ciudad mientras que otros dos más formaban un cordón alrededor de ella. Después de realizar ataques de precisión aéreos y artilleros, los Marines estaban preparados para penetrar en la ciudad. Los oficiales superiores de los Marines querían tomar un enfoque mucho menos drástico temiendo que el fuerte daño y las bajas iraquíes serían contraproducen‐tes para el objetivo a largo plazo de pacificar la ciudad, sin embargo, fueron in‐validados. Los Marines comenzaron un asalto sobre Fallujah.
El 9 de abril, después de solamente cinco días de duros combates, a los Marines y a las fuerzas de la Coalición se les ordenó suspender las operaciones ofensivas en Fallujah para realizar conversaciones con el Consejo de Gobierno, los líderes urbanos de Fallujah y los representares de la insurgencia. Estas conversaciones resultaron en la entrega de suministros adicionales a la ciudad por el gobierno iraquí y la reapertura del Hospital General de Fallujah, anteriormente cerrado debido al asedio de los Marines Norteamericanos. Los Marines se retiraron de la ciudad entregando las responsabilidades de seguridad a la Brigada Fallujah. Esta fuerza ligera estaba compuesta de antiguos soldados iraquíes y estaba mandada por el Mayor General Jassim Mohammed Saleh, un oficial de la difun‐ta Guardia Republicana. Esta unidad formada apresuradamente fracasó mise‐rablemente y una vez más la situación en Fallujah se desintegró. Los Marines Norteamericanos mantuvieron un fuerte anillo en torno a la ciudad durante los siguientes meses en un esfuerzo para contenerla.
Durante el transcurso del verano y del otoño, la insurgencia aprovechó la opor‐tunidad para reclutar personal y acumular suministros. Fallujah se había con‐vertido en un símbolo de resistencia y en una molestia para el gobierno provi‐sional iraquí; al mismo tiempo, las fuerzas de la Coalición parecían impotentes para hacer nada al respecto. La paciencia se estaba agotando. Los líderes y los habitantes de la ciudad fueron avisados continuamente de que estaban provo‐cando un gran asalto sobre la ciudad, pero no se hizo caso a la advertencia. Se creyó generalmente que el asalto llegaría poco después de las elecciones genera‐les en los Estados Unidos del 6 de noviembre. Aquellos que pensaban esto esta‐ban en lo cierto. Comenzando en serio el 30 de octubre, ataques aéreos y artille‐ros bombardearon blancos escogidos en la ciudad como un amenazador aviso. Cerca de Bagdad, el Regimiento Británico Black Watch relevó a las fuerzas nor‐teamericanas que se preparaban para la operación. La electricidad fue cortada a Fallujah el 5 de noviembre, y fueron lanzadas octavillas advirtiendo a la gente que quedaba en la ciudad que permanecieran dentro de sus casas y que no uti‐lizara sus automóviles. El 7 de noviembre, el gobierno iraquí declaró 60 días de estado de emergencia en la mayoría del país. Prestando atención a estos avisos, entre el 75 y el 90 por ciento de la población civil huyó de la ciudad.

Fuerzas de la Coalición.

Las fuerzas que rodeaban Fallujah y se preparaban para el asalto de ella estaban compuestas por unidades del Ejército y de los Marines Norteamericanos, apo‐yados por efectivos de aviación del Ejército, los Marines, la Armada y la Fuerza Aérea. Adicionalmente, fuerzas terrestres iraquíes serían utilizadas en un papel limitada. Al mando global de la operación estaba el Teniente General John F. Satter de los Marines Norteamericanos. Satter organizó a las fuerzas de asalto en dos equipos de combate regimentales, cada uno de ellos aumentado por dos
batallones del ejército iraquí. Las cifras totales para la operación exigían aproximadamente 10.000 norteamericanos y 2.000 iraquíes.
El Equipo de Combate Regimental 1 (RCT‐1) fue asignado a la mitad oeste de Fallujah y estaba compuesto por tres batallones, el 3‐1 y el 3‐5 de los Marines y el 2‐7 Escuadrón de Caballería Blindada. El Equipo de Combate Regimental 7 (RTC‐7) fue asignado a la mitad este de la ciudad y estaba compuesto por los 1‐8 y 1‐3 de los Marines y el 2‐2 de Infantería Mecanizada. Además de los batallo‐nes del Ejército, una compañía de tanque de los Marines reforzaba a cada equi‐po de combate. Estos tanques M1A2 estaban ampliamente dispersados por de‐bajo del nivel de compañía para seguir y proporcionar apoyo directo a los fusi‐leros de los Marines. El 2 Equipo de Combate de Brigada (2 BCT) de la 1 Divi‐sión de Caballería fue desplegado en torno a la ciudad para bloquear todo mo‐vimiento hacia y desde Fallujah. Un batallón iraquí apoyaba ese esfuerzo tam‐bién.
Los oficiales y los soldados de las unidades asignadas a la operación estaban compuestos principalmente de veteranos de la Guerra de Irak de 2003 y habían acumulado una gran cantidad de experiencia en operaciones urbanas. Antes de la operación, estas unidades tuvieron la oportunidad de entrenar, ensayar y afinar sus habilidades mucho más. Las fuerzas militares norteamericanas tenían equipamiento actualizado, incluyendo gafas y visores de visión nocturna y equipos de comunicaciones. Los bateadores pesados para la inminente opera‐ción eran el tanque M1A2 Abrams y el Vehículo de Combate de Infantería M2A3 Bradley. Los Marines también emplearon los Vehículos de Asalto Anfi‐bio AAV‐7A1, pero los relegaron generalmente a plataformas de armas pesa‐das.
La espina dorsal de las fuerzas blindadas del ejército norteamericano durante este período era el tanque M1A2 Abrams. Diseñado inicialmente en la década de 1970, este tanque pasó por una serie de mejoras y emergió como uno de los principales vehículos blindados del mundo. En el momento de la operación, el M1A2 había entrado en acción en la Guerra del Golfo Pérsico de 1991 y fue la pieza central de la Guerra de Irak de 2003 durante el avance hacia Bagdad. En ambas guerras, superó de lejos a los tanques de fabricación soviética T‐55 y T‐72. Tenía una temible reputación por su letalidad y su capacidad para soportar una enorme cantidad de daño en batalla y todavía mantenerse combatiendo. El M1A2 Abrams pesaba alrededor de 60 toneladas, pero su motor de turbina de gas le daba una capacidad fenomenal para acelerar rápidamente hasta su velo‐cidad campo a través de unas 30 millas por hora. Su armamento principal era un cañón de calibre pesado de 120 milímetros capaz de enfrentarse y destruir blancos a más allá de 3.000 metros. El armamento secundario incluía una ame‐tralladora coaxial de 7,62 milímetros y otra encima de la escotilla del cargador.
La cúpula del comandante estaba armada con una ametralladora pesada de ca‐libre 50. El tanque se caracterizaba por un sistema de estabilización que permi‐tía disparar el cañón mientras estaba en movimiento, y los avanzados sistemas de control de fuego eran lo bastante precisos para enfrentarse a blancos más allá de 3.000 metros. Un visor termal permitía disparar de noche, a través del humo y durante períodos de baja visibilidad. Algunos de los M1A2 Abrams habían sido modificados con sistemas de paquetes de realce, que refinaban el sistema de control de fuego y componentes digitales añadidos para comunicaciones y un monitor de mapas computerizado.
El propósito principal del M2A3 Bradley, un vehículo oruga de combate de in‐fantería, era transportar a los soldados de infantería a la batalla y luego propor‐cionar fuego de apoyo y de cobertura con una selección de armas a bordo. Tenía una dotación de tres y podía transportar a seis soldados de infantería comple‐tamente equipados. Vehículo fiable y capaz durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, el M2A3 había varias actualizaciones en blindaje, control de fuego y comunicaciones desde esa época. El armamento principal del Bradley IFV era un cañón automático de 25 milímetros montado en la torreta, capaz de disparar proyectiles perforantes de blindaje o de alto explosivo a una candencia de unos 200 proyectiles por minuto. Montada coaxialmente al cañón automático estaba una ametralladora de 7,62 milímetros, y montado en un lateral de la torreta es‐taba un sistema de misiles TOW5 (lanzado por tubo, de seguimiento óptico y guiado por cable) de dos proyectiles. El casco original del Bradley era de alumi‐nio soldado, pero actualizaciones posteriores incluyeron blindaje adicional de acero y previsiones para placas de blindaje reactivo.
La operación también incluyó seis pequeños batallones del incipiente ejército iraquí y de las fuerzas de seguridad. Estas fuerzas uniformadas estaban arma‐das con fusiles AK‐47 y ametralladoras de fabricación soviética, que eran están‐dares en el antiguo ejército iraquí. Su entrenamiento en operaciones urbanas complejas era rudimentario, por lo que debían de jugar un papel de apoyo, ba‐rriendo y asegurando edificios después de que los norteamericanos hubiesen pasado. Las fuerzas iraquíes eran también ideales para combatir a los insurgen‐tes ocultos en mezquitas, pues se esperaba una amplia hostilidad civil si las fuerzas norteamericanas debían de hacer eso. El uso de las fuerzas iraquíes también serviría para reforzar la percepción de que los iraquíes eran capaces y deseosos de asegurar y hacer funcionar su propio país.

El Plan de Ataque.

Originalmente llamada Operación FURIA FANTASMA por los norteamerica‐nos, el ataque sobre Fallujah fue renombrado Operación Al‐Fajr (AMANECER) por el Primer Ministro Iraquí Ayad Allawi. Éste era un medio para el gobierno provisional iraquí para establecer el control sobre la ciudad, reforzar su deca‐dente prestigio y crear suficiente seguridad para mantener las elecciones nacio‐nales programadas para enero de 2005 según lo planeado. Un objetivo secunda‐rio pero muy importante era destruir a la resistencia, matar a tantos insurgentes como fuera posible con una cantidad mínima de bajas para las fuerzas de la Coalición y la población civil. La operación no recibió pleno apoyo dentro del gobierno iraquí y supuso un serio riesgo de alienar a grandes segmentos de la población, particularmente de la secta Sunni.
El plan táctico era simple. Con el cordón situado, las fuerzas de asalto se reuni‐rían al norte de Fallujah y atacarían hacia el sur dentro de sectores asignados. Rompiendo audazmente con la tradición, los blindados pesados del Ejército Norteamericano encabezarían el asalto en la ciudad con la infantería y los Ma‐rines siguiéndoles estrechamente para proporcionar cobertura y despejar cada edificio. Las fuerzas iraquíes a la cola realizarían búsquedas de insurgentes y de depósitos logísticos y asaltarían mezquitas según se necesitara. Concentrar tal fuerza era difícil de lograrlo inadvertido, por lo que la sorpresa fue lograda con un bombardeo de 12 horas y actividad en el sur para atraer la atención hacia ese sector. Las unidades participantes en la operación debían de ser metódicas en su operación, despejando su zona completamente de insurgentes. Se esperaba un alto nivel de daño colateral, pero las bajas civiles debían de ser evitadas si era posible. Posiciones de bloqueo en torno a la ciudad impedirían la huída de combatientes hostiles. El objetivo inicial era la Línea Fase Fran, Carretera 10, que atravesaba el centro de la ciudad. Una vez que la ciudad fuera asegurada al norte de esa línea, las fuerzas de la Coalición combatirían por la Línea Fase Jena al sur. Una vez que ese objetivo fuera alcanzado, las fuerzas atacantes girarían y atravesarían la ciudad en dirección norte. El ataque fue programado para co‐menzar el 7 de noviembre.
Durante los meses precedentes, esfuerzos de inteligencia recogieron una gran cantidad de información sobre las fuerzas insurgentes en Fallujah. Utilizando todo recurso concebible, incluyendo Fuerzas Especiales, inteligencia humana, vehículos aéreos no tripulados y satélites, un cuadro claro de la situación se hizo conocido. Casas seguras, depósitos de armas, y las rutinas de líderes claves fueron identificados, así como también un número aproximado de insurgentes activos en la ciudad. Esta información, mapas detallados e imágenes aéreas fue‐ron diseminados hasta el comandante más inferior. Los comandantes y tropas a todos los niveles se sintieron confiados de que conocían dónde estaba el enemi‐
go y podían planear su operación en detalle. Durante la operación, estos recur‐sos de inteligencia cambiaron rápidamente a la adquisición de blancos y fueron fundamentales en llevar fuego de apoyo efectivo sobre blancos.
El cuadro de inteligencia en noviembre mostraba que la resistencia había utili‐zado los meses precedentes para convertir Fallujah en una fortaleza. En la ciu‐dad había aproximadamente 3.000 insurgentes, de los cuales alrededor del 20 por ciento eran militantes islámicos extranjeros armados con fusiles AK‐47, RPG‐7 y una gran cantidad de granadas, minas y explosivos. Los atacantes po‐dían esperar una fanática defensa desde cada edificio y hendidura y desde cualquier ángulo. Los temidos explosivos improvisados y trampas estarían co‐locados sin duda. Para el movimiento, los insurgentes habían excavado túneles entre los edificios y utilizaron el sistema de alcantarillado existente. Se creía que en la ciudad estaba el terrorista jordano Abu Musab al‐Zarqawi, un miembro de alto rango de la organización terrorista Al‐Qaeda. Su captura o muerte era de alta prioridad.

El Asalto.

La Operación AMANECER comenzó el 7 de noviembre cuando el bombardeo aéreo y artillero planeado comenzó y las fuerzas terrestres rápidamente se mo‐vieron hacia sus posiciones de asalto. A las 19:00 horas, el 36 Batallón de Co‐mandos Iraquí capturó rápidamente el Hospital General de Fallujah, al oeste de la ciudad, mientras que el 3 Batallón de Reconocimiento Ligero Blindado asegu‐ró los dos puentes al sur del hospital. Esta misión logró bloquear las rutas de salida al oeste y aseguró el hospital para usarlo en el tratamiento de las bajas civiles. El asalto terrestre principal estaba ahora preparado para empezar. (Ver Mapa 27).
Los batallones de Marines y los dos del Ejército comenzaron su asalto a lo largo de un amplio frente a primeras horas del 8 de noviembre. Los blindados pesa‐dos del 2‐7 de Caballería y del 2‐2 de Infantería Mecanizada abrieron el camino hacia la ciudad. Los tanques y vehículos de combate de infantería permanecían cerca de cada lado de la calle cuando era posible para proporcionar cobertura a los vehículos en el otro lado. Soldados desmontados proporcionaban cobertura contra insurgentes intentando emboscar a los vehículos utilizando cantidades copiosas de fuego automático y de francotiradores y limpiando completamente los edificios. A menudo, los soldados de infantería identificaban puntos fuertes para los blindados, los cuales entonces utilizaban munición pesada contra el objetivo. Debido a que los cañones de los tanques tenían una elevación limitada, vehículos blindados eran también situados a la retaguardia para cubrir el avan‐ce, pues su distancia aumentada de los objetivos les permitía disparar más alto que los blindados de la vanguardia. Artillería, morteros y ataques aéreos elimi‐
naban las bolsas de resistencia más tenaces. Ingenieros y vehículos blindados despejaban los numerosos obstáculos y barricadas. Soldados y Marines entra‐ban generalmente en las casas solamente después de que los tanques penetraran las paredes o que especialistas utilizaran explosivos para crear aperturas. El avance fue firme, casi rápido, mientras los bien entrenados y equipados nor‐teamericanos destrozaban la ciudad. Por la tarde, habían asegurado la estación ferroviaria y habían entrado en los distritos de Dubat y Naziza en el oeste y en los distritos de Askari y Jolan en el este. Un complejo de apartamentos ocupado en el noroeste dominaba la ciudad, y las armas emplazadas allí proporcionaron un excelente fuego de cobertura para las fuerzas asaltantes. Las fuerzas iraquíes se unieron al ataque y realizaron agresivamente sus operaciones. (Ver Mapa 28).
Los insurgentes fueron claramente abrumados desde el comienzo por la veloci‐dad e impacto de los blindados y la potencia de fuego concentrados. Por ejem‐plo, la resistencia en el Distrito de Jolan, en el lado oeste de Fallujah, se esperaba que fuera particularmente intensa. Los informes de inteligencia indicaron que las unidades de línea más duras estaban situadas allí, y el área consistía en edi‐ficios densamente poblados y estrechas calles. Aunque hubo duro combate, fue menos de lo esperado encontrándose solamente pequeñas bandas de menos de 20 insurgentes cada una que fueron rápidamente destruidas u obligadas a reti‐rarse bajo fuerte fuego. Algunos analistas creyeron que esto era indicativo de que muchos insurgentes eligieron huir de la ciudad cuando tuvieron la oportu‐nidad, o que la operación de engaño en el sur fue exitosa.

A primeras horas de la mañana del 9 de noviembre, los Marines realizaron un paso de líneas a través de los sectores del 2‐7 de Caballería y del 2‐2 de Infante‐ría Mecanizada, colocando a los blindados a la retaguardia del avance pero preparados para responder cuando fuera necesario. Los tanques de los Marines permanecieron cerca detrás de los fusileros en avance para proporcionar apoyo de fuego directo. El combate fue tan intenso, que los tanques y vehículos de combate de infantería no pudieron responder a todas las llamadas de asistencia. En esos casos, los fusileros de los Marines tenían que confiar en sus sistemas orgánicos, tales como el cohete antitanque AT‐5, fuegos indirectos, o ataques aéreos. Sin embargo, en un punto los ataques aéreos y la artillería fueron dete‐nidos. Demasiadas tropas estaban comprometidas en la ciudad densamente poblada por lo que una pausa fue necesaria para determinar precisamente las posiciones amigas para impedir el fuego amigo. Al final del día, las fuerzas del Ejército y de los Marines estaban profundamente en Fallujah. Las mayores ga‐nancias fueron en la parte noreste de la ciudad, donde el 2‐2 de Infantería Me‐canizada alcanzó la Línea Fase Fran, cortando así la carretera, bloqueando una ruta de escape insurgente y asegurando una ruta de suministro más corta para las fuerzas de la Coalición.
Los fuertes combates continuaron el 10 de noviembre y destacó la captura de dos grandes mezquitas por fuerzas iraquíes. Cada una de ellas había sido utili‐zada como puestos de mando, depósitos de suministros, almacenes de muni‐ciones e improvisadas fábricas de dispositivos explosivos por los insurgentes. También habían sido casas seguras y fortalezas insurgentes desde las cuales atacar a las fuerzas de la Coalición. Las fuerzas iraquíes encontraron restos de uniformes negros y máscaras usados con regularidad por la resistencia, así co‐mo también banderas de la insurgencia y vídeos de las ejecuciones de rehenes extranjeros. Además, muchas armas y grandes cantidades de municiones y su‐ministros fueron descubiertas. Al final del día, los norteamericanos podían re‐clamar que alrededor de la mitad de Fallujah estaba tomada, incluyendo mu‐chos edificios claves civiles y militares. Las operaciones de limpieza continua‐ron en cada zona y el distrito de Jolan fue entregado a los iraquíes. El combate por resto de la ciudad quedaba por delante.

El 11 de noviembre, la estrategia de atacar y limpiar por zona había arrojado a la mayoría de las fuerzas insurgentes a la parte sur de la ciudad. Las fuerzas de la Coalición detuvieron el avance brevemente para consolidarse y reabastecerse, pero las operaciones de limpieza continuaron. Al final del día, la ofensiva con‐tinuó a través de la Línea Fase Fran con los blindados del 2‐7 de Caballería y del 2‐2 de Infantería de nuevo en cabeza. El asalto fue una repetición de los días previos. El pleno control de Fallujah se esperaba en 48 horas con una semana adicional o poco más para despejar completamente la ciudad. El 11 de noviem‐bre, al menos 18 soldados norteamericanos y 5 iraquíes habían muerto y alre‐dedor de 164 fueron heridos. Aproximadamente 600 insurgentes fueron muer‐tos. (Ver Mapa 29).
El intenso combate callejero continuó durante tres días más hasta que las fuer‐zas de la Coalición alcanzaron la Línea Fase Jena en el sur. Alrededor de 300 insurgentes se rindieron, muchos de ellos habiendo sido rodeados en una mez‐quita. Miles de AK‐47, RPG, proyectiles de morteros y dispositivos explosivos improvisados fueron encontrados en casas y mezquitas. Había todavía temor de que células durmientes surgieran una vez que el asalto hubiese dejado atrás un área.
Cuando las fuerzas de la Coalición alcanzaron la Línea Fase Jena el 15 de no‐viembre, giraron y comenzaron a limpiar de nuevo los edificios según avanza‐
ban hacia el norte. Los batallones del Ejército y de los Marines se dividieron en elementos de tamaño compañía, pelotón y escuadra para buscar concienzuda‐mente insurgentes y depósitos ocultos. El progreso fue metódico con una gran preocupación por las trampas dejadas por las bandas errantes de la resistencia. Los esfuerzos no fueron en vano pues armas y explosivos adicionales fueron encontrados. El 16 de noviembre, la ciudad de Fallujah fue decretada segura por las fuerzas de la Coalición, aunque las operaciones de búsqueda y barrido continuaron durante varias semanas. (Ver Mapa 30).

La Operación AMANECER provocó la muerte de 38 soldados norteamericanos, 6 soldados iraquíes y entre 1.200 y 2.000 insurgentes. Tres de las bajas nortea‐mericanas fueron por heridas no relacionadas con la batalla. Al menos 275 nor‐teamericanos fueron heridos. Entre 1.000 y 1.500 insurgentes fueron capturados.
El Polvo se Asienta.
La operación destruyó gran parte de la ciudad. Muchos informes indican que alrededor del 60% de los edificios de Fallujah fueron daños, el 20% fueron des‐truidos en su totalidad, y 60 de las mezquitas fueron gravemente dañadas. En respuesta a la operación y al daño, la minoría Sunni en Irak se enfureció. La ac‐tividad insurgente surgió a través del país y las demostraciones se extendieron. La participación Sunni fue ciertamente baja en las elecciones de enero, pero és‐
tas fueron mantenidas. Sin embargo, en las elecciones posteriores en junio y diciembre de 2005 se vio una aumentada participación Sunni.
El gobierno iraquí envió equipos médicos y de reconstrucción al área con 14 camiones cargados con suministros médicos y artículos humanitarios. Incapaces de entrar en la ciudad debido a las operaciones militares, fueron dirigidos a los pueblos que rodeaban Fallujah donde decenas de miles de civiles desplazados había huido para escapar del conflicto. Mientras tanto, las fuerzas iraquíes y norteamericanas trataban de encontrar a los civiles con necesidad de cuidados médicos utilizando altavoces, octavillas y de palabra. El Hospital General de Fallujah estaba disponible y preparado para su uso.
A los residentes de Fallujah se les permitió regresar a mediados de diciembre y el lento proceso de reconstrucción comenzó. Permaneció como un enclave de la resistencia, pero su fuerza fue grandemente debilitada y la Operación AMA‐NECER sirvió como ejemplo para las ciudades en abierto desafío al gobierno iraquí.

En Retrospectiva.

En noviembre de 2004, las fuerzas armadas norteamericanas eran altamente eficientes en las tácticas y técnicas del combate urbano. Muchos, si no la mayo‐ría, de los oficiales y de las tropas eran veteranos de la Guerra de Irak de 2003 y la posterior ocupación del país. El Ejército y los Marines Norteamericanos habí‐an establecido doctrinas de operaciones urbanas, que aplicaron y modificaron para enfrentarse a la situación. Los soldados y los Marines tenían estilos indivi‐duales. Las tropas del Ejército se inclinaban a ser más metódicas en tácticas pero liberales en el uso de las armas pesadas, y los Marines, por tradición, tendían a confiar en el impacto y la audacia de sus ataques en pequeñas unidades y de‐mandaban apoyo pesado solamente después de que un ataque se encallara. Sin embargo, ambos servicios superaron la fricción organizativa y trabajaron bien juntos hacia un objetivo común.

La munición pesada arrojada por la aviación y la artillería fue utilizada efecti‐vamente como una barrera rodante para cubrir el movimiento de las fuerzas terrestres y para arrasar puntos fuertes insurgentes. Los edificios claves y las mezquitas fueron perdonados cuando fue posible, pero eran atacados agresi‐vamente cuando los insurgentes utilizaban estas estructuras en sus operaciones. Las municiones de precisión y las excelentes comunicaciones aseguraron fuegos rápidos, certeros y mortales.
Considerando las complejidades de la situación, el apoyo de inteligencia para la Operación AMANECER fue excelente. Utilizando las semanas y meses anterio‐res para mayor efecto, las diversas agencias y plataformas de inteligencia pu‐dieron trazar un cuadro certero de la situación y diseminar esa información has‐ta los escalones más bajos. Cuando la batalla comenzó, estos recursos rápida‐mente se dirigieron a adquirir objetivos y evaluar las capacidades e intenciones de los insurgentes.
Las fuerzas iraquíes probaron ser capaces de cooperar dentro de la coalición para esta operación. Aunque jugaron un papel limitado, atacaron objetivos cla‐ves, como mezquitas, evitando así la amplia consternación si una unidad nor‐teamericana hubiera hecho eso. Las unidades ligeras iraquíes combatieron efec‐tivamente dentro de sus capacidades.
Si los insurgentes estaban esperando una réplica de la debacle rusa en Grozny en 1994, fueron decepcionados. La estrategia de “defensa indefensa” utilizada tan efectivamente allí no funcionó en Fallujah. Las fuerzas norteamericanas e iraquíes fueron exitosas en contrarrestar esta táctica al no precipitarse hacia el centro de la ciudad para ser rodeadas y eliminadas poco a poco. En lugar de ello, limpiaron y aseguraron cada edificio y las rutas de acceso antes de mover‐se a la siguiente. Adicionalmente, algunas fuerzas norteamericanas e iraquíes permanecieron detrás del avance para evitar que los insurgentes volvieran a ocupar áreas previamente despejadas. El establecimiento de zonas despejadas de operación y excelentes comunicaciones facilitó esto.
Un elemento clave en el éxito de la coalición en Fallujah fue la aplicación de los blindados norteamericanos, concretamente el tanque M1A2 Abrams. El Abrams era capaz de absorber un enorme castigo y continuar operando. En muchos ca‐sos, estos tanques recibieron múltiples impactos de RPG‐7, que fracasaron en operar el pesado blindaje; incluso grandes explosivos improvisados fracasaron en destruir tanques. Aunque el número real no es actualmente conocido al pú‐blico, los informes de la prensa contemporánea muestran que solamente dos tanques Abrams fueron destruidos durante esta encarnizada batalla. Las tácti‐cas utilizadas por los norteamericanos compensaron la inherente debilidad del diseño de los tanques en las ciudades. Operando en parejas, los tanques se cu‐brían el uno al otro permaneciendo a corta distancia detrás para prestar apoyo. Lo mismo puede decirse de los vehículos Bradley, aunque su blindaje era mu‐cho menos capaz. Los Marines habían dispersado sus tanques para proporcio‐nar apoyo directo a los fusileros, y esta táctica consagrada funcionó para des‐truir sistemáticamente peligrosas posiciones enemigas. Contrariamente, los ba‐tallones del Ejército asignados a la operación utilizaron un enfoque diferente. Así, encabezaban su asalto con los blindados pesados, que arrasaban la ciudad y trastornaban las defensas enemigas. Esto permitió el rápido avance de la in‐fantería y la limpieza de sus zonas y aseguró una veloz victoria.
La batalla por Fallujah fue una asombrosa victoria con una tasa de bajas históri‐camente baja para un combate urbano de este tamaño. Reafirmó las capacidades de los blindados pesados en las ciudades

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PUENTE PEGASUS 5

DÍA D: DE LAS 12.00 A LAS 24.00 HORAS

Al mediodía, el sargento Thornton estaba sentado en una trinchera. No se sentía demasiado bien. Estaba tremendamente cansado, por supuesto, pero lo que realmente le preocupaba era la situación en la que se encontraban. «Llevábamos allí desde las doce y veinte de la noche anterior, y cuanto más tiempo pasaba allí, Jerry acumulaba más tropas y material. Estábamos encerrados en una especie de pequeño círculo y las cosas se estaban poniendo cada vez más difíciles. Cuanto más tiempo pasas sentado, más piensas. Algunos de los muchachos decían: "Ah, no creo que vuelva a ver el cielo de Inglaterra nunca más", o el cielo de Escocia o el cielo de Gales o el cielo de Irlanda.» Wally Parr recuerda: «El agotamiento iba en aumento. Percibíamos un creciente movimiento en las proximidades y sabíamos que no tardaríamos mucho en trabar combate».

En Bénouville y Le Port, el 7." Batallón mantenía el control de su sector, aunque a duras penas. El comandante Taylor había sobrevivido a los bombardeos de la noche. También había sobrevivido, poco después del amanecer, a la imagen de media docena de prostitutas, gritando, saludando con la mano y mandando besos a sus soldados desde la ventana de la habitación que el soldado Bonck había desocupado seis horas antes. Al mediodía, la acción se había animado considerablemente y Taylor no sólo tenía que hacer frente a infantería y vehículos autopropulsados, sino también a tanques.

«Cuando el primer tanque dobló la esquina lentamente —recuerda Taylor—, le dije al hombre que tenía el Piat: "Espera, espera". Luego, cuando estaba a aproximadamente treinta y cinco metros dije: "¡Dispara!". Él apretó el gatillo, se oyó un simple clic, se dio la vuelta, me miró y dijo: "Está roto, señor".»

Un cabo, al ver la situación, salió de un salto de su trinchera y fue corriendo hacia el tanque, disparando desde la cadera con su Sten. Cuando llegó al tanque, le pegó una granada Gammon y salió corriendo. El blindado saltó por los aires, quedó atravesado en la calle y la bloqueó.

Taylor, para entonces, tenía una herida abierta en el muslo. Consiguió situarse en la ventana de un segundo piso desde donde siguió dirigiendo la batalla. En determinado momento, recuerda Richard Todd, «podíamos escuchar la voz de Nigel animando a los muchachos. Con la pierna casi destrozada y tumbado boca arriba en la ventana de una casa seguía animando a los muchachos». Estaban incomunicados ya que las radios y los teléfonos de campaña se habían perdido en la caída. Taylor envió un mensajero a Pine Coffin para informar que solamente le quedaban treinta hombres, la mayoría de ellos heridos, y le preguntaba si podía hacer algo para enviarle ayuda. Fue entonces cuando Pine Coffin le dijo a Howard que enviara un pelotón de la Compañía D a Bénouville.

Hasta entonces no se habían producido ataques acorazados alemanes en toda regla, Von Luck seguía esperando órdenes en su zona de reunión, lo cual fue una suerte para los paracaidistas, puesto que únicamente contaban con los Piat y las granadas Gammon para enfrentarse a los tanques. Pero los panzers podían aparecer en cualquier momento, llegando a Bénouville desde Caen, o a Le Port desde la costa.

Los tanques tenían sus propios problemas. Poco después del mediodía, Von Luck recibió sus órdenes. Tal como temía, sus columnas de tropas fueron vistas al momento, e inmediatamente bombardeadas. Durante las siguientes dos horas, su regimiento fue severamente atacado. Al oeste del Orne, el otro regimiento de la 21ra División Panzer también entró en acción; una parte llegó casi hasta la playa de Sword, mientras que uno de los batallones se puso en marcha para atacar Bénouville.

En Le Port, Todd estaba tratando de desalojar a un francotirador de la torre de la iglesia. Había un terreno abierto alrededor de ésta, cuenta Todd, «de modo que no había manera de atacar por sorpresa, y de todas formas contábamos con muy pocos hombres en ese momento. Así que el cabo Killean, un joven irlandés, se ofreció como voluntario para intentar ver si podía llegar hasta allí con su Piat. Avanzó por el interior de las casas próximas, haciendo agujeros para pasar de una a otra hasta llegar a la última. Salió de ésta corriendo, colocó su Piat debajo de un seto, lanzó un proyectil, y le dio justo al agujero que quería en la torre de la iglesia. Lanzó dos más. Después de un rato, se dio cuenta de que ciertamente había matado al francotirador».

Killean se precipitó hacia la iglesia. Pero antes de entrar, se quitó el casco y dijo: «Lamento ver lo que le he hecho a esta pequeña casa de Dios», y se santiguó.

El comandante Taylor no paraba de mirar su .reloj. Se suponía que el relevo tenía que llegar al mediodía desde las playas de la mano de los Comandos. Ya eran las 13.00 horas y no había ni rastro de ellos. «Fue una espera muy larga —recuerda Taylor—. Sé lo del día más largo y todo eso, desde luego éste realmente fue un día tremendamente largo.» En su puesto de mando, que había trasladado al fortín de las ametralladoras después de pedirle a Bailey que limpiara el lío que había dejado, Howard también miraba la hora una y otra vez, preguntándose dónde estaban los Comandos.

En Oxford, Joy Howard se levantó poco después del amanecer. Estaba tan ocupada alimentando, bañando y cambiando los pañales de los pequeños que no encendió la radio. Alrededor de las 10 de la mañana, sus vecinos, los Johnson, llamaron a su puerta y le dijeron que la invasión había comenzado. «Sabemos que el comandante Howard está allí en alguna parte», le dijeron, e insistieron en que Joy y los niños fueran a comer con ellos para celebrarlo. Pasaron las sillitas de los bebés por encima de la valla y obsequiaron a Joy con un par de faisanes, un regalo de unos amigos que vivían en el campo, y una botella de vino añejo que habían estado reservando justamente para esa ocasión.

Joy no podía dejar de pensar en las últimas palabras de John: cuando escuchara que la invasión había comenzado sabría que él ya habría cumplido con su trabajo. De poco consuelo le servían ahora esas palabras, porque se dio cuenta de que, por lo que ella sabía, a esas horas bien podía ser viuda. Hizo lo posible por apartar esos pensamientos de su mente, y disfrutar de la comida. Pasó la tarde haciendo sus tareas domésticas, pero con la atención concentrada en la radio. No escuchó que nadie mencionara el nombre de John, pero sí escuchó hablar de los descensos de paracaidistas en el flanco este, y asumió que John debía formar parte de aquello.

Ahora, los panzers de Von Luck avanzaban como podían bajo el constante bombardeo de la Marina y de la RAF. El mayor Becker, el genio de los vehículos que había puesto en pie la extraordinaria fuerza de vehículos autopropulsados del 125.° Regimiento de Von Luck, estaba al mando del grupo de combate que estaba atacando Bénouville. Tenía a sus Moaning Minnies disparando tan rápido como podía recargarlas.

A las 13.00 horas, los hombres en el puente y los que estaban en Bénouville y Le Port comenzaron a flaquear, como los colonos, refugiados tras las carretas puestas en círculo, frente al ataque de los indios en el Oeste americano, y cuya única esperanza pasaba por rezar para que apareciera la Caballería. Tenían municiones suficientes para rechazar ataques de tanteo, pero no podían resistir un ataque en toda regla, no solos.

Tod Sweeney, sentado junto a Fox, estaba considerando la situación con mucho pesimismo. De repente le dio un codazo a Fox. «Escucha —le dijo—. Dermis, oigo gaitas.»

Fox se burló: «Oh, no seas estúpido, Tod, estamos en el medio de Francia; no puedes oír gaitas».

El sargento Thornton, en su trinchera, les dijo a sus hombres que escucharan, que oía gaitas. «Venga, hombre —le contestaron—, ¿de qué estás hablando? Te has vuelto loco.» Thornton insistió en que escucharan.

Howard, en su puesto de mando, escuchaba atentamente. En Tarrent Rushton, él, Pine Coffin y el jefe de los Comandos, el legendario Lord Lovat, habían acordado las señales de reconocimiento para cuando se encontraran en Normandía. Lovat, que llegaría por mar, haría sonar sus gaitas cuando estuviera cerca del puente, para indicar que se acercaba. El corneta de Pine Coffin tocaría una única llamada, indicando que la carretera estaba despejada, y otra si estaba siendo disputada.

El sonido de la gaita se hizo inconfundible; el corneta de Pine Coffin respondió indicando que se estaba combatiendo en los alrededores de los puentes. El primero en ser visto fue el gaitero de Lovat, Bill Millin, y luego el propio Lovat. Fue una imagen digna de ser recordada. Millin avanzaba junto a Lovat, llevando su enorme gaita y su boina. Lovat llevaba puesta su boina verde y un jersey blanco y, en la mano, un bastón, «y andaba a zancadas —recuerda Howard—, como si estuviera paseándose por Escocia».

Llegaron los Comandos, y con ellos un tanque Churchill. Se había establecido contacto con la cabeza de playa. Para los hombres de la Compañía D, era como la llegada de la Caballería. «Todo el mundo tiraba sus fusiles —recuerda el sargento Thornton— y se besaba y se abrazaba. Vi hombres con lágrimas cayendo por sus mejillas. En serio. Probablemente yo estaba igual. Por Dios, nunca olvidaré esas celebraciones.»

Cuando Georges Gondrée vio llegar a Lovat, cogió una bandeja, un par de copas y una botella de champagne, luego salió disparado de su café, gritando y llorando. Alcanzó a Lovat, que estaba casi al otro lado del puente, y con un gesto grandilocuente le ofreció champagne. Lovat respondió: «No, gracias», con un simple gesto y siguió marchando.

Aquella imagen fue demasiado para Wally Parr. Corrió hasta donde estaba Gondrée, asintiendo vigorosamente con la cabeza y diciendo: «Oui, oui, oui». Gondrée, encantado, le sirvió. «Oh, Dios mío —dice Parr, recordando la ocasión—, ese champagne sí que era bueno.»

Lovat se encontró con Howard en el extremo este del puente. El gaitero Millin iba justo detrás de él. «John —le dijo Lovat cuando estrecharon sus manos—, estamos haciendo historia.» Howard le informó acerca de la situación, explicándole a Lovat que una vez que consiguió que sus tropas tomaran el puente, luego todo fue coser y cantar. Pero Howard le advirtió: «Ten cuidado cuando cruces el puente». No obstante Lovat intentó hacer que sus hombres lo cruzaran marchando. Como consecuencia, hubo casi una docena de bajas. El doctor Vaughan, cuando los atendió, se dio cuenta que la mayoría de ellos, que lucían su característica boina, habían sido alcanzados en la cabeza y habían muerto en el acto. Los comandos que venían detrás se pusieron sus cascos para cruzar el puente.

El último de los comandos en pasar le entregó a Howard un par de soldados alemanes en estado de shock, que iban en ropa interior. Habían salido corriendo cuando la Compañía D había asaltado el puente y después se habían escondido en un seto junto al camino de sirga del canal. Cuando vieron llegar a los Comandos desde la costa decidieron que era hora de entregarse. El soldado que se los entregó a Howard le dijo con una amplia sonrisa: «Aquí tiene, señor, ¡un par de soldados de la División Calzoncillos!».

Algunos de los tanques que llegaban desde las playas entraron en Bénouville, donde establecieron una sólida línea defensiva. La mayoría de ellos cruzaron el puente para ir a Ranville y hacia el este, para reforzar a la 6.a División Aerotransportada en su lucha contra la 21 .a División Panzer.

Los alemanes intentaron contraatacar, subiendo por el canal. Sobre las 15.00 horas, llegó desde Caen una cañonera, cargada con tropas. Bailey fue el primero en verla y alertó a Parr, Gray y Gardner. Tuvieron una acalorada discusión acerca del alcance.

Cuando dispararon, les faltaron casi treinta metros. La lancha comenzó a girar. Cuando había dado más o menos media vuelta, volvieron a disparar y le alcanzaron en la popa. La lancha se re¬tiró camino de Caen, renqueando y dejando un rastro de humo.

A partir de media tarde, la situación alrededor del puente se estabilizó. El 8.° Batallón Pesado de Granaderos y el grupo de combate del mayor Becker habían luchado enconadamente. Pero, como lo admite Kortenhaus: «Fracasamos ante la sólida resistencia. Perdimos trece tanques (de un total de diecisiete)». Los alemanes siguieron disparando y bombardeando con sus Moaning Minutes, pero ya no atacaban con la misma intensidad.

«Fue una tarde preciosa», recuerda Bigel Taylor. A eso de las 18.00 horas, cuando estuvo seguro de que su posición en Bénouville era segura, hizo que lo llevaran hasta el café Gondrée para poder ser atendido en el puesto de primeros auxilios. Una vez que tuvo vendadas las heridas de su pierna, salió cojeando y se sentó en una mesa al lado de la puerta principal. «Y Georges Gondrée me trajo una copa de champagne, que de hecho fue muy bienvenida después de semejante día, créame. Más tarde, justo antes de oscurecer, llegó una impresionante oleada de aviones británicos, arrastrando cientos de planeadores y lanzando soldados y suministros en nuestro lado del canal. Fue una imagen maravillosa, realmente lo fue. Todas aquellas cosas cayendo, y en tan sólo algunos minutos, empezaron a llegar todos estos muchachos en jeeps, remolcando cañones antitanque y sólo Dios sabe qué más, bajando por la carretera que cruzaba Le Port, camino del puente.»

Taylor le dio un sorbo a su champagne y se sintió bien. «Y en ese momento, recuerdo que pensé: "¡Dios mío, lo hemos conseguido!".»

En los planeadores venían los hombres de la Brigada de Desembarco Aéreo del general de brigada Kindersley, la unidad a la que pertenecía la Compañía D. Las compañías, con su equipo pesado, comenzaron a cruzar el puente, hacia Ranville y más allá de Escoville, donde tenían pensado atacar esa misma noche o a la mañana siguiente. Cuando los Ox and Bucks pasaron marchando, Parr, Gray y los otros gritaron: «¿Dónde demonios estabais?», «¡La guerra ha acabado!» y «Habéis llegado un poco tarde, muchachos», y otras tonterías similares.

Las órdenes de Howard consistían en entregar la posición a un batallón procedente de las playas, cuando éste apareciera, y luego reunirse con los Ox and Bucks en Escoville o cerca de allí. Alrededor de la medianoche, llegó el Regimiento de Warwickshire. Howard informó al comandante. Parr le entregó su cañón antitanque a un sargento, mostrándole cómo utilizarlo. («Para entonces, yo ya era un verdadero experto en artillería alemana», bromea Parr.)

Howard les dijo a sus hombres que cargaran su equipo. Alguien encontró una carreta, sin caballo. La carreta era una cosa grande y aparatosa, pero los hombres tenían mucho que cargar. Todos sus equipos, más los equipos alemanes que habían recogido (cada soldado que pudo cambió su Enfield por una Schmeisser o su Bren por una MG 34), llenaron la carreta.

La Compañía D se puso en camino, dirigiéndose hacia el este, hacia el puente del río y en dirección a Ranville. Howard ya no estaba bajo el mando de Pine Coffin y Poett; volvió a su cadena habitual de mando y a partir de entonces reportó al coronel de su batallón, Mike Roberts. Había cumplido con sus órdenes y casi exactamente veinticuatro horas después de que sus hombres asaltaran el puente, entregaba sus objetivos intactos y asegurados.

A Jack Bailey le costó mucho irse. «Verás —explica—, habíamos estado allí un día y una noche enteros. Sentíamos como si ese trozo de territorio fuera nuestro.»

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PUENTE PEGASUS 4

DÍA D: DE LAS 06.00 A LAS 12.00 HORAS

Georges Gondrée, en su sótano, le dio la bienvenida a «un maravilloso amanecer que bañó las tierras. A través de un agujero que había en el sótano podía ver figuras moviéndose de aquí para allá. «No podía escuchar ninguna orden gutural, que siempre relacionaba con un grupo de alemanes trabajando», escribiría Gondrée más tarde. Le pidió a Théresa que se acercara al agujero y escuchara hablar a los soldados, para determinar si estaban hablando en alemán o no. Théresa así lo hizo y al poco rato le dijo que no podía comprender lo que estaban diciendo. Entonces Georges aguzó el oído «y mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido porque creí escuchar las palabras "all right".»

Algunos miembros del 7° Batallón comenzaron a llamar a la puerta. Gondrée decidió subir y abrirla antes de que la echaran abajo. Dejó entrar a dos hombres con blusones de combate, humeantes subfusiles Sten y caras ennegrecidas con carbón. Preguntaron en francés si había algún alemán en la casa. Georges respondió que no, los llevó hasta el bar y desde allí al sótano. Los soldados no mostraron muy buena disposición, pero Gondrée venció esa dificultad con sonrisas y un expresivo lenguaje corporal. Allí les mostró a su esposa y a sus dos hijas.

«Durante un instante se hizo un absoluto silencio —relató Gondrée—. Luego, uno de los soldados se dirigió al otro y le dijo: "Todo está bien, compañero". Por fin supe que eran ingleses y rompí a llorar.» Théresa comenzó a abrazar y a besar a los paracaidistas, riendo y llorando al mismo tiempo. Como siguió besando a todos los soldados que siguieron llegando después, a mediodía tenía el rostro completamente negro. Howard recuerda que «se quedó así durante los dos o tres días siguientes, sin querer limpiarse, diciéndole a todo el mundo que eso era de los soldados británicos y que estaba muy orgullosa de ello».

Cuarenta años después, Madame Gondrée sigue siendo la admiradora número uno de la 6ta División Aerotransportada Británica. Desde entonces, ninguno de los que estuvieron allí el Día D ha tenido que pagar nunca una copa en su café, y muchos de los participantes han regresado con frecuencia. Los Gondrée fueron la primera familia francesa en ser liberada y fueron muy generosos expresando su gratitud a partir de entonces.

Las copas gratis para los muchachos de las fuerzas aerotransportadas británicas comenzaron inmediatamente con la liberación, después de que Georges saliera a su jardín y desenterrara diez botellas de champagne que había enterrado en 1940, justo antes de que llegaran los alemanes. Howard describe la escena: «Saltaron muchos corchos, uno tras otro, los suficientes como para que se escucharan desde el otro lado del canal». En ese momento, él se encontraba en el lado del puente donde estaba el café, hablando con Pine Coffin. Para entonces el café había sido convertido en el puesto de primeros auxilios del batallón. Según Howard: «Cuando regresé me dijeron que prácticamente todo el mundo alegaba estar enfermo para poder acudir al puesto de primeros auxilios. Por supuesto acabamos con esa historia». Sin embargo, Howard confesaría más tarde: «Lo cierto es que no regresé hasta después de haber bebido un trago de ese maravilloso champagne». Un poco avergonzado, explica: «Realmente era algo para celebrar».

Poco después del amanecer, comenzó la invasión por mar. Frente a la costa normanda se concentró la mayor flota jamás reunida, casi seis mil barcos de todas clases. Mientras los grandes cañones de los buques de guerra bombardeaban las playas, las lanchas de desembarco se acercaban al litoral llevando a los primeros de los 127.000 soldados que llegarían a las playas ese día. Sobre sus cabezas, la mayor fuerza aérea de la historia los cubría con casi cinco mil aviones. Fue un despliegue verdaderamente impresionante de la productividad de las fábricas estadounidenses, británicas, y canadienses; probablemente nunca más vuelva a verse algo similar. (Diez años después, cuando llegó a la presidencia de Estados Unidos, Eisenhower dijo que otra Operación Overlord sería imposible porque semejante acumulación de poder militar en un frente tan estrecho sería demasiado arriesgado en la era nuclear, una o dos bombas atómicas hubieran aniquilado a toda la fuerza.)

El frente de invasión se extendió unos noventa y cinco kilómetros, desde la playa de Sword a la izquierda hasta la playa de Utah, a la derecha. La resistencia alemana fue irregular: casi inexistente en la playa de Utah; bastante eficaz, hasta el punto de casi forzar al reembarque de las tropas estadounidenses, en la playa de Omaha; decidida pero no irresistible en las zonas británica y canadiense, donde unas mareas extraordinariamente altas redujeron las playas de los desembarcos a estrechas franjas y que se sumaron a los problemas causados por la artillería y el fuego de armamento ligero alemanes. Fueran cuales fueran los problemas, excepto en Omaha, las fuerzas invasoras superaron la oposición inicial y consolidaron sus posiciones. En el extremo izquierdo, el sector más cercano a Howard y a la Compañía D, una dura batalla estaba teniendo lugar en Ouistreham. El avance hacia Caen se retrasaba.

Howard describe la invasión desde el punto de vista de la Compañía D: «La barrera artillera era terrorífica. Podías sentir la vibración del suelo, que aumentaba conforme te aproximabas a la costa, que sin duda se había convertido en un auténtico infierno; y ese temblor no hacía más que acercarse a toda velocidad. Estaba claro que la barrera avanzaba, tierra adentro, conforme nuestras tropas llegaban a las playas y avanzaban. Desde nuestras posiciones podíamos darnos perfectamente cuenta de lo que sucedía en las playas, simplemente por el ruido que nos llegaba y el humo que se elevaba en esa dirección y lo único que podíamos hacer era cruzar los dedos pensando en los pobres muchachos que llegaban por mar. Estaba muy contento por estar donde estaba y no con los que desembarcaban».

Enseguida dejó de sentir compasión por sus camaradas procedentes del mar porque, a plena luz del día, la actividad de los francotiradores mejoró dramáticamente. De repente, andar por el puente se convirtió en algo muy peligroso. El fuego procedía de la orilla oeste, en dirección a Caen, de una zona densamente arbolada y de dos edificios que dominaban el paisaje: el castillo que era utilizado como Maternidad y la torre del agua. La Compañía D desconocía dónde se encontraban exactamente los francotiradores. Pero lo cierto es que tenían el puente bajo un riguroso control, por no decir que tenían el control absoluto, y empezaban a castigar el puesto de primeros auxilios, situado en la trinchera junto a la carretera, donde Vaughan y sus ayudantes, llevando brazales con la Cruz Roja, cuidaban de los heridos.

David Wood, que estaba tendido sobre una camilla con tres balas en una pierna, recuerda que la primera bala disparada por un francotirador dio en el suelo «no muy lejos de mí, y pensé que la próxima me alcanzaría. Luego un disparo me pasó demasiado cerca como para que me sintiera tranquilo, impactando contra el suelo con un golpe seco, justo al lado de mi cabeza. Levanté la mirada y vi al sanitario que había sacado su pistola para proteger a su paciente con tan mala fortuna que se le había disparado accidentalmente. Por poco no acaba conmigo».

A Smith le estaba vendando la muñeca otro sanitario. Y cuenta: «Estaba sentado en la zanja con mi cabeza sobresaliendo ligeramente, mientras él me vendaba la muñeca. Entonces se puso de pie y uno de los francotiradores le disparó, alcanzándole justo en el pecho. El impacto lo propulsó varios metros hacia atrás. Cayó en la carretera de espaldas, gritando: "Quitadme las granadas, quitadme las granadas". Tenía miedo que los disparos alcanzasen alguna de las granadas que llevaba en los bolsillos». Alguien le quitó las granadas, y sobrevivió, pero Smith recuerda el suceso «como uno de los peores momentos de mi vida. También recuerdo que pensé que la siguiente bala vendría a por mí. Me sentía fatal». Vaughan, que estaba haciendo todo lo humanamente posible para salvar a un paciente, levantó la vista y miró hacia donde estaba el francotirador, sacudió el puño, y declaró: «No estamos jugando al criquet».

Más tarde, esa misma mañana, Wood y Smith fueron evacuados a un puesto de primeros auxilios en Ranville, donde también les dispararon y tuvieron que ser trasladados nuevamente.

Parr, Gardner, Gray y Bailey estaban en el emplazamiento artillero intentando descubrir cómo funcionaba el cañón antitanque. Howard los había entrenado en el uso de las armas ligeras alemanas, morteros, ametralladoras y granadas, pero no en el uso de artillería. «Comenzamos a descubrir cómo funcionaba —recuerda Parr—, abrimos la recámara, cogimos un proyectil (descubrimos que abajo teníamos a nuestra disposición más municiones de las que podíamos necesitar), lo colocamos, cerramos la recámara, y "ahora ¿cómo se dispara?". Era fácil, disponía de una mira telescópica y de un gráfico de alcances en un costado, con varios puntos marcados a lo largo de la orilla del canal.»

Los cuatro soldados estaban de pie alrededor del cañón. Debido a su camuflaje, los francotiradores no podían darles. Lo discutieron, intentando localizar el mecanismo de disparo. Parr continúa: «Charlie Gardner dijo: "¿Qué es esto?". Era un botón. Simplemente lo apretó y se produjo la más grande de las explosiones, el proyectil se alejó silbando en dirección a Caen, y, por supuesto, el tubo salió disparado hacia atrás por el retroceso y si alguien hubiera estado allí de pie, le habría dado directamente en las costillas. Así fue como aprendimos a disparar el cañón».

Después de eso, Parr admite alegremente: «Me lo pasé genial disparando ese cañón». Él y sus compañeros estaban seguros de que los disparos de los francotiradores procedían del tejado del castillo. Parr comenzó a bombardear el piso superior del edificio. Sin embargo, no pudo apreciarse una disminución del volumen de fuego de los francotiradores y, cuarenta años después, el lugar donde estaban los francotiradores aún sigue siendo un misterio.

Parr siguió disparando. Jack Bailey se cansó de aquel deporte y bajó a prepararse su primera taza de té del día. Cada vez que Parr disparaba, la habitación se llenaba de polvo y humo y caía un poco de arena. Bailey le gritó a su compañero: «Un momento, Wally, no dispares ahora, dame tan sólo tres minutos». Bailey sacó su hornillo, lo encendió, observó cómo el agua comenzaba a hervir, se estremeció de placer pensando en lo bueno que iba a estar ese té, preparó el azúcar que quería ponerle, y de repente, «Pum». Wally había vuelto a disparar. Polvo, hollín y arena llena¬ron la taza de té de Bailey y su hornillo se apagó.

Bailey, seguro de que Wally había elegido el momento oportuno para disparar, subió a toda velocidad —según Parr— «como un maldito lunático». Bailey amenazó a Parr con el desmembramiento inmediato, pero en el fondo Bailey era un buen hombre y decidió ocuparse él mismo del cañón. Parr se libro de una buena.

Howard cruzó la carretera agachado y a toda velocidad para averiguar lo que estaba haciendo Parr. Cuando se dio cuenta de que éste estaba disparando hacia el castillo, se horrorizó. Howard le ordenó a Parr que dejara de hacerlo inmediatamente, y luego le explicó que el castillo era un hospital de Maternidad. «De modo que —dice Parr hoy, con un cierto pesar—, ésa fue la primera y única vez que bombardeé a mujeres embarazadas y bebés recién nacidos.»

Howard nunca convenció a Parr de que los alemanes no estaban utilizando el tejado para sus francotiradores. Mientras Howard regresaba a su puesto de mando, gritó:

Después de la guerra, Parr estaba leyendo un artículo en una revista acerca de las atrocidades alemanas en los territorios ocupados de Europa. Se encontró con un excelente ejemplo de la bestialidad alemana: aparentemente, según el artículo, antes de retirarse de Bénouville, los alemanes habían decidido darle a la localidad una lección ¡y procedieron a bombardear metódicamente el antiguo castillo, convertido en hospital de Maternidad!

—Ahora, olvídate de eso, Parr, olvida el castillo.

—Sí, señor.

—Sólo dispara cuando sea necesario, y eso no significa a francotiradores imaginarios.

—Sí, señor.

Pronto Parr estaba disparándole a los árboles. Howard gritó: «Por el amor de Dios, Parr, ¿quieres estarte quieto? ¿Puedes dejar en paz ese maldito cañón? No puedo pensar con tanto ruido». Parr pensó: «Bueno, nadie me dijo que tenía que ser una guerra silenciosa». Pero él y sus compañeros dejaron de disparar y comenzaron a sacar los casquillos de los proyectiles desparramados por la posición. Se les había ocurrido de repente que si alguien resbalaba con un casquillo mientras llevaba un proyectil, y éste caía con la espoleta hacia abajo en el polvorín, ellos, el cañón y el puente volarían por los aires.

A las 07.00 horas, la 3." División Británica desembarcaba en la playa de Sword y el gran bombardeo naval había cesado para comenzar el ataque contra Caen, pasando de camino por la posición de la Compañía D. «Sonaba tan fuerte… —dice Howard—, y es que como éramos la pobre y condenada infantería, nunca antes habíamos sufrido un bombardeo naval. Esos inmensos proyectiles venían volando, y eran de tal tamaño que cuando alguno pasaba por encima, automáticamente te agachabas, incluso dentro del fortín. Mi operador de radio estaba de pie junto a mí, muy perturbado por aquello y finalmente dijo: "¡Caramba, señor! Están disparando jeeps".»

El pelotón de Sandy Smith trajo dos prisioneros, que Howard describió como «unos pequeños y miserables hombres, con ropa civil a jirones y muy hambrientos». Eran italianos, obreros esclavos de la Organización Todt. Una larga y complicada comunicación mediante señas reveló que eran trabajadores que habían sido enviados para colocar los postes antiplaneador. Cuando fueron capturados estaban trabajando en la zona de aterrizaje de Wallwork. A Howard le parecieron bastante inofensivos. Les dio algunas galletas secas de su paquete de raciones para cuarenta y ocho horas y luego le dijo a Smith que los soltara. Los italianos, cuenta Howard, «salieron disparados inmediatamente hacia la LZ, donde procedieron a seguir colocando postes. Puedes imaginar las risas durante todo el día viendo a esos tontos cabrones colocando los postes».

Después de seguir interrogándolos descubrieron que los italianos intentaban cumplir las estrictas órdenes de la Organización Todt, y que debían tener colocados esos postes el 6 de junio, antes del ocaso. Estaban seguros de que los alemanes regresarían para controlar su trabajo, y si no lo habían terminado, «estarían acabados, de modo que era mejor que se pusieran a colocarlos; y rodeados de nuestras carcajadas, se pusieron a trabajar, a colocar los malditos postes».

Sobre las 08.00 horas, los Spitfire pasaron volando, muy alto, a seis o siete mil pies. Howard emitió una señal tierra-aire con el mensaje: «Tenemos la situación bajo control, todo está bien». Tres Spitfire —con tres bandas blancas pintadas en cada ala, como todos los aparatos participantes en la invasión, planeadores incluidos— regresaron, bamboleando las alas en señal de victoria, descendieron en picado hasta los mil pies y describieron círculos alrededor de los puentes.

Cuando se alejaban, uno de ellos dejó caer un objeto. Howard pensó que el piloto se había deshecho de su depósito de gasolina de reserva, pero envió una patrulla de reconocimiento para averiguar lo que era. La patrulla regresó, «y para nuestra inmensa sorpresa y regocijo, eran las primeras ediciones de los periódicos londinenses. Todos los soldados se pelearon por esos ejemplares, especialmente por el Daily Mirror, que tenía una tira cómica llamada Jane, que apasionaba a los soldados. Hubo una o dos quejas por el hecho de que no se mencionaba en ninguna parte ni la invasión ni la Compañía D».

A lo largo de la mañana, todos los movimientos que se realizaron en la zona de la Compañía D se hicieron agazapados y a la carrera. Luego, poco después de las 09.00 horas, Howard vio «la magnífica estampa de tres altas figuras caminando por la carretera. Por suerte, entre los puentes, parecía que se estaba a cubierto, fuera del alcance de los francotiradores, gracias a los árboles que había a lo largo del lado este del canal. Las tres altas figuras venían marchando muy rápidamente, resultaron ser el general Gale, con su metro y noventa centímetros de altura, flanqueado por dos de sus generales de brigada, que superaban cada uno el metro ochenta de altura: Kindersley de un lado, el comandante de brigada de Desembarco Aéreo a la que pertenecíamos, y Nigel Poett, al mando de la 5.a Brigada Paracaidista, del otro. Realmente fue una imagen magnífica porque aparecieron marchando a toda velocidad por la carretera, con sus boinas rojas y su uniforme de combate. Para todos mis muchachos, verlos marchar al paso por la carretera fue un gran estímulo». Richard Todd dijo que «fue una de las imágenes más memorables que he visto nunca».

Gale había llegado en planeador, sobre las 03.00 horas, y había establecido su cuartel general en Ranville. Él y sus generales de brigada se dirigían a hablar con Pine Coffin, cuyo 7.° Batallón estaba muy ocupado enfrentándose a las patrullas enemigas en Bénouville y Le Port. Gale le gritó a la Compañía D, mientras seguía marchando: «Buen trabajo, muchachos». Después de recibir el informe de Howard, Gale y sus compañeros cruzaron el puente. Les dispararon, pero no les alcanzaron, y ellos ni se inmutaron.

Cuando llegaron al cuartel general de Pine Coffin, aparecieron de repente dos lanchas cañoneras, remontando el canal desde la costa hacia Caen. Venían desde el pequeño puerto de Ouistreham, que estaba siendo atacado por elementos de la Brigada de Comandos de Lord Lovat. Los tripulantes de las lanchas cañoneras, evidentemente, eran conscientes de que el puente estaba en manos poco amistosas, porque la que iba por delante avanzaba a una velocidad constante, disparando contra el puente con sus cañones de 20 mm. Parr no pudo devolver los disparos con el cañón anti-tanque porque el puente y su superestructura bloqueaban su campo de fuego. El cabo Godball, al mando del 2.° Pelotón, estaba en la orilla con un Piat. Howard ordenó a sus hombres que no dispararan hasta que la primera lancha cañonera estuviera en el campo de tiro de Godball. Pero entonces, uno de los paracaidistas del 7.° Batallón en el otro lado comenzó a disparar a la lancha y Godball hizo lo propio, al límite de su campo de tiro. Para su gran sorpresa vio explotar el proyectil en la cabina del timonel. La cañonera se cruzó, la proa se hundió en la orilla en la que estaba el paracaidista y la popa chocó contra el lado del canal de la Compañía D.

Los alemanes se dirigieron hacia la popa con las manos en alto, gritando: «Kamerad, kamerad». El capitán, aturdido pero desafiante, tuvo que ser sacado de la lancha a la fuerza. Howard lo recuerda como «un nazi de dieciocho o diecinueve años, muy alto, y que hablaba inglés muy bien. Despotricaba en inglés diciendo que era una estupidez por nuestra parte pensar en invadir la Europa continental, y que cuando su Führer se enterara nos harían retroceder otra vez hasta el mar, todo ello sin dejar de hacer comentarios insultantes; me costó muchísimo detener a los hombres y evitar que lo lincharan en el acto». Pero Howard sabía que Inteligencia querría ver inmediatamente al oficial, de modo que hizo que llevaran al prisionero hasta el cercado provisional para prisioneros situado en Ranville. «Tuvo que ser amordazado y atado porque era sumamente agresivo y no dejaba de chillar».

Los zapadores entraron en la lancha en manada, estudiaron el equipo, buscaron municiones y armas. Uno de ellos encontró una botella de coñac y la metió en su blusón de combate. Su comandante, Jack Neilson, notó el bulto. «Oye, ¿qué tienes ahí?» El zapador le mostró el coñac. Neilson lo cogió enseguida y le dijo: «No tienes edad suficiente para beber eso». El zapador aún se queja: «Nunca vi ni una gota de ese maldito coñac».

La Compañía D ya había disparado su tan difamado Piat dos veces. Un disparo había eliminado un tanque y alejado a otro. El segundo disparo había acabado con una lancha cañonera y había obligado a una segunda a dar media vuelta y huir. La Compañía D había tomado dos puentes, el terreno que había entre ellos y una lancha cañonera.

Cerca de Caen, Von Luck estaba al borde de la desesperación. El bombardeo naval que caía sobre Caen era el más terrible que había visto en todos sus años de guerra. A pesar de que su punto de reunión estaba camuflado y que hasta entonces había permanecido intacto, sabía que cuando comenzara a moverse —cuando por fin recibiera la orden de hacerlo— sería detectado de inmediato por los aviones de reconocimiento de los Aliados que lo sobrevolaban; su posición sería transmitida a los grandes barcos que estaban en el Canal, y le caería encima un torrente de proyectiles de 12 y 16 pulgadas.

Bajo estas circunstancias, dudaba que pudiera derrotar a la 6.a División Aerotransportada y retomar los puentes. Sus superiores estuvieron de acuerdo con él y decidieron que destruirían los puentes y así dejarían aislada a la 6."1 División Aerotransportada. Empezaron a embarcar infantería en una cañonera, y mientras tanto enviaron buceadores y un cazabombardero desde Caen para destruir los puentes.

Sobre las 10.00 horas, el cazabombardero alemán apareció volando con el sol a su espalda, sobre el puente del río. Pasó rozando las copas de los árboles, a lo largo de la carretera, y se dirigió directamente hacia el puente del canal. Howard se metió rápidamente dentro del fortín; sus hombres, en las trincheras. Asomaron las cabezas para observar cómo el piloto lanzaba su bomba. Cayó justo sobre la torre del puente, pero no explotó. En cambio, hizo un ruido metálico al golpear contra el puente y luego cayó en el canal. No había funcionado.

Aún hoy es visible en el puente la abolladura. Para Howard: «Eso sí que fue un golpe de suerte —por no decir otra cosa. Y añade—: Y qué lanzamiento tan maravilloso el de ese piloto alemán».

Los dos buceadores fueron, a la luz del día, fácilmente eliminados por los fusileros que había a lo largo de las orillas del canal. En tierra, sin embargo, los alemanes estaban haciendo retroceder a los británicos. La compañía de Nigel Taylor era la única del 7.° Batallón en Bénouville. No tenía suficientes efectivos y estaba siendo empujada por los contraataques cada vez más poderosos de los germanos. Las dos compañías en Le Port se encontraban en una situación similar y, al igual que Taylor, estaban teniendo que ceder parte del terreno ocupado.

A medida que los alemanes fueron avanzando, entraron en acción algunos de sus vehículos autopropulsados. Estos vehículos pertenecían al regimiento de Von Luck, pero estaban asignados a compañías avanzadas de las que se esperaba que actuaran por iniciativa propia en lugar de regresar al punto de reunión regimental. Los británicos les llamaban Moaning Minnies a los lanzacohetes montados en vehículos autopropulsados. «Lo que más recordamos de ellos —dice Howard—, aparte del espantoso ruido que producían, que automáticamente te hacía buscar algún sitio para protegerte, lo que más nos llamó la atención fue su increíble precisión.»

Entre explosión y explosión, Wally Parr cruzó la carretera a toda prisa para ver a Howard. «Tengo la sensación —le dijo jadeando—, de que hay alguien en lo alto de esa torre de agua buscando el blanco perfecto para los Minnies.» Le explicó que la torre del agua, situada cerca de la Maternidad, tenía una escalera con la que podía llegarse hasta lo más alto, y que desde allí arriba disponían de un magnífico punto de observación. Le pidió a Howard que le diera permiso para comprobarlo. Howard accedió. Wally salió tan disparado en busca de su cañón que «no se le veía ni el trasero de la polvareda que levantó», recuerda Howard.

Parr gritó: «¡CAÑÓN NÚMERO UNO!». Mientras gritaba se produjo una de esas extrañas treguas que se producen en tantas batallas. En el silencio dominante, la potente voz cockney de Parr se oyó en todo el campo de batalla, desde Le Port hasta Bénouville, desde el canal hasta el río. Tal como señala Howard, había un solo cañón; y como asegura Parr, en ese momento era el único cañón de toda la 6.a División Aerotransportada, así que realmente era el cañón número uno. Entonces Parr comenzó a impartir órdenes a todo su equipo. «Setecientos, un giro. Cinco grados a la derecha», etcétera. Todas las órdenes iban precedidas por la frase «CAÑÓN NÚMERO UNO». Finalmente, vino el «PREPARADOS PARA DISPARAR». Alrededor de él, todos los combatientes —tanto alemanes como británicos— eran espectadores fascinados. «¡FUEGO!»

El cañón rugió y el proyectil salió como un rayo. Le dio de lleno a la torre del agua. Surgieron vítores por todas partes, se lanzaron boinas por los aires, los hombres se estrechaban las manos con júbilo. El único problema fue que el proyectil era perforante. Entró por un lado y salió por el otro, sin explotar. Comenzaron a salir chorros de agua por los agujeros, pero la estructura permaneció sólida. Parr disparó una vez más, y otra, y otra más, hasta que consiguió que saliera agua a chorros por todos lados. Finalmente, Howard le ordenó que lo dejara.

Cuando Gale, Kindersley y Poett regresaron de su reunión con Pine Coffin, le dijeron a Howard que uno de sus pelotones tendría que trasladarse a Bénouville y tomar posición en la línea defensiva junto a la compañía de Taylor. Howard eligió al 1." Pelotón. También envió a Sweeney y a Fox con sus pelotones al lado oeste, para que se situaran enfrente del café de los Gondrée, donde debían aguardar para contraatacar en caso de que los alemanes avanzaran. «Y nosotros pensamos —dice Sweeney—, que era un poco injusto. Habíamos estado en alerta durante toda la noche; el 7° Batallón había llegado y había tomado posiciones. Nosotros creíamos que debían dejarnos descansar un rato y que el 7.° Batallón no debía pedirles a nuestros pelotones que fueran a ayudarles.»

La respuesta de Sweeney y Fox fue sentarse junto a un seto. En Tarrent Rushton, una semana antes, Sweeney y Richard Todd se habían encontrado debido a una confusión con sus nombres, en el Ejército británico a todos los; Sweeney se los apodaba «Todd», y a todos los Todd se los conocía como «Sweeney», por el famoso barbero de Londres, Sweeney Todd. En ese encuentro, Sweeney y Todd se rieron con la coincidencia. Las palabras de despedida de Todd fueron: «Nos vemos el Día D». En las afueras de Le Port, a las 11.00 horas del Día D, mientras Sweeney descansaba contra un seto, «apareció un rostro a través de los arbustos y Richard Todd me dijo: "Te dije que te vería el Día D" y volvió a desaparecer».

En Bénouville, el l.er Pelotón estaba concentrado en un combate callejero. El pelotón había pasado por interminables horas de práctica en guerra urbana, en Londres, Southampton y demás lugares, y había adquirido experiencia durante la noche, en la batalla que había tenido lugar alrededor del café. Ahora representaba una ayuda de gran valor para la compañía de Taylor en las operaciones de limpieza de los edificios retomados a los alemanes.

El sargento Joe Kane estaba al mando. «Era un tipo flemático —recuerda Bailey—, nada parecía perturbarlo.» Vieron una dependencia en un pequeño campo. «Cúbreme —le dijo Kane a Bailey—. Mántenme cubierto. Voy a cagar.»

Salió a toda prisa hacia la caseta. Un minuto después volvió también corriendo. «No puedo», confesó Kane. No había ningún agujero en el suelo, sólo un cubo, y nada sobre lo que sentarse. El cubo parecía que no había sido vaciado en días. Estaba lleno a rebosar. «No puedo», repetía Kane.

Treinta y cuatro años después, Bailey convenció a Kane para que regresara con él a Normandía. Bailey había regresado con frecuencia a lo largo de los años, pero ésta era la primera visita de Kane desde la guerra. La primera cosa que Kane quiso hacer fue ir hasta esa caseta para ver si el cubo había sido vaciado. Pero ya no estaba.

Llegaron suficientes como para que Pine Coffin pudiera liberar a los pelotones de Howard. Howard los llevó entonces una vez más a la zona entre los puentes. Los francotiradores seguían activos, los Moaning Minnies continuaban llegando esporádicamente y los combates seguían haciendo estragos en Bénouville, Le Port y al este de Ranville. La Compañía D devolvía los disparos a los francotiradores, pero como confiesa Billy Gray: «No podíamos verlos, simplemente tratábamos de adivinar dónde estaban».

Pero a pesar de la precaria situación del 7° Batallón Paracaidista y de la Compañía D, mantuvieron el control de los puentes.

Alrededor del mediodía, se había reunido la mayor parte del 7° Batallón, algunos hombres llegaban solos, otros en pequeños grupos.

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PUENTE PEGASUS 3

DÍA D: DE LAS 00.26 A LAS 06.00 HORAS

Con los puentes ya tomados, la preocupación de Howard pasó del ataque a la defensa. Podía esperar un contraataque alemán en cualquier momento. No le preocupaba la seguridad del puente del río, porque se suponía que los paracaidistas británicos comenzarían a aterrizar alrededor de Ranville en menos de una hora y media y podrían ocuparse de protegerlo. Pero, frente al puente del canal, hacia el oeste, no contaba con ninguna aviada, y la zona estaba abarrotada de tropas, tanques alemanes y vehículos alemanes. Howard envió un mensajero al puente del río, ordenando a Fox que llevase a su pelotón hasta el puente del canal. Cuando Fox llegara, Howard tenía la intención de hacer avanzar a su pelotón hasta la bifurcación, situándose como pelotón avanzado.

Howard sabía que pasaría un buen rato hasta que Fox llamara y reuniera a sus hombres, Sweeney asumiera el mando y Fox cubriera la distancia de cuatrocientos metros entre un puente y otro. Pero ya podía escuchar los tanques poniéndose en marcha en Le Port. Se dirigían hacia el sur por la carretera que llevaba a Bénouville. Para el inmenso alivio de Howard, los tanques no giraron en la bifurcación para ir directos hacia el puente, sino que prosiguieron su camino hacia Bénouville. Pensó que los comandantes de las guarniciones de las dos localidades estarían discutiendo los planes de ataque. Howard sabía que los tanques regresarían.

Los tanques que venían por la bifurcación eran sin duda la mayor de las preocupaciones de Howard. Con sus ametralladoras y sus cañones, los tanques alemanes podían expulsar fácilmente a la Compañía D de los puentes. Para detenerlos, contaba únicamente con los Piat, uno por pelotón, y con las granadas Gammon. Parr regresó al puesto de mando desde el extremo oeste del puente para informar que había oído tanques y para anunciar que regresaba al planeador en busca del Piat. «Buen soldado», dijo Howard.

Parr bajó el terraplén, trepó al planeador, y «no podía ver absolutamente nada. No había linterna. Comencé a buscar a tientas por todas partes y por fin encontré el Piat». Parr lo recogió, tropezó con algunas municiones, cayó, volvió a levantarse y descubrió que el tubo del Piat se había doblado. El arma ya no servía. Parr la arrojó al suelo, cogió algunas municiones y regresó al puesto de mando para decirle a Howard que el Piat estaba kaput.

Howard le gritó a uno de los hombres de Sandy Smith que fuera hasta su planeador y cogiera ese Piat. Jim Wallwork pasó caminando con dificultad, cargado como una muía, llevando municiones para los pelotones. Howard miró el rostro cubierto de sangre de Wallwork y pensó: «Qué color de camuflaje más extraño para llevar de noche», y le dijo: «Pareces un maldito piel roja». Wallwork le explicó lo de sus heridas —en ese momento Wallwork pensaba que había perdido un ojo— y siguió con sus cosas.

Aproximadamente a las 00.45 horas, el doctor Vaughan recobró el conocimiento. Salió del lodo, volvió tambaleándose hasta el planeador, donde oyó los lamentos de uno de los pilotos. Descubrió que no podía sacar al piloto de entre los restos del aparato y le inyectó una dosis de morfina. Vaughan caminó hacia el puente, allí escuchó a Tappenden gritando: «Ham y Jam, Ham y Jam»

Vaughan llegó hasta el puesto de mando, no sin tropezar antes con todo lo que encontraba en su camino, cubierto de lodo de pies a cabeza, un lodo que apestaba horriblemente. Encontró a Howard «sentado en la trinchera con cara de absoluta felicidad, dando órdenes a unos y otros».

—Hola Doctor, ¿cómo está usted? —le preguntó Howard.

—Bien —respondió Vaughan— pero, John, ¿qué es todo esto de Ham y Jam?

Howard se lo explicó, luego le dijo que se ocupara de Brotheridge y de Wood, que habían sido llevados en camilla hasta una pequeña trinchera a unos setenta metros al este del puente. (Cuando Howard vio pasar a Brotheridge en la camilla, pudo ver que estaba gravemente herido.) «Lo primero que me vino a la cabeza —dice Howard— fue el hecho de que yo sabía que Margaret, su esposa, esperaba dar a luz en cualquier momento.»

Vaughan se dirigió hacia el extremo oeste del puente. Podía oír los gritos: «Vuelva, doctor, vuelva, lleva el uniforme equivocado, no será bien recibido». Howard le señaló con el dedo su destinación, el puesto de primeros auxilios situado en la trinchera. Antes de que el aún terriblemente confundido doctor se alejara de allí, Howard le dio un trago de whisky de su petaca.

Finalmente Vaughan consiguió llegar al puesto de primeros auxilios, donde encontró a Wood tumbado en su camilla. Examinó la tablilla que le había puesto el auxiliar sanitario, le pareció que estaba bastante bien, y le inyectó una dosis de morfina. Luego comenzó a bajar la calle tambaleándose, una vez más en la dirección equivocada, y provocando de nuevo gritos de «vuelva, vuelva, no es por ahí, no será bien recibido».

Cuenta Vaughan que al regresar al puesto de primeros auxilios, «encontré a Den tumbado de espaldas mirando las estrellas y con cara de sorprendido, sencillamente muy sorprendido. Y encontré el agujero de una bala justo en medio de su cuello». Vaughan le inyectó a Brotheridge una dosis de morfina y le vendó la herida. Un rato después, Brotheridge murió. Fue el primer soldado aliado en morir por disparo enemigo el Día D.

Mientras tanto, Tappenden seguía gritando: «Ham y Jam, Ham y Jam». Y justo cuando el doctor se estaba ocupando de Den, llegó Fox con su pelotón, en perfecto orden. Howard solamente le dijo: «Misión número cinco», y Fox comenzó a cruzar el puente.

Cuando pasó junto a Smith tuvo una rápida reunión informativa: la pequeña cabeza de puente estaba asegurada de momento, pero llegaban disparos del enemigo desde las casas tanto de Le Port como de Bénouville, y se oía el ruido de algunos tanques.

Fox comentó que su Piat había quedado destrozado en el aterrizaje. «Coge el mío, muchacho», dijo Smith, entregándole su Piat a Fox. Fox a su vez se lo dio al sargento Thornton. Para entonces, el pobre Wagger Thornton había quedado prácticamente enterrado debajo de su equipo; un hombre ligeramente más pequeño que la media, cargaba con su mochila, su bolsa de granadas, su subfusil Sten, cargadores para la ametralladora Bren y municiones extras para él, y ahora un Piat y dos proyectiles. Sobrecargado o no, cogió el arma y siguió a Fox hacia la bifurcación.

A las 00.40 horas, Richard Todd y su grupo estaban sobre el Canal. Todd estaba de pie sobre un agujero que había en el suelo de un bombardero Stirling, con una pierna a cada lado de la abertura. En cada pierna tenía una bolsa con utensilios; en una, había una lancha neumática v en la otra, herramientas para cavar trincheras. Tenía la Sten atada al pecho; llevaba una mochila y una bolsa pequeña llena de granadas y municiones suplementarias. El ordenanza de Todd estaba de pie tras él, aguantándolo y ayudándolo a mantenerse firme mientras el Stirling se bamboleaba para evadir el fuego antiaéreo. «De hecho cayó bastante gente al mar —recuerda Todd—. Perdimos un cierto número de gente sobre el mar a causa de los movimientos evasivos frente al fuego antiaéreo.» El ordenanza de Todd se agarró a él con fuerza cuando sobrevolaron a toda velocidad la línea costera.

Exactamente a las 00.50 horas, Howard oyó los bombarderos en vuelo rasante sobre su cabeza, a unos ciento veinte metros de altura. Al este y al norte de Ranville, unas bengalas —lanzadas por los exploradores (Pathfinders) — comenzaron a iluminar el cielo. Al mismo tiempo, se encendieron los reflectores alemanes de todas las poblaciones de la zona. Howard recuerda aquella imagen: «Teníamos una vista privilegiada de la llegada de la división. Los reflectores iluminaban los paracaídas y podían oírse algunos disparos y se veían balas trazadoras alzándose en el aire mientras ellos bajaban flotando hasta el suelo. Realmente era una imagen de lo más impresionante». Luego Howard habló de la importancia de aquella misión: «Sobre todo, significaba que no estábamos solos».

Howard comenzó a hacer sonar su silbato de metal con todas sus fuerzas: Dat, Dat, Dat (pausa), Dat largo. Era su señal, la V de la Victoria. La repitió una y otra vez, y el sonido se escuchó a kilómetros de distancia, atravesando la noche. «Años después —declara Howard—, en reuniones y en lugares de encuentro de los paracaidistas, me dijeron lo maravilloso que había sido para ellos. Los paracaidistas que aterrizaron aisladamente, en un árbol, un cenagal o un corra], solos, lejos de sus amigos, pudieron oír ese pitido. No sólo indicaba que los puentes habían sido tomados, sino también les servía de orientación.»

Pero los paracaidistas tardaron por lo menos media hora, más bien casi una hora, en llegar al puente en un número significativo; mientras tanto, Howard seguía escuchando el ruido de los tanques en Bénouville. Wallwork, en su camino de regreso al planeador en busca de otra carga, pasó por el puesto de mando «y allí estaba Howard, soplando su maldito silbato y haciendo toda clase de ruidos extraños». Howard dejó de soplar el tiempo suficiente como para decirle a Wallwork que le llevara algunas granadas Gammon a Fox y a sus hombres.

De modo que, dice Wallwork, lo que necesitaban eran «¡Granadas Gammon! ¡Granadas Gammon! ¡Granadas Gammon! Ya había buscado antes las granadas Gammon y le dije a Howard que no había granadas Gammon. Pero él me dijo: "Yo mismo puse esas granadas Gammon en el planeador. Busca esas malditas granadas Gammon"; así que regresé y registré todo lo que quedaba de aquel planeador casi destrozado en busca de las granadas Gammon».

Wallwork encendió su linterna, «y entonces oí una especie de ra-ta-ta-ta a través del planeador. "¿Qué fue eso?" Ra-ta-ta-ta». Un alemán situado aguas abajo en una trinchera había visto la luz y había disparado al planeador con su Schmeisser. «De modo que apagué la luz, y pensé: "Howard, no tendrás tus malditas granadas Gammon".» Wallwork cogió un cargamento de municiones y regresó al puente, informándole a Howard que no había granadas Gammon. (Nunca nadie supo lo que sucedió con las granadas Gammon. Wallwork asegura que Howard las arrojó antes de despegar para aligerar la carga; Howard asegura que fueron arrojadas por los hombres del 2.° y el 3°Pelotones.)

Tappenden seguía anunciando «Ham y Jam». Por lo menos en dos ocasiones lo que realmente gritó fue: «\Ham y Jam\, \Ham y MALDITO Jam».

A las 00.52 horas, el objetivo del mensaje de Tappenden, el general de brigada Poett, consiguió atravesar los últimos metros del campo de cereales y llegó al puente del río. Después de que Sweeney le informara de cuál era la situación allí, cruzó caminando hasta el puente del canal.

Lo primero que pensó Howard cuando vio a su general de brigada caminando hacia él, fue «el teniente Sweeney me va a oír por no hacerme saber, mediante un mensajero o un mensaje radiofónico, que el general de brigada estaba en la zona de la compañía». «Pues, todo parece estar bien, John», dijo Poett. Cruzaron el puente y hablaron con Smith. Los tres oficiales podían oír los tanques y los camiones en Bénouville y en Le Port; los tres sabían que si no llegaba ayuda pronto, perderían el precario control del puente.

A las 00.52 horas, Richard Todd aterrizó, con otros paracaidistas descendiendo a su alrededor. Al igual que le había pasado antes a Poett, Todd no conseguía orientarse porque no podía ver la aguja del campanario de la iglesia de Ranville. Las balas trazadoras atravesaban toda la zona de lanzamiento (DZ), así que se puso en marcha dirigiéndose hacia un bosque cercano, donde esperaba encontrarse con otros paracaidistas y orientarse. Lo consiguió gracias al silbato de Howard.

El comandante Nigel Taylor, al mando de una compañía del 7.° Batallón de la 5.a Brigada, también estaba confundido. El primer hombre con el que se encontró fue un oficial que llevaba una corneta. Los dos habían saltado hacía un rato, con Poett y los exploradores. Su trabajo consistía en localizar el punto de encuentro en Ranville y luego comenzar a soplar la corneta haciendo sonar la llamada de la Infantería Ligera de Somerset. Pero el oficial le dijo a Taylor: «He estado buscando este maldito punto de encuentro durante tres cuartos de hora y no he podido localizarlo». Se escondieron en un bosque, donde encontraron al coronel Pine Coffin, el comandante del batallón. También estaba perdido. Sacaron sus mapas, los iluminaron con una linterna, pero ni así consiguieron descubrir dónde estaban. Luego ellos también oyeron el silbato de Howard.

Saber dónde estaba Howard no resolvía todos los problemas de Pine Coffín. A su alrededor se habían reunido menos de 100 hombres de los 350 que componían su unidad. Sabía que Howard controlaba los puentes, pero como explica Nigel Taylor, también sabía que «los alemanes tenían cierta propensión a contraatacar inmediatamente. Nuestro trabajo consistía en cruzar al otro lado de ese puente. Éramos el único batallón que tenía que estar de ese lado (oeste) del canal. De modo que el dilema de Pine Coffin era el siguiente: debía ponerse en marcha con una cantidad insuficiente de hombres para hacer el trabajo, o esperar a que se formara todo el batallón. Sabía que tenía que llegar lo más rápido posible para relevar a John Howard». Sobre la 01.10 horas, Pine Coffín decidió ponerse en camino hacia los puentes a paso ligero, dejando a un hombre para que dirigiera al resto del batallón cuando fuera llegando.

En Ranville, mientras tanto, el mayor Schmidt había decidido que lo mejor era investigar el tiroteo que estaba teniendo lugar en sus puentes. Cogió un último plato de comida, una botella de vino, a su amiga y a su conductor, llamó a su motorista de escolta y salió bramando hacia el puente del río. Iba en un gran Mercedes-Benz descubierto. Cuando pasaron por la casa de su amiga a toda velocidad, ella gritó que quería que la dejaran bajar. Schmidt le ordenó al conductor que se detuviera, la despidió con una palmadita y siguió su camino a toda velocidad.

El Mercedes iba tan rápido que los hombres de Sweeney no tuvieron la oportunidad de dispararle antes de que llegara al puente. Sí abrieron fuego contra la motocicleta que iba detrás del coche, le dieron en un costado y la hicieron derrapar, junto con su conductor hasta caer en el río. Sweeney, en la orilla oeste, le disparó con su Sten al rápido Mercedes, acribillándolo a balazos y haciendo que se saliese de la carretera. Los hombres de Sweeney recogieron al conductor y al mayor Schmidt, ambos gravemente heridos. En el coche encontraron vino, platos de comida, lápiz de labios, medias y ropa interior femenina. Sweeney hizo que pusieran a Schmidt y a su conductor en dos camillas y que los llevaran al puesto de primeros auxilios del doctor Vaughan.

Para cuando llegó al puesto, Schmidt se había recuperado de su conmoción inicial. Empezó a gritar, en perfecto inglés, que él era el comandante de la guarnición del puente, que le había fallado a su Führer, que estaba humillado, que había perdido su honor y que exigía que alguien le disparara. Por otra parte, gritaba que «vosotros los británicos tendréis que retroceder, mi Führer se ocupará de esto; os hará retroceder hasta arrojaros otra vez al mar».

Vaughan sacó una jeringuilla de morfina y se la clavó en el trasero, luego se puso a vendarle las heridas. El efecto de la morfina, cuenta Vaughan, «era para inducirlo a que adoptara una postura más razonable frente a las cosas y, después de diez minutos de predicar la inutilidad del intento de los Aliados de derrotar a la raza superior, se relajó. Enseguida estaba agradeciéndome profusamente mis cuidados médicos». Howard confiscó los prismáticos de Schmidt.

El conductor de Schmidt, un alemán de dieciséis años, había perdido una pierna. La otra estaba prácticamente seccionada y Vaughan la acabó amputando. En menos de media hora, el muchacho estaba muerto.

A la 01.15 horas, Howard había terminado sus preparativos defensivos en el puente del canal. Tenía al pelotón de Wood en el extremo este, junto con los zapadores. Había organizado a los zapadores en un pelotón que mantenía como reserva, cerca de su puesto de mando. En el lado oeste, el pelotón de Brotheridge vigilaba el café y el terreno que lo rodeaba, mientras que el pelotón de Smith vigilaba los búnkeres de la derecha. Smith estaba al mando de ambos pelotones, pero se sentía cada vez más mareado, debido a la pérdida de sangre y al intenso dolor en su rodilla, la cual había empezado a entumecerse. Fox estaba más avanzado, cerca de la bifurcación, con Thornton, que era quien tenía el único Piat operativo. Los paracaidistas del 7.° Batallón estaban de camino, pero su hora de llegada —y sus efectivos— eran cuestiones problemáticas.

Howard podía oír los tanques. Estaba desesperado por establecer una comunicación por radio con Fox, pero no podía. Entonces vio un tanque avanzando lentamente, muy lentamente, hacia el puente; su gran cañón olfateando el aire como la trompa de algún monstruo prehistórico. «Y no pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos ver un par de ellos a unos veinte metros uno del otro, moviéndose muy, muy despacio, evidentemente intentando averiguar qué les esperaba en los puentes.»

Las cartas estaban echadas. Si los alemanes recuperaban el puente del canal, entonces seguirían avanzando hasta arrollar al pelotón de Sweeney en el puente del río. Allí podrían establecer un perímetro defensivo reforzado con tanques, tan consistente que a la 6.a División Aerotransportada le resultaría muy difícil, tal vez imposible, abrirse paso a través de él. En ese caso, la división quedaría aislada, sin armas antitanque con las que luchar contra los vehículos blindados de von Luck. Quizá pueda parecer muy dramático decir que el destino de más de diez mil combatientes de la 6.a División Aerotransportada dependía del resultado de la próxima batalla en el puente, pero hoy en día sabemos, por lo que le pasó a la 1.a División Aerotransportada en septiembre de 1944 en Arnhem, que de hecho fue exactamente así.

Más allá de la posible pérdida de la 6.a División Aerotransportada, plantear que el destino de la invasión en su totalidad estaba en peligro en el puente de John Howard es exagerar ligeramente las cosas. Tenemos el testimonio del mismísimo von Luck acerca de este tema. Él sostiene que si esos puentes hubieran estado disponibles para él, hubiera podido cruzar las vías navegables del río Orne y participar, con su regimiento al completo, en el contraataque llevado a cabo el Día D. Ese ataque, realizado por el 192 Regimiento de la 21ra División Panzer, estuvo a punto de alcanzar las playas. Von Luck cree que si su regimiento también hubiera estado en ese ataque, la 21ra División Panzer habría llegado sin duda hasta las playas. Una División Panzer en la misma orilla, en plenas tareas de desembarco, hubiera podido causar estragos con inimaginables resultados.

Pero todo esto no son más que especulaciones. Ha quedado claro: era mucho lo que estaba en juego en esa bifurcación. Convenientemente, puesto que había tanto en juego, la batalla que tuvo lugar en el puente a la 01.30 horas del Día D puso a prueba a los Ejércitos británico y alemán del momento. Ambas partes contaban con ventajas y desventajas. Los adversarios de Howard eran los comandantes de compañía destacados en Bénouville y Le Port. Al igual que Howard, habían estado entrenando durante más de un año para aquel momento. Habían sido cogidos desprevenidos, pero los soldados en el puente eran sus peores soldados; no habían perdido demasiado. En Bénouville, la 1 .a Compañía Blindada de Ingenieros de la 716.a División de Infantería, y en Le Port, la 2.a Compañía Blindada de Ingenieros, eran tropas de apenas mejor calidad. La tradición militar alemana, reforzada por las órdenes, les obligaba a lanzar un contraataque inmediato. Tenían los pelotones y los vehículos blindados necesarios para hacerlo. Lo que no sabían con seguridad era la situación, debido a que no dejaban de recibir informaciones contradictorias.

Estas informaciones contradictorias constituyeron una de las debilidades del Ejército alemán en Francia. Esto se producía debido a las dificultades con el idioma. Los oficiales no entendían ni ruso ni polaco, los soldados no entendían alemán. El mayor problema era la presencia de tantos reclutas extranjeros en sus compañías, que a su vez era un reflejo del problema más básico que tuvo Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Alemania había ido demasiado lejos. Su población era insuficiente para proporcionar las tropas necesarias para mantener los diversos frentes. Llenar las trincheras a lo largo de la Muralla del Atlántico con lo que venían a ser esclavos de Europa del Este parecía algo bueno en teoría, pero en la práctica semejantes soldados carecían de valor militar.

Por otra parte, la industria alemana no dejaba de producir gracias a la mano de obra de esclavos. Alemania había sido capaz de proveer a sus tropas con las mejores armas del mundo, y en abundancia. En comparación, la producción industrial británica era tristemente inferior, tanto en calidad como en cantidad.

Pero a pesar de que sus armas de fuego eran inferiores, Howard estaba al mando de soldados británicos, todos y cada uno de ellos procedían de Gran Bretaña y eran voluntarios que habían sido entrenados espléndidamente. Eran enormemente superiores a sus adversarios. Salvo Fox y Smith, Howard se había quedado sin oficiales, pero él personalmente gozaba de una gran ventaja sobre los comandantes alemanes. Estaba en su elemento, en plena noche, decidido, alerta. Era capaz de tomar decisiones rápidas, recibía rigurosos informes de sus hombres igualmente decididos y en alerta permanente. Los comandantes alemanes recibían informes contradictorios, estaban confundidos, cansados y con baja moral. Howard había colocado a sus pelotones exactamente donde había planeado ponerlos: tres en el lado oeste para hacer frente a los primeros ataques, dos en reserva en el lado este (incluyendo a los zapadores) y uno en el puente del río. Howard se había ocupado de que su capacidad antitanque estuviera exactamente en el lugar donde había planeado ponerla, justo en la bifurcación. Los comandantes alemanes, en cambio, estaban a ciegas, apenas sabían dónde estaban sus propios pelotones, y eran incapaces de tomar decisiones.

Pero, tal como he dicho antes, los alemanes tenían la gran ventaja de superar ampliamente a Howard en cuestión de armamento. Tenían media docena de tanques y él, ninguno. Tenían dos docenas de camiones y un pelotón para llenar cada uno de ellos, y Howard contaba con seis pelotones y ningún camión. Ellos tenían artillería, una batería de 88 mm, mientras que Howard no disponía de ninguna pieza. Howard no tenía ni siquiera granadas Gammon. Las granadas de mano no servían prácticamente de nada contra un tanque porque normalmente rebotaban y explotaban en el aire sin causar ningún daño. Las ametralladoras Bren y los subfusiles Sten eran absolutamente inútiles contra un tanque. La única arma que tenía Howard para detener a esos tanques era el Piat del sargento Thornton. Esa arma y el hecho de haber entrenado a la Compañía D precisamente para ese momento: el primer contacto con tanques. Se sentía seguro por el hecho de que Thornton estaba en su ambiente, completamente despierto, la oscuridad no le molestaba lo más mínimo, y era un maestro en el uso del Piat, porque sabía exactamente dónde debía darle al primer tanque para dejarlo mera de combate.

Los demás no se sentían tan seguros. Sandy Smith recuerda «escuchar esas malditas cosas, sentir absoluto terror, y decir: "Dios mío, ¿qué diablos voy a hacer con estos tanques que se acercan por la carretera?"». Billy Gray, que había tomado posición en un pozo de tirador alemán que estaba desocupado, recuerda: «El tanque se acercaba por la carretera. Creíamos que allí se acababa todo, ¿sabes?, no teníamos forma de detener un tanque. Estaba a unos veinte metros por debajo nuestro porque estábamos en lo alto de una pequeña elevación, pero lo que sí disponíamos era de una especie de campo de tiro justo a lo largo de la carretera. Disparábamos hacia la carretera apuntándole a cualquier cosa que viéramos moverse».

Gray se sintió tentado de dispararle al tanque. La mayoría de los novatos lo hubiera hecho. Pero, dice Gray rindiéndole homenaje a su entrenamiento: «No le disparé al tanque». Gray, junto con los hombres de Howard en el lado oeste del puente, se abstuvo de disparar. En pocas palabras, no revelaron sus posiciones, atrayendo así a los tanques hacia una zona mortífera.

Howard había esperado que los tanques fueran precedidos por una patrulla de reconocimiento de infantería —así lo hubiera hecho él— pero los alemanes no habían tenido en cuenta ese detalle. Sus pelotones de infantería iban detrás de los dos tanques. De modo que los tanques avanzaban, muy lentamente, y su tripulación no era consciente de que ya habían cruzado la primera línea.

La primera compañía Aliada llegada con la invasión estaba a punto de hacerle frente al primer contraataque alemán. Todo se reducía a Thornton y los tanques alemanes. La visibilidad de la tripulación de los tanques no les permitía ver a Thornton, medio enterrado como estaba bajo ese montón de equipamiento. Thornton estaba a unos treinta metros de la bifurcación, y, dice él mismo: «No me importa admitirlo, ¡estaba temblando como una hoja!». Podía escuchar los tanques acercándose. Acarició su Piat con los dedos.

«En realidad, el Piat es un montón de basura —dijo Thornton un día—. Su alcance es de alrededor de cuarenta y cinco metros y no más. Estás muerto si intentas llegar más lejos. Incluso a cuarenta y cinco metros ya está en el límite. Otra cosa es que nunca, nunca, puedes fallar. Si lo haces, estás acabado, porque para cuando lo recargas y lo montas, que ya es toda una faena, ya ha pasado todo, estás liquidado. Te meten en el cerebro que no debes fallar.»

Thornton se había acercado todo lo que había podido a la bifurcación porque quería disparar desde la menor distancia posible. «Y efectivamente, en unos tres minutos, aparece esta maldita cosa. En la oscuridad, la escuchaba más de lo que la veía; todo temblaba. Resultó ser un tanque Mark IV que se acercaba bastante lentamente; y la tripulación se detuvo unos segundos para ver dónde se encontraban. Yo solamente tenía dos proyectiles. Me dije a mí mismo: "No puedes fallar". Y entonces, a pesar de que estaba temblando, apunté y pum, disparé.»

El tanque acababa de girar en la bifurcación. «Le di de lleno justo en el centro. Me aseguré de tenerlo justo en medio. Estaba tan emocionado y temblaba tanto que tuve que retroceder un poco.»

Y fue entonces cuando se desató el infierno. La explosión del proyectil del Piat penetró en el tanque, haciendo estallar los cargadores de la ametralladora, lo cual provocó que empezaran a estallar las granadas que había en su interior, y luego los proyectiles. Como cuenta Glenn Gray en su libro The Warriors, uno de los grandes atractivos de la guerra es el despliegue visual de un campo de batalla: balas trazadoras rojas, verdes o naranjas volando de un lado para otro, explosiones por aquí y por allá, bengalas iluminando partes del cielo. Pero muy pocos guerreros han tenido alguna vez la oportunidad de ver un despliegue semejante al que tuvo lugar en esa bifurcación el Día D.

Los paracaidistas pudieron oír y ver a muchos kilómetros del puente el estrépito y el espectáculo de luces. De hecho, les proporcionó una orientación, y de esta manera comenzaron a avanzar en la dirección correcta.

Cuando el tanque explotó, Fox se protegió detrás de un muro. Él mismo lo explica: «No podías ir muy lejos porque de repente pasaba zumbando una bala o un proyectil justo frente a ti, pero finalmente cesó, y oímos gritar a ese hombre. Ole Tommy Klare no lo soportó más y fue directo hacia el tanque, que estaba en llamas, y descubrió que el conductor había salido del tanque aún consciente y estaba tumbado junto a la máquina, pero le faltaban las dos piernas. Le habían dado en las rodillas al salir, y Klare, que era un tipo de buen corazón y muy fuerte —una vez en el cuartel le rompió la mandíbula a un hombre de un solo golpe por ponerle los nervios de punta— cargó a aquel pobre alemán a sus espaldas y lo llevó hasta el puesto de primeros auxilios. Por supuesto, pensé que sería en vano, pero, de hecho, creo que el hombre sobrevivió». Lo hizo, pero sólo durante algunas horas más. Resultó ser el comandante de la 1ra Compañía Blindada de Ingenieros.

El espectáculo de fuegos artificiales continuó —todos dijeron que duró más de una hora— y ayudó a los comandantes de compañía alemanes a convencerse de que los británicos contaban con fuerzas importantes. De hecho, el teniente que estaba en el segundo tanque se retiró a Bénouville, donde informó que los británicos tenían cañones antitanque de seis libras en el puente. Los oficiales alemanes decidieron que tendrían que esperar hasta el amanecer para que se aclarase la situación antes de lanzar otro contraataque. John Howard había ganado la batalla de la noche.

El primer tanque ardió en llamas durante toda la noche, justo en la bifurcación, obstaculizando de este modo cualquier movimiento entre Bénouille y Le Port, y entre Caen y la costa. Por lo tanto, puede argumentarse que el sargento Thornton había conseguido llevar a cabo el disparo más importante del Día D, porque los alemanes necesitaban mucho esa carretera. El propio Thornton se incomoda cuando se habla de eso. Cuando terminé mi entrevista con él, y había apagado ya la grabadora, Thornton me hizo un comentario: «Hagas lo que hagas en este libro, no me conviertas en un maldito héroe». A lo que sólo se me ocurrió responder: «Sargento Thornton, yo no convierto a los hombres en héroes. Sólo escribo sobre ellos».

Cuando explotó el tanque, sobre la 01.30 horas, los hombres de la 5.a Brigada Paracaidista de Poett. Encabezada por el 7.° Batallón de Pine Coffin, con la compañía de Nigel Taylor en vanguardia, corrían a paso ligero hacia el puente, con menos de un tercio de sus efectivos. Los paracaidistas sabían que habían llegado tarde porque pensaban, a juzgar por los fuegos artificiales, que Howard estaba sufriendo intensos ataques. Pero, como explica Taylor: «Es muy difícil correr a paso ligero en la oscuridad cargando con mucho peso y sobre un terreno escabroso».

Cuando llegaron a la carretera que conducía a los puentes, se encontraron con el general de brigada Poett, que se dirigía nuevamente hacia su puesto de mando en Ranville. «Vamos, Nigel —le gritó Poett a Taylor con su voz aguda—. Paso ligero, paso ligero, paso ligero.» Taylor pensó que la orden era más bien superflua, pero de hecho sus muchachos echaron a correr «como si fueran a echarse a volar».

Richard Todd estaba en el grupo. Recuerda que el oficial médico de los paracaidistas lo alcanzó, lo cogió del brazo, y le dijo: «¿Puedo venir contigo? Verás, es que no estoy acostumbrado a esta clase de cosas». Todd dice que el médico «estaba bastante horrorizado porque pasamos junto a un alemán al que le habían volado la cabeza, pero sus brazos y sus piernas aún seguían agitándose de un lado para otro y le salían del cuerpo unos ruidos muy extraños. Pensé que hasta al médico le trastornaba ver algo como eso».

Todd recuerda haber pensado, mientras corría entre el puente del río y el del canal: «"Ahora sí que estamos en ello". Fue entonces cuando se desató un infierno, tras una extraordinaria explosión, seguida de un denso fuego de fusilería y ametralladoras. Las balas trazadoras salían disparadas en todas direcciones. Realmente parecía que estaba teniendo lugar una batalla en toda regla». El comandante Taylor pensó: «Oh, Dios mío, voy a tener que meter a mi compañía directamente en la batalla, sin dejar de correr».

Cuando el 7." Batallón llegó al puente, Howard tuvo una rápida reunión informativa con los líderes. Luego, los paracaidistas cruzaron el puente; la compañía de Nigel Taylor se desplazó hacia la izquierda, en Bénouville, mientras que las demás compañías se movían a la derecha, hacia Le Port. Richard Todd se situó en una elevación que había frente a la pequeña iglesia de Le Port, mientras que Taylor condujo a su compañía hasta las posiciones preestablecidas en Bénouville. Taylor recuerda que, excepto por el tanque en llamas en la lejanía, en menos de una hora «todo estaba completamente tranquilo». Los alemanes se habían atrincherado a la espera del resultado de la batalla en la bifurcación.

Una motocicleta alemana se puso en marcha. El conductor dobló en la esquina, y se dirigió hacia la bifurcación. Los hombres de Taylor estaban a ambos lados de la carretera, «y habían estado entrenándose durante sólo Dios sabe cuántos años para matar alemanes, y éste era el primero que veían». Todos abrieron fuego. Cuando el conductor perdió el control por el impacto de más de media docena de balas, su gran moto BMW dio media vuelta en el aire y cayó sobre él. El acelerador se atascó en su velocidad máxima, y la moto quedó con una marcha metida. «Rugía y bramaba haciendo un ruido increíble, y cada vez que tocaba el suelo, la máquina giraba sobre sí misma y se encabritaba.» La moto chocó contra uno de los hombres de Taylor, causándole lesiones que más tarde provocaron su muerte; la situación se prolongó hasta que alguien consiguió por fin apagar el motor. Eran aproximadamente las 02.30 horas.

A las 03.00 horas, Howard recibió un mensaje por radio de Sweeney, anunciando que Pine Coffin y su batallón estaban cruzando el puente del río, dirigiéndose hacia el canal. Howard comenzó a caminar inmediatamente hacia el este y se encontró con Pine Coffin a medio camino entre los dos puentes. Regresaron andando juntos hasta el canal, mientras Howard le contaba a Pine Coffin lo que había sucedido y cuál era la situación, de modo que para cuando llegaron al puente del canal Pine Coffin ya estaba al corriente de todo.

Mientras cruzaba el puente, Pine Coffin llamó al sargento Thornton. Indicando con la cabeza hacia donde se encontraba el tanque en llamas, el coronel preguntó:

—¿Qué demonios está sucediendo allí?

—Es sólo un maldito tanque que ha explotado —respondió Thornton—, pero está haciendo un jaleo tremendo.

Pine Coffin sonrió.

—Ya lo creo —dijo. Luego giró hacia la izquierda, para instalar su cuartel general en un embarcadero que había frente al canal, justo en el borde de Bénouville, cerca de la iglesia.

Después de descargar el Horsa en el que había volado como piloto, el n.° 2, el sargento Boland salió a explorar. Se dirigió hacia el sur, siguiendo el camino de sirga por la parte inferior del terraplén y llegó a las afueras de Caen. Puede que la suya fuera la penetración más profunda del Día D, aunque tal como el propio Boland señala, había paracaidistas británicos dispersos por todas partes, y probablemente algunos de ellos se acercaron aún más a Caen. En cualquier caso, pasaron algunas semanas antes de que las fuerzas británicas y canadienses llegaran tan lejos otra vez.

Boland continúa: «Decidí que lo mejor era regresar porque era muy peligroso, no por los alemanes, sino por algunos malditos paracaidistas que tenían el gatillo bastante fácil. Habían aterrizado por todas partes, incluso sobre árboles. Sólo Dios sabe los inverosímiles sitios en los que llegaron a caer, y estaban más que dispuestos a dispararle a cualquiera que se les acercara». Después de identificarse utilizando la contraseña, Boland condujo a un grupo de paracaidistas hasta el puente.

Cuando llegó, vio a Wallwork sentado en la orilla.

—¿Cómo estás, Jim? —le preguntó.

Wallwork miró a Boland y a los paracaidistas y se exaltó de repente.

—¿Dónde has estado hasta ahora? —le preguntó—. Pensábamos que había pasado algo. La maldita guerra ha terminado.

«Los paracaidistas creían que nos estaban rescatando a nosotros —dice Boland—. Nosotros sentíamos que los estábamos rescatando a ellos».

La llegada del 7.° Batallón liberó a la Compañía D de sus responsabilidades de control sobre la orilla oeste y permitió a Howard retirar a sus hombres y llevarlos nuevamente al terreno que había entre los dos puentes, donde esperarían como compañía de reserva.

Cuando llegó Wally Parr, se puso a examinar el emplazamiento del cañón antitanque, que nadie había servido desde que llegaran los británicos, y que desde entonces había pasado inadvertido. Parr descubrió un laberinto de túneles debajo del emplazamiento. Cogió una linterna, otro soldado, y comenzó a explorar. Descubrió unos dormitorios. En las dos primeras habitaciones que inspeccionó no había nada. En la tercera, vio a un hombre en la cama, temblando violentamente. Parr retiró lentamente la manta. «Había un joven soldado allí tumbado, con el uniforme puesto y temblando de pies a cabeza.» Parr lo hizo levantar apuntándole con su bayoneta, luego lo sacó a la superficie y lo metió en el cercado provisional para los prisioneros de guerra. Regresó al emplazamiento del cañón y se reunió con Billy Gray, Charlie Gardner, y Jack Bailey.

En su lado del puente, al otro lado de la carretera, el sargento Thornton había convencido al teniente Fox de que realmente había alemanes aún durmiendo allí abajo, en los refugios subterráneos. Se pusieron en camino juntos, con una linterna, para localizarlos. Thornton llevó a Fox hasta una habitación trasera llena de literas, abrió la puerta e iluminó con su luz a tres alemanes, todos ellos roncando, con sus fusiles apilados en un rincón. Thornton cogió los fusiles y luego cubrió a Fox con su Sten mientras éste sacudía al alemán que estaba en la litera de arriba. Siguió roncando. Fox quitó la manta de un tirón, le iluminó la cara al hombre con su linterna y le dijo que se levantara.

El alemán miró detenidamente a Fox. Vio a un joven de mirada furiosa, que llevaba un ridículo blusón, el rostro ennegrecido, apuntándole con una pistola de juguete. Concluyó que uno de sus amigotes le estaba gastando una broma. Le dijo a Fox, en alemán, pero con un tono de voz y un gesto que no necesitaban traducción: «Vete a tomar por el culo». Luego se dio media vuelta para seguir durmiendo.

«Me bajó los humos de un plumazo —admite Fox—. Allí estaba yo, un joven oficial, en plena acción, frente al primer alemán que veía de cerca; y al darle una orden y recibir una respuesta tan devastadora, la moral se me vino abajo.» Thornton, por su parte, se puso a reír con tanta fuerza que casi lloraba. Se desplomó en el suelo, riéndose a carcajadas.

Fox lo miró. «Al diablo con esto —le dijo el teniente al sargento—. Hazte cargo tú.»

Fox regresó a la superficie. Poco después, Thornton le trajo un prisionero que hablaba un poco de inglés. Thornton sugirió que quizá Fox quisiera interrogarlo. Éste comenzó a preguntarle acer¬ca de su unidad, dónde estaban situados los demás soldados y otras cosas por el estilo. Pero el alemán ignoró snis preguntas. En cambio, exigió saben «¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué estáis hacien¬do aquí? ¿Qué está sucediendo?».

Fox intentó explicar que él era un oficial británico y que el alemán era su prisionero. El alemán no podía creerlo. «Oh, vamos, no puedes estar hablando en serio, no puede ser. A ver, ¿cómo aterrizasteis? No os oímos aterrizar. Quiero decir, ¿de dónde venís?» El pobre Fox se dio cuenta de repente de que era él quien estaba siendo interrogado, y volvió a poner a Thornton al mando de la situación, pero no antes de admirar las fotografías de la familia del prisionero.

Von Luck estaba furioso. A la 01.30 horas, recibió los primeros informes que hablaban de paracaidistas británicos en su zona. Inmediatamente, puso a su regimiento en alerta máxima. Local-mente, contaba con los comandantes de su compañía para lanzar sus propios contraataques dondequiera que los británicos estuvieran posicionados, pero ordenó que se reuniera la mayor parte del regimiento al noreste de Caen. La reunión se llevó a cabo sin problemas, y a las 03.00 horas, von Luck había reunido sus hombres y sus tanques v sus vehículos autopropulsados; todos juntos constituían una fuerza impresionante. Los oficiales y los hombres estaban de pie junto a sus tanques y vehículos, con los motores encendidos, listos para partir.

Pero a pesar de que von Luck se había preparado precisamente para ese momento, sabía dónde quería ir, con qué fuerza, por qué rutas, con qué alternativas, no podía dar la orden de marcha. Debido a los celos y a las complejidades del alto mando alemán, a que Rommel no estaba de acuerdo con Rundstedt, a que Hitler despreciaba a sus generales y además no confiaba en ellos, la estructura del mando alemán era un caos. Sin entrar en los detalles de semejante situación, es suficiente señalar aquí que Hitler había retenido bajo su control personal a las divisiones acorazadas. No podían ser utilizadas en un contraataque hasta que él personalmente estuviera convencido de que la acción era la verdadera invasión. Pero Hitler estaba durmiendo y a nadie le gustaba nunca despertarlo. Además, los informes que llegaban al OKW eran confusos y contradictorios. En cualquier caso no eran tan alarmantes como para sugerir que ésta era la invasión principal. Un aterrizaje de paracaidistas por la noche podía ser una mera operación de diversión. Así que von Luck no recibió ninguna orden de ponerse en marcha.

«Pensaba —explicaba von Luck cuarenta años después, mientras estudiaba un mapa— que después de recibir más información sobre los aterrizajes de paracaidistas y de planeadores, la mejor forma de contraatacar era mediante un ataque nocturno, comenzando a las tres o a las cuatro de la mañana, antes de que los británicos pudieran organizar sus defensas, antes de que su fuerza aérea fuera plenamente operativa, antes de que la Marina británica pudiera martillearnos con su artillería. Estábamos bastante familiarizados con el terreno y creo que podríamos haber sido capaces de llegar hasta los puentes.»

Señalando el mapa, continuó diciendo: «Creo que podríamos haber llegado por aquí, incluso por el norte por aquí, para separar a los hombres del comandante Howard del núcleo principal de la fuerza aerotransportada». Y luego, continúa von Luck: «Toda la situación en el lado este de los puentes habría sido diferente. Los paracaidistas hubieran quedado aislados y yo habría podido reunirme con la otra mitad de la 21ra División Panzer».

Pero von Luck no podía actuar por iniciativa propia, de modo que allí estaba, un oficial superior en un ejército que se enorgullecía de su capacidad de contraataque, uno de los líderes de una de las divisiones de Rommel mejor posicionadas para llevar a cabo el contraataque del Día D, personalmente convencido de lo que podría conseguir, con todas sus rutas de ataque delimitadas, sin poder moverse debido a las complejidades del principio de liderazgo del Tercer Reich.

Los Gondrée también estaban inmovilizados dentro de su cafetería, escondidos en el sótano. Théresa, en camisón, instó a Georges a que regresara a la planta baja de la casa e investigara. «No soy un hombre valiente —admitió él más tarde—, y no quería que me mataran, de modo que subí las escaleras a gatas y me arrastré hasta la ventana de la primera planta. Escuché que alguien hablaba allí fuera, pero no pude distinguir las palabras, así que abrí la ventana empujándola y me asomé prudentemente. Vi frente al café a dos soldados sentados cerca de mi surtidor de gasolina con un cadáver entre ellos.»

Georges fue visto por uno de los paracaidistas. «Vous civile?», le preguntó el soldado una y otra vez. Georges intentó asegurarle que ciertamente era un civil, pero el hombre no hablaba francés y Georges, sin saber qué era lo que estaba sucediendo, no quería revelar el hecho de que entendía inglés. Probó con un vacilante alemán pero no sirvió de nada, y regresó al sótano a esperar la luz del día v ver cómo se desarrollaban las cosas.

Cuando el cielo comenzó a clarear, la luz reveló a la Compañía D ocupando el territorio entre los dos puentes. Había llevado a cabo la primera parte de su misión.

Aproximadamente a las 05.00 horas, la rodilla de Sandy Smith se había entumecido hasta tal punto que le era casi imposible andar, el brazo se le había hinchado prácticamente al doble de su tamaño normal y la muñeca le latía de dolor. Se acercó a Howard y le dijo que creía que debía ir al puesto de primeros auxilios del doctor Vaughan para que le mirara las heridas y las lesiones. «¿Tienes que ir?», le preguntó Howard lastimosamente. Smith le prometió que regresaría en un minuto. Cuando llegó al puesto, el doctor Vaughan quiso darle morfina. Smith se negó. Vaughan le dijo que de todas formas no podía regresar a prestar servicio, porque molestaría más de lo que ayudaría. Smith aceptó la morfina.

De modo que cuando Howard convocó una reunión de jefes de pelotón en su puesto de mando, justo antes del amanecer, tuvo que asumir personalmente el vacío creado por la pérdida de sus oficiales. El 1.° Pelotón de Brotheridge estaba liderado por el cabo Kane; el sargento estaba fuera de combate y el teniente había muerto. Tanto el 2.° Pelotón como el 3.°, de Wood y Smith respectivamente, estaban liderados por cabos. No se tenían noticias del segundo de Howard, Brian Priday, ni del jefe del 4.° Pelotón, Tony. Solamente el 5.° (Fox) y el 6.° (Sweeney) Pelotones contaban con la totalidad de sus oficiales y suboficiales. En total había habido una docena de bajas, además de dos muertes.

Howard no había reunido a sus líderes de pelotón para felicitarlos por sus logros, sino más bien para prepararlos para el futuro. Repasó con ellos varias rutas y posibilidades de contraataque, en caso de que los alemanes se abrieran paso a través de las filas del 7.° Batallón. Luego les dijo que mantuvieran a todos los soldados en alerta hasta las primeras luces del día. Al amanecer, la mitad de los hombres podrían retirarse e intentar dormir un poco.

Los alemanes querían recuperar los puentes, pero su desordenada estructura de mando los estaba perjudicando mucho. A las 03.00 horas, von Luck le había ordenado al 8." Batallón Pesado de Granaderos, que era una de sus unidades de vanguardia situada al norte de Caen y en la orilla oeste del río Orne, que marchara hasta Bénouville y tomara el puente. Pero, como señala el teniente Wemer Kortenhaus, a pesar de su nombre, el 8.° Batallón Pesado de Granaderos contaba tan sólo con sus armas automáticas, unos pocos cañones ligeros antiaéreos y algunos lanzacohetes. No contaban con tanques. No obstante, los granaderos atacaron, infligiendo bajas a la compañía del comandante Taylor y haciéndola retroceder hasta el centro de Bénouville. Los granaderos cavaron pozos de tirador «y aguardaron la llegada de los tanques de la 21.a División Panzer».

El teniente Kortenhaus, que permaneció esperando junto a su tanque con el motor encendido, recuerda la idea que le obsesionó durante las dos últimas horas de oscuridad: «¿Por qué no llegó la orden de atacar? De haber marchado inmediatamente, hubiéramos avanzado al amparo de la oscuridad». Pero Hitler todavía estaba durmiendo, y la orden no llegó.

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PUENTE PEGASUS 2

DÍA D: DE LAS 00.16 A LAS 00.26 HORAS

Wallwork luchaba para dirigir su inmenso pájaro de madera, mientras sobrevolaba la costa del Canal, a ras de horizonte, sin ser visto. Intentaba controlar el momento exacto en el que el Horsa perdía su lucha contra la gravedad. Wally Parr lanzó una mirada a través de la puerta abierta y «Dios mío, los árboles pasaban a ciento cincuenta kilómetros por hora. Simplemente cerré los ojos y respiré hondo». Wallwork vio el puente surgiendo amenazante frente a él, el suelo aproximándose a toda velocidad, árboles a su izquierda y un estanque pantanoso a su derecha. Vio la alambrada de espino, claramente frente a él. Estaba yendo demasiado rápido y corría el riesgo de estrellarse contra el terraplén de la carretera. Iba a tener que utilizar el paracaídas, perspectiva que le horrorizaba: «No nos gustaban nada esas cosas. Sabíamos que era muy peligroso; en realidad, no eran más que artilugios que nunca habían sido puestos a prueba». Pero si quería detenerse a tiempo, tendría que utilizar el paracaídas.

Al mismo tiempo, le preocupaba que el paracaídas lo frenara demasiado rápido y lo dejara demasiado lejos de su objetivo. Quería recorrer tanta zona de aterrizaje como fuera posible y, si podía, atravesar la alambrada, «no porque Howard quisiera que así lo hiciera, tampoco porque yo fuera especialmente valiente o tremendamente hábil, sino porque no quería que me diera por detrás el planeador número dos o el número tres que venían detrás de mí».

Cuando las ruedas tocaron el suelo, Wallwork le gritó a Ainsworth: «¡Ábrelo!». Ainsworth apretó el botón, el paracaídas se hinchó como una nube, «y dios mío, levantó la cola y empujó hacia abajo la rueda del morro». Entonces todo el planeador se elevó un poco en el aire, y las tres ruedas se desprendieron. «Pero el paracaídas nos tiró hacia atrás, bajó mucho la velocidad de vuelo, de modo que en dos segundos o menos le dije a Ainsworth: «Deshazte de él», y Ainsworth accionó el interruptor, el paracaídas se desprendió y seguimos avanzando a unos noventa y cinco kilómetros por hora».

El Horsa volvió a tocar tierra, esta vez con sus patines. Lanzó cientos de chispas por la fricción con el suelo; Howard y el resto de los pasajeros pensaron que eran balas trazadoras; que habían sido vistos y les estaban disparando. Y de repente, recuerda Howard, «se produjo el estrépito más infernal que puedas imaginarte, la colisión más impresionante».

El morro se había empotrado en la alambrada y la había derribado. Como consecuencia del choque, Wallwork y Ainsworth atravesaron volando el cristal delantero, atados aún a sus asientos, que se habían desprendido de sus anclajes. Quedaron fuera de la cabina, en el trozo de tierra que había justo debajo de ella. De esta manera, fueron los primeros soldados aliados en tocar territorio francés el Día D. Sin embargo, ambos habían quedado inconscientes.

Dentro del planeador, los soldados, los zapadores y el comandante de la compañía también estaban todos inconscientes. El cinturón de seguridad de Howard se había roto y había salido disparado contra el techo, golpeándolo con el casco y perdiendo el conocimiento.

Excepto por algún que otro tenue gemido, reinaba un silencio absoluto. El soldado Romer, que se paseaba de un lado a otro del puente, oyó el estruendo, pero supuso que sería un trozo de ala o de cola de algún bombardero británico (acontecimiento por otro lado bastante habitual) y siguió caminando.

Lo de la Compañía D era verdaderamente sorprendente. Wallwork y Ainsworth habían situado al 1er Pelotón exactamente donde se suponía que tenían que hacerlo. Habían representado su papel de forma realmente magnífica.

Sin embargo, todos sus pasajeros habían quedado inconscientes. Romer estaba girando por el extremo oeste del puente para comenzar a caminar hacia el este. Si llegaba a ver allí al planeador, que no estaba ni siquiera a cincuenta metros del extremo este del puente, y daba la voz de alarma, y si sus compañeros se despertaban lo suficientemente rápido, el 1er Pelotón podría ser fácilmente aniquilado dentro del Horsa.

A los hombres del planeador les pareció luego que debieron haber estado inconscientes durante varios minutos. Cada hombre luchó por recobrar el conocimiento, vagamente consiente de que tenía que cumplir con su deber y de que su vida estaba en peligro. A todos y cada uno de ellos les pareció que para despejar su mente y seguir con la misión habían necesitado mucho tiempo. Según recuerdan todos, transcurrieron varios minutos, algunos dicen tres minutos, y otros hasta cinco.

En realidad, volvieron en sí en ocho o diez segundos. Fue un momento crítico, el resultado de tantas horas, tantas semanas, tantos años de entrenamiento. Su excelente estado físico les permitió ponerse en marcha, todos sacudieron sus cabezas, se despejaron, y se pusieron alerta, ansiando continuar. Pocos boxeadores de pesos pesados hubieran podido recuperarse con tanta rapidez de semejante golpe.

Luego, lo que comenzó a dar sus frutos fue el intenso entrenamiento: automáticamente se quitaron los cinturones de seguridad, atravesaron la puerta destrozada o salieron de un salto por la parte de atrás. Una vez más, a Parr, Bailey, Gray y los demás les pareció que reinaba el caos, chocando todos entre sí en busca de una salida. Pero, de hecho, ésta fue rápida y tranquila.

Howard pensó que estaba muerto o ciego, hasta que levantó su casco y se dio cuenta de que podía ver y de que estaba bien.

Sintió un gran alivio y observó con orgullo cómo el 1er Pelotón salía del planeador. Howard salió de un salto y vio el puente ante él y el alambre de espino aplastado bajo sus pies. No había disparos. Se sintió estimulado. «Dios bendiga a esos pilotos», pensó.

No se dijo ni una palabra en voz alta. Brotheridge buscó a Bailey y le dijo, susurrándole al oído: «Pon en marcha a tus muchachos». Bailey y otros dos tenían que ocuparse de destruir el fortín de las ametralladoras. Se pusieron en marcha. Luego Brotheridse reunió al resto de su pelotón y les susurró: «Vamos, muchachos», y comenzó a correr hacia el puente.

En ese momento, aterrizó el planeador n.° 2, exactamente un minuto después del planeador n.° 1. Oliver Boland era el piloto. Podía ver el Horsa de Wallwork delante del suyo, «y no quería estrellarme contra él», de modo que Boland utilizó su paracaídas y apretó con fuerza sus frenos aerodinámicos, obligando de este modo a su Horsa a acercarse al suelo. Tuvo que virar bruscamente para evitar chocar contra el planeador de Wallwork, y al hacerlo rompió la parte de atrás de su planeador. Se detuvo justo en el borde del estanque, temblando un poco, pero consciente. Les dijo a sus pasajeros por encima del hombro: «Ya estamos aquí, moveros y haced lo que os pagan por hacer».

El jefe del pelotón, David Wood, había sido lanzado fuera del planeador por el impacto. Llevaba con él un montón de granadas, y su Sten, con la bayoneta calada (las bayonetas habían sido afiladas en Tarrent Rushton, un gesto demasiado dramático por parte de John Howard, según pensaban muchos de sus hombres). Su pelotón se reunió alrededor de él, exactamente como se suponía tenía que hacerlo, y fue hasta donde estaba esperando Howard, junto a la alambrada.

Howard y su operador de radio, tumbado en el suelo, acababan de recibir los disparos de un fusilero que estaba en las trincheras al otro lado de la carretera. Howard le susurró a Wood: «Misión número tres». Eso significaba despejar las trincheras del lado noreste, al otro lado de la carretera. Según Howard, «como una jauría de perros de caza, el pelotón de Wood lo siguió hasta el otro lado de la carretera y entraron en acción». En ese momento aterrizaba el planeador n.° 3.

Al igual que el planeador n.° 1, el n.° 3 rebotó con su paracaídas, se deshizo de él, y aterrizó con sus patines provocando una estruendosa colisión. El doctor Vaughan, que estaba sentado justo detrás de los pilotos, salió volando por la cabina; su último pensamiento fue lo tonto que había sido al ofrecerse como voluntario para estos malditos planeadores. Terminó a algunos metros del morro del planeador, totalmente inconsciente, tardó casi media hora en recobrar el conocimiento.

El teniente Sandy Smith estaba a su lado. «Salí disparado como una bala y pasé por encima de los pilotos, atravesándolo todo, y aterricé frente al planeador». Estaba aturdido, cubierto de lodo, había perdido su subfusil Sten, y «realmente no sabía qué demonios estaba haciendo». Incorporándose sobre sus rodillas, Smith levantó la mirada y vio el rostro de uno de sus jefes de sección. «Bueno —dijo el cabo en voz baja—, «¿qué estamos esperando, señor?»

«Y en ese momento —dice Smith analizando el suceso cuarenta años después—, fue donde entró en juego el entrenamiento.» Se puso de pie tambaleándose, cogió un subfusil Sten, y comenzó a avanzar hacia el puente. Media docena de sus muchachos seguían atrapados dentro del planeador estrellado; uno de ellos se ahogó en el estanque, la única víctima del aterrizaje. Eran las 00.18 horas.

En el prostíbulo de Bénouville, el soldado Bonck acababa de desatarse los cordones de las botas. En el puente, el soldado Romer acababa de pasar junto a su compañero centinela y se acercaba al extremo este. Brotheridge y su pelotón subieron el terraplén a toda prisa. Cuando dispararon contra Howard rompiendo el silencio, Romer vio aparecer veintidós soldados de las fuerzas aerotransportadas británicas, según él, literalmente de la nada. Con sus guerreras de combate camufladas y sus rostros grotescamente ennegrecidos, daban una espeluznante sensación, mezcla de salvajismo y civilización. La parte de civilización representada por los subfusiles Sten, las ametralladoras Bren, y los fusiles Enfield que llevaban en las caderas, preparados para disparar.

El grupo más decidido con el que Romer jamás se había topado se le acercaba con paso rápido. Éste pudo ver en un instante, por la forma en que los hombres llevaban las armas, por sus miradas y por el modo en que sus ojos se movían de un lado para otro, muy blancos tras las negras máscaras, que eran asesinos muy bien entrenados, decididos a salirse con la suya esa noche. ¡Quién era él para enfrentarse a ellos!, un simple colegial de dieciocho años que apenas sabía cómo disparar su fusil.

Romer giró sobre sus talones y comenzó a correr, una vez más hacia el extremo oeste, gritándole «¡Paracaidistas!» al otro centinela al pasar junto a él. Ese centinela sacó su pistola Verey y disparó una bengala; Brotheridge le disparó con su Sten y lo eliminó. Acababa de morir el primer alemán en defensa de la Fortaleza europea de Hitler.

Simultáneamente, Bailey y sus camaradas lanzaban granadas a través de las troneras del fortín de las ametralladoras. Hubo una explosión, luego grandes nubes de polvo. Cuando se despejó, Bailey no encontró a nadie dentro. Corrió hasta el otro lado del puente, para tomar su posición junto al café.

Para entonces, los zapadores estaban comenzando a inspeccionar el puente en busca de explosivos, y ya estaban cortando mechas y cables.

El sargento Hickman conducía hacia Le Port y estaba a punto de llegar a la bifurcación, en la que giraría hacia la izquierda para cruzar el puente, cuando oyó la Sten de Brotheridge. Le dijo a su conductor que se detuviera. Inmediatamente supo que era una Sten. (Hoy dice que la Sten y la Bren tenían velocidades de disparo diferentes, fácilmente reconocibles, y agrega que ambas eran notablemente inferiores a sus homologas alemanas.) Cogiendo su Schmeisser, Hickman les hizo una señal con la mano a dos de sus hombres para que se colocaran en el lado derecho de la carretera que llevaba al puente, mientras que él y los otros dos soldados avanzarían por el lado izquierdo.

El grito de Romer, la pistola Verey, y el subfusil Sten de Brotheridge se combinaron para poner en alerta a los soldados alemanes que manejaban las ametralladoras y a los que estaban en las trincheras a ambos lados del puente. Los soldados, todos conscriptos extranjeros, comenzaron a alejarse poco a poco, pero los suboficiales, todos alemanes, abrieron fuego con sus MG 34 y sus Schmeisser.

Brotheridge, casi al otro lado del puente, sacó una granada de su macuto y la lanzó a la ametralladora que tenía a su derecha. Al hacerlo, fue alcanzado en el cuello por una bala. Justo detrás de él, también corriendo, venía Billy Gray, con su ametralladora Bren en la cadera. Billy también le disparó al centinela con la pistola Verey y luego comenzó a disparar contra las ametralladoras. La granada de Brotheridge explotó, destrozando la posición en la que se encontraba una de las ellas. La Bren de Gray y los disparos de otros que cruzaban el puente, eliminaron a la otra ametralladora.

Gray estaba de pie en uno de los extremos del puente, en la esquina noroeste. Brotheridge estaba tumbado en medio del puente en el extremo oeste. Otros hombres de la sección corrían sobre el puente. Wally Parr estaba con ellos y Charlie Gardner iba a su lado. Parr se detuvo de repente en el centro del puente. Estaba intentando gritar «Able, Able», tal como habían empezado a hacer los demás hombres a su alrededor en cuanto estalló el tiroteo. Pero para su horror, «tenía la lengua pegada al paladar y no podía decir nada. La boca se me había secado, no tenía ni una gota de saliva y tenía la lengua trabada».

Sus intentos de gritar sólo hicieron que la lengua se le pegara aún más al paladar. La frustración de Parr era algo terrible de contemplar, Parr sin su voz era algo imposible de imaginar. Tenía el rostro encendido, a pesar del corcho quemado, de toser y de la furia. Con un gran esfuerzo, Parr aflojó la lengua y gritó con su intensa voz cockney: «SALID A LUCHAR, CABRONES», con una E muy prolongada. Contento consigo mismo, Parr comenzó a gritar «Ham y Jam, Ham y Jam», mientras corría por el resto de tramo de puente, luego giró a la derecha para ir a por los búnkeres, tal como le habían ordenado en Inglaterra.

La luna emergió por detrás de las nubes. Mientras lo hacía, el sargento Hickman se arrastró hasta quedar a menos de cincuenta metros del puente. Vio cómo se acercaba el l.er Pelotón, «y me dieron miedo hasta a mí, por la forma en que cargaban sus armas, por cómo disparaban, o cómo corrían por el puente. No soy un cobarde, pero en ese momento tuve miedo. Si ves un paracaidista totalmente equipado, puedes llevarte un susto de muerte. Y si es de noche y ves a un paracaidista corriendo con una ametralladora Bren, y al que viene detrás con un Sten, y no hay nadie que te cubra las espaldas —estaba solo con cuatro jóvenes que nunca habían estado en combate, de modo que no podía contar con ellos—, es normal que sientas miedo. Se trataba de mi pequeña y miserable vida. Así que lo que hice fue apretar el gatillo, dis-parar».

Le disparó a Billy Gray, mientras cambiaba el cargador de su Bren en la esquina del puente. Billy acabó de recargarla y le devolvió el disparo. Ambos hombres disparaban desde la cadera, y ambos apuntaron sus armas ligeramente alto, de modo que sus balas pasaron por encima de sus cabezas. Hickman puso otro peine en su Schmeisser y comenzó a rociar de balas el puente, mientras Billy se metía de un salto en el granero que tenía a su derecha. En cuanto estuvo dentro, apoyó su ametralladora Bren contra la pared y se puso a hacer pis.

Hickman, entretanto, se había quedado sin municiones, y además, estaba furioso con la guarnición del puente, que apenas había opuesto resistencia. Despreciaba esa clase de soldados: «Habían tenido una vida demasiado cómoda, durante todos aquellos años de guerra en Francia. Nunca habían estado en peligro, sólo hacían guardias». Los británicos, acabó diciendo Hickman, «nos habían pillado desprevenidos». Hickman decidió salir de allí. Haciéndoles señales con la mano a sus cuatro soldados, regresó al coche y partió hacia Caen a toda velocidad; cogió el camino más largo para llegar al cuartel general, que estaba a tan sólo algunos kilómetros hacia el este. De modo que Hickman fue el primer alemán en pagar el precio de la toma del puente, lo que debió haber sido un paseo de diez o quince minutos, le llevó seis horas (porque tuvo que rodear Caen, que estaba siendo bombardeada), y para cuando llegó al cuartel general para informar que habían aterrizado tropas de paracaidistas, hacía mucho ya que su comandante había recibido la noticia.

Cuando Hickman se disponía a regresar, Smith llegó corriendo por la pasarela del lado sur del puente, resoplando más de lo normal porque se había torcido la rodilla en el choque. Los hombres de Brotheridge estaban lanzando granadas y disparando sus armas; sus oponentes alemanes respondían con fuego esporádico. Cuando Smith llegó al otro lado, vio a un alemán lanzándole una granada. El alemán se giró para saltar el muro bajo del patio que rodeaba la fachada del café, Smith le disparó con su subfusil Sten. El alemán se desplomó contra el muro, muerto. Simultáneamente, explotó la granada. Smith no sintió nada, pero su cabo se acercó para preguntarle: «¿Está usted bien, señor?». Smith notó que tenía agujeros en la guerrera y en los pantalones. Luego se miró la muñeca. Ya no tenía casi carne, sólo quedaba el hueso. Lo primero que pensó Smith fue: «Vaya por Dios, se acabó el criquet». Curiosamente, el dedo que utilizaba para disparar el gatillo aún funcionaba.

Georges Gondrée se había despertado con el ruido. Gateando, se acercó hasta el alféizar de la ventana y miró con atención. Smith levantó la vista de su muñeca para observar lo que se movía y vio la cabeza de Gondrée, giró bruscamente su Sten, le apuntó, y disparó. Apuntó demasiado alto, de modo que hizo añicos la ventana y las balas impactaron en las vigas de madera, sin alcanzar a Gondrée, que huyó a toda prisa, cogió a su esposa y a sus hijas y las bajó al sótano.

Cuando el soldado Bonck oyó los primeros disparos, se puso rápidamente los pantalones, se ató las botas, se abotonó la guerrera, cogió su fusil, y salió a toda prisa del prostíbulo hacia la calle. Su camarada ya estaba allí; corrieron juntos hacia la bifurcación. Después de echarle una ojeada al tiroteo que estaba teniendo lugar, dieron media vuelta y volvieron a atravesar Bénouville corriendo hacia la carretera que llevaba a Caen. Cuando estaban ya casi sin aliento se detuvieron, hablaron de la situación, dispararon todas sus municiones, y luego corrieron otra vez hacia Bénouville, para informar, una vez más sin aliento, que las tropas británicas estaban en el puente y que habían gastado todas sus municiones antes de regresar a toda prisa para dar parte de la situación.

A las 00.19 horas, el general de brigada Poett tomó tierra; fue el primer paracaidista en llegar. No había podido orientarse durante su corta caída, y después de un suave aterrizaje se desabrochó el arnés, se recuperó del esfuerzo, miró a su alrededor, y se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. Se suponía que la torre de la iglesia de Ranville debía ser su punto de referencia, pero estaba en una pequeña hondonada en medio de un campo de cereales y no podía verla. Ni tampoco podía ver a ninguno de sus muchachos. Se había puesto en marcha a la búsqueda de algunos de sus soldados, especialmente de su operador de radio, cuando oyó los disparos de la Sten de Brotheridge. Eso fijó en su mente y, con exactitud, su punto de reunión, y empezó a avanzar hacia él, tan rápido como puede moverse un hombre por la noche a través de un campo de cereales. En el camino se encontró con un soldado.

En Inglaterra, a las 00.20 horas, el bombardero Stirling del capitán Richard Todd comenzaba a prepararse para atravesar el Canal. Todd, que tenía veinticuatro años, había dejado de lado una prometedora carrera como actor para unirse a los paracaidistas. Se había incorporado al servicio activo a comienzos del año 1941 y estaba ahora en el 7.° Batallón de la 5ta Brigada de la 1ra División Aerotransportada. El coronel del batallón, Jeffery Pine Coffin, estaba en el mismo grupo de bombarderos Stirling que Todd. Los paracaidistas estaban en camino para reforzar al grupo del golpe de mano en el puente.

Se suponía que Todd tenía que volar en el Stirling n.° 36, pero cuando su grupo salió de un salto del camión y comenzó a subir a bordo del bombardero, un oficial superior de la RAF se acercó y dijo que él también iba, y que ese avión sería el n.° 1. «Apenas protesté, y tampoco lo hice de una manera muy convincente -—dice Todd—, porque ya teníamos elaborado nuestro plan, nuestro plan de lanzamientos, pero no puedes discutir con alguien que tiene un rango superior al tuyo. De hecho, tuve suerte porque aproximadamente los primeros veinte aviones pasaron gracias al factor sorpresa. Cuando estaba allí abajo mirando cómo entraban los otros, vi cómo derribaban a más de treinta. El que me reemplazó fue derribado y se perdieron todos los muchachos que iban en él, de modo que esa noche tuve un poco de suerte.»

A las 00.20 horas, Fox y su pelotón aterrizaban sin problemas a unos trescientos metros del puente del río. Según Fox, el verdadero líder del pelotón era el sargento Thornton. «Era un hombre excepcional —dice Fox hablando de Wagger Thornton—. En el cuartel era un hombre callado y discreto que igual le daba barrer él mismo el suelo del barracón que ordenarle a otro soldado que lo hiciera, pero en combate era absolutamente de primera clase, y era él quien prácticamente comandaba el pelotón. Yo era algo así como el testaferro y hacía más o menos lo que él me decía.»

Cuando aterrizaron, Thornton le recordó a Fox que se había olvidado de abrir la puerta; cuando Fox no consiguió abrirla, Thornton le enseñó cómo hacerlo. Después de bajar y agruparse, se suponía que un cabo tenía que ponerse en marcha con la sección de vanguardia y que Fox debía seguirlos al mando de las otras dos secciones. Pero el cabo simplemente se quedó allí de pie. Fox se acercó a él para preguntarle qué sucedía; el cabo respondió que podía ver a alguien con una ametralladora. «Al diablo con eso —le respondió Fox—, pongámonos manos a la obra.» Pero el cabo siguió sin moverse.

Fox se puso en marcha. Oyó disparos de una MG 34. Todos se dejaron caer al suelo. «Mientras tanto —cuenta Fox—, Thornton, más rápido que nunca, puso en posición de tiro un mortero y llevó a cabo un fabuloso disparo, que consiguió alcanzar a la ametralladora, tras ello corrimos hacia el puente, gritando "Easy, Easy, Easy".»

Llegaron a la orilla este, con el teniente Fox al frente. No hubo oposición alguna porque los centinelas habían huido cuando Thornton disparó el mortero. Fox estaba allí de pie, jadeando y disfrutando de su victoria, y Thornton se acercó a él. Thornton dijo que había montado la ametralladora Bren en la parte interior del puente, para poder cubrir al grupo de avance. Luego le sugirió a Fox que podría ser una buena idea dispersarse un poco, en vez de estar allí todos agrupados en el extremo del puente. Fox estuvo de acuerdo y dispersó a los hombres.

A las 00.21 horas, el planeador de Sweeney estaba prácticamente tocando tierra. Sweeney gritó: «Buena suerte, muchachos. No olvidéis que en cuanto aterricemos, debemos salir sin perder un instante». Luego escuchó que el piloto del planeador decía: «Oh, maldita sea». El Horsa había tropezado con una pequeña bolsa de aire y había aterrizado antes de lo que había querido el piloto. El aterrizaje en sí fue tranquilo. Dirigiéndose a Sweeney, el piloto dijo: «Lo siento, he aterrizado unos trescientos setenta metros antes». En realidad, había aterrizado casi setecientos metros antes.

La salida fue tranquila. Sweeney reunió a su pelotón y se puso en camino a paso rápido. Sin perder el ritmo, cayó en una zanja de drenaje y quedó empapado. Salió y dobló la velocidad de marcha. Cuando él y sus hombres llegaron al puente, lo cruzaron en tromba gritando: «Fox, Fox, Fox» con todas sus fuerzas. Como no hubo oposición, Sweeney sospechó que el pelotón de Priday o bien el de Fox habían llegado allí antes que él, «pero también tenía la espantosa sensación, cuando llegué al puente, de que podían atacarnos desde abajo, que harían volar el puente con nosotros en él». Dejó una sección en la orilla oeste y cruzó al otro lado con las dos secciones restantes. Los hombres «caminaban con paso firme junto a mí, y Fox estaba allí, con sus hombres, gritando "Easy, Easy, Easy"».

«Y entonces nos detuvimos, bastante decepcionados, porque estábamos todos mentalizados para matar al enemigo con nuestras bayonetas, o para volar por los aires o algo así, y allí, al otro lado del puente, con lo único que nos encontramos fue con la inconfundible figura de Dennis Fox.»

Sweeney había visto a Fox de pie exactamente en esa misma posición en innumerables ocasiones durante las maniobras en Exeter. En esas ocasiones, la gran preocupación de Fox, al igual que la de todos los jefes de pelotón, siempre había sido los árbitros y cómo marcarían su actuación.

Sweeney fue corriendo hasta donde estaba Fox. «Dennis, ¿cómo estás? ¿Está todo bien?»

Fox lo miró de arriba abajo. «Sí, creo que sí, Tod —le respondió—. Pero no puedo encontrar a los malditos árbitros.»

Antes de las 00.21 horas, los tres pelotones en el puente del canal habían eliminado prácticamente toda la resistencia procedente de las posiciones de las ametralladoras y de las trincheras, el enemigo había sido eliminado o había huido. Los hombres que habían sido destacados previamente para realizar el trabajo comenzaron a penetrar en los búnkeres. Sandy Smith recuerda que «los pobres cabrones que estaban en los búnkeres no tuvieron oportunidad de escapar y nosotros no tomábamos prisioneros ni hacíamos el tonto, sencillamente lanzábamos granadas de fósforo y de alto poder explosivo dentro de las posiciones y le disparábamos a todo lo que se moviera».

Wally Parr y Charlie Gardner fueron los primeros en entrar en los búnkeres de la izquierda. Una vez bajo tierra, Parr abrió de un tirón la puerta del primer bunker y lanzó una granada dentro. Inmediatamente después de la explosión, Gardner atravesó la puerta abierta y roció el sitio con su subfusil Sten. Parr y Gardner repitieron el proceso dos veces; después, habiendo limpiado ya ese bunker y con los tímpanos aparentemente destrozados para siempre por la sacudida y el ruido, subieron otra vez a la superficie.

Su siguiente tarea era encontrarse con Brotheridge, para cuyo puesto de mando se había fijado el café, y ocupar posiciones de disparo. Cuando giraron en la esquina del café, Gardner lanzó una granada de fósforo hacia el lugar del que parecían provenir disparos esporádicos de armas ligeras alemanas. Parr le gritó: «No lances otro de esos malditos chismes, nunca veremos lo que está sucediendo».

Parr le preguntó a otro miembro de la Compañía D: «¿Dónde está Danny?» (Cara a cara, todo el mundo le llamaba «Sr. Brotheridge». Los oficiales lo conocían como Den. Pero los hombres lo apreciaban y se referían a él como Danny.)

«¿Dónde está Danny?» repitió Parr. El soldado no lo sabía, no había visto al teniente Brotheridge. «Bueno —pensó Parr—, estará por ahí, Danny tiene que estar por ahí.» Parr comenzó a correr rodeando el café: «Pasé corriendo junto a un tío que estaba tumbado en el suelo, en la carretera, del lado opuesto al café». Parr le lanzó una mirada mientras seguía corriendo. «Espera», se dijo a sí mismo, y volvió y se arrodilló.

«Lo miré, era Danny Brotheridge. Tenía los ojos abiertos y movía los labios. Puse mi mano bajo su cabeza para levantarla. Simplemente me miró. Sus ojos se pusieron en blanco. Dejó de respirar y cayó hacia atrás. Mi mano estaba llena de sangre.

«Simplemente lo miré y pensé: "Dios mío". En medio de todo aquello me arrodillé, le miré y pensé: "¡Qué mala suerte!". Todos los años de entrenamiento que hemos invertido para este trabajo y ha durado tan sólo unos segundos. Él seguía allí tumbado y yo no podía dejar de pensar: "Dios mío, qué mala suerte".»

Jack Bailey se acercó corriendo.

—¿Qué demonios está sucediendo? —le preguntó a Parr.

—Es Danny —respondió Parr—. Está muerto.

—Dios mío —murmuró Bailey-

Sandy Smith, que había pensado que todos serían increíblemente valientes, estaba aprendiendo algo acerca de la guerra. Le asombró muchísimo ver escondido en una trinchera y rezando a uno de sus mejores hombres, un muchacho en quien había llegado a confiar mucho durante los ejercicios y de quien pensaba que demostraría ser un verdadero líder en la batalla. Otro de sus muchachos dijo que se había torcido un tobillo en el choque y se alejó cojeando en busca de protección. Nadie lo había visto cojear antes. El teniente Smith vio truncadas muchas ilusiones en muy poco tiempo.

En el otro extremo (el este) del puente, el pelotón de David Wood estaba limpiando a fondo las trincheras y los búnkeres. Pudo realizar su tarea con bastante rapidez, puesto que la mayor parte de las fuerzas enemigas había huido. Los muchachos de Wood iban gritando «Baker, Baker, Baker» a medida que avanzaban, disparándole a todo lo que se moviera dentro de las trincheras. Enseguida comunicaron que estaban libres de enemigos. Wood descubrió una MG 34 intacta con una cinta de balas completa que no había sido disparada. Destacó a dos de sus hombres para que cogieran el arma. El resto de sus hombres ocupó las trincheras y Wood regresó para informarle a Howard que había conseguido llevar a cabo su misión.

Se alejaba de las trincheras, mientras les decía a los soldados de su pelotón: «Buen trabajo, muchachos» y «Bien hecho», cuando se oyó el estallido de una Schmeisser. Tres balas le dieron casi simultáneamente en la pierna izquierda, y Wood cayó, asustado, sin poder moverse y sangrando profusamente.

Wallwork, entretanto, había vuelto en sí, tumbado sobre su estómago debajo del planeador. «Estaba inmovilizado. Ainsworth también lo estaba y podía oírlo. Me acerqué. Ainsworth parecía estar bastante mal y sin embargo intentaba gritar. Lo único que pudo decir fue: "Jim, ¿estás bien, Jim? ¿Estás bien, Jimmy?". Estaba mucho peor que yo, estaba inmovilizado de cintura para abajo.» Wallwork le preguntó a Ainsworth si podía arrastrarse. No. «¿Si lo levanto, puedes salir arrastrándote?» Sí. «Y lo levanté. Sentí que estaba levantando todo el maldito planeador; me sentí como Hércules cuando lo levanté. Ainsworth logró salir arrastrándose.» Mientras un médico se encargaba de Ainsworth, Wallwork comenzó a descargar municiones del planeador y a llevarlas hasta donde estaban los pelotones de combate. No se dio cuenta de que tenía varias heridas importantes en la cabeza y la frente, y de que le caía sangre a raudales por la cara.

En el puente del río, la sección de Sweeney que estaba en la orilla más alejada escuchó como que se acercaba una patrulla por el camino de sirga procedente de Caen. El jefe de la sección gritó «V», el santo y seña. Pero la respuesta que obtuvo de la patrulla desde luego no fue «Por la victoria», sino algo que sonaba a alemán. Toda la sección abrió fuego y mató a los cuatro hombres. Investigaciones posteriores revelaron que uno de ellos era un paracaidista británico, uno de los exploradores que había sido capturado por la patrulla alemana, que evidentemente lo llevaba hasta su cuartel para interrogarlo.

A las 00.22 horas, Howard había instalado su puesto de mando en una trinchera en la esquina noreste del puente. El cabo Tappenden, el operador de radio, estaba a su lado. Howard intentaba hacerse una idea de cómo iba el enfrentamiento en su puente mientras esperaba informes del puente del río. La primera información que recibió fue casi desoladora: Brotheridge había caído.

«Realmente me trastornó —dice Howard—, porque era Den, porque era un buen amigo y porque mi pelotón principal se había quedado sin oficial.» La siguiente noticia fue igual de mala: Wood, su operador de radio y su sargento habían sido heridos y estaban fuera de combate. Otro ordenanza informó que el teniente Smith había estado a punto de perder una mano y que además tenía una rodilla gravemente lesionada.

Se había quedado sin sus tres jefes de pelotón, ¡y en menos de diez minutos! Afortunadamente, los sargentos estaban totalmente familiarizados con las diversas tareas y pudieron hacerse cargo; en el pelotón de Wood, un cabo tomó el mando. Además, Smith seguía activo, a pesar de que apenas podía moverse y padecía fuertes dolores. Howard no tenía oficiales en el puente del canal. El pesimismo pudo haber dado paso a la desesperación de haber sabido que su segundo jefe, el capitán Priday, y una sexta parte de su fuer/a de combate, habían aterrizado a veinte kilómetros de distancia, en el río Dives.

Howard seguía preguntándole a Tappenden:

—¿Has escuchado algo procedente del río, algo del 4.°, 5° y 6° Pelotones?

—No —seguía respondiendo Tappenden—, nada de nada.

Durante los siguientes dos minutos, hubo un cambio dramático en la naturaleza de los informes que llegaban, y por consiguiente en el humor de Howard. Primero se acercó a él Jock Neilson, de los zapadores: «No había explosivos debajo del puente, John». Neilson explicó que el puente había sido preparado para su destrucción, pero que los explosivos no habían sido colocados en sus cámaras. Los zapadores quitaron todos los mecanismos de activación y luego se unieron al combate como infantería. Al día siguiente encontraron los explosivos en un cobertizo cercano.

Saber que el puente no sería destruido fue un gran alivio para Howard. Y otra noticia igual de buena fue que los disparos estaban remitiendo, por lo que Howard podía ver, a través del humo y de la luz parpadeante de la luna, que su gente se había hecho con el control de ambos extremos del puente del canal. Justo cuando se dio cuenta de que había conseguido llevar a cabo Ham, Tappenden tiró de su guerrera. Había llegado un mensaje del pelotón de Sweeney: «Tomamos el puente sin disparar una sola bala».

La Compañía D lo había conseguido. Howard sintió una tremenda euforia y una oleada de orgullo por su compañía. «Envía ese mensaje —le dijo a Tappenden—: Ham y Jam, Ham y Jam, y sigue haciéndolo hasta el acuse de recibo.» Tappenden comenzó a gritar incesantemente: «Ham y Jam, Ham y Jam».

Tappenden transmitió el mensaje en dirección este, esperando que llegara hasta el general de brigada Poett. Lo que él y Howard no sabían era que Poett no había encontrado a su operador de radio, y que se acercaba a ellos caminando con dificultad y con la compañía de tan sólo un soldado.

Mantener el control del puente hasta la llegada del relevo. Esas eran las órdenes de Howard, pero un general de brigada y un fusilero no constituían lo que se dice un relevo.

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PUENTE PEGASUS 1

DÍA D: DE LAS 00.00 A LAS 00.15 HORAS

Era un puente de acero, pintado de gris, con una gran torre y una superestructura. A las 00.00 horas del día 6 de junio de 1944, las delgadas nubes se separaron lo suficiente como para permitir que la luna casi llena brillara y revelara el puente, mostrándolo desnudo sobre las resplandecientes aguas del Canal de Caen.

En el puente, el soldado Vern Bonck, un polaco de veintidós años reclutado por el Ejército alemán, se cuadró para saludar al soldado Helmut Romer, un berlinés de dieciocho años. Romer se había presentado para relevar a Bonck. Cuando Bonck abandonaba su servicio, se encontró con otro centinela, también polaco. Ninguno de los dos tenía sueño y decidieron ir al burdel local, en Bénouville, para divertirse un rato. Caminaron por el puente hacia el oeste, luego giraron hacia el sur (izquierda) en la bifurcación, y enfilaron la carretera de camino a Bénouville. A las 00.05 horas llegaron al burdel. Como eran clientes asiduos, en dos minutos estaban bebiendo vino barato con dos prostitutas francesas.

Junto al puente, en la orilla oeste, al sur de la carretera, Georges y Théresa Gondrée y sus dos hijas dormían en su pequeño café. Estaban en habitaciones separadas, no por elección sino para utilizar todas las habitaciones y evitar de este modo que los alemanes alojaran soldados con ellos. Era la noche número 1.450 de ocupación alemana en Bénouville.

Hasta donde sabían los alemanes, los Gondrée eran simples campesinos normandos, gente sin importancia que no les daba ningún problema. De hecho, Georges vendía cerveza, café, comida y un brebaje hecho por Madame con melones podridos y azúcar, medio fermentado, a los agradecidos soldados alemanes apostados en el puente. Había alrededor de cincuenta; los suboficiales y los oficiales eran todos alemanes y los reclutas, en su mayoría, eran conscriptos de Europa del Este.

Pero los Gondrée no eran tan simples como fingían ser. Madame provenía de Alsacia y hablaba alemán, hecho que ocultaba con éxito a la guarnición. Georges, antes de adquirir el café, había sido durante doce años oficinista en el Lloyd’s Bank de París y hablaba inglés. Los Gondrée odiaban a los alemanes por lo que le habían hecho a Francia, odiaban la vida que llevaban bajo la ocupación, temían por el futuro de sus hijas, y por consiguiente actuaban para tratar de poner fin al dominio alemán. En su caso, lo más valioso que podían hacer por los Aliados era proporcionarles información acerca de la situación en el puente. Théresa obtenía información escuchando las conversaciones de los suboficiales en el caté; se la pasaba a Georges, quien se la pasaba a Madame Vion, directora del hospital de la maternidad, quien a su vez se la pasaba a la Resistencia en Caen cuando viajaba a la ciudad para llevar material médico. De Caen pasaba a Inglaterra a través de los aviones Lysander, pequeños aparatos que podían aterrizar y despegar apresuradamente en pleno campo. “Hacía tan sólo unos días, el 2 de junio, Georges había enviado de este modo una breve e interesante noticia que Théresa había oído por casualidad, el botón que haría estallar los explosivos preparados para volar el puente se encontraba en el fortín de las ametralladoras al otro lado de la carretera, frente al cañón antitanque. Deseó que esa información hubiera llegado a su destinatario final, aunque sólo fuera porque hubiese odiado ver su puente destruido.

El hombre que daría esa orden, el comandante de la guarnición del puente, era el mayor Hans Schmidt. Éste estaba al mando de una compañía incompleta del 736.° Regimiento de Granaderos, perteneciente a la 716.a División de Infantería. A las 00.00 horas del 6 de junio, estaba en Ranville, una localidad situada a dos kilómetros al este del río Orne. Las aguas del río corrían paralelas al canal, a unos cuatrocientos metros al este, y también eran cruzadas por un puente (ocupado y vigilado por centinelas, pero sin posiciones defensivas ni guarnición). A pesar de que los alemanes esperaban la ya anunciada invasión en cualquier momento, y a pesar de que a Schmidt le habían dicho que los dos puentes eran los puntos más críticos de Normandía porque ofrecían los únicos cruces de las aguas del Orne a lo largo de la carretera costera normanda, éste no había puesto a su guarnición en máxima alerta, ni siquiera estaba presente, ya que se encontraba en Ranville ocupándose de sus asuntos. Salvo los dos centinelas apostados i-n cada puente, sus tropas estaban durmiendo en sus bunkeres, dormitando en sus trincheras o en el fortín de las ametralladoras fuera de servicio y con las prostitutas de Bénouville.

El propio Schmidt estaba con su novia en Ranville disfrutando de la magnífica comida y bebida normandas. Schmidt se veía a sí mismo como un fanático nazi, decidido a cumplir con su deber por su Führer. Pero raramente permitía que el deber interfiriera con el placer, por lo que disfrutaba de esa noche con la mayor de las tranquilidades. Su mayor preocupación consistía en la posibilidad que los partisanos franceses hicieran volar sus puentes, pero eso parecía muy poco probable a no ser que si-produjera coincidiendo con una operación aerotransportada, y los fuertes vientos y el tormentoso clima de los dos últimos días excluían la posibilidad de un lanzamiento de paracaidistas. Tenía órdenes de volar él mismo los puentes si la captura aparecía como algo inminente. Había preparado los puentes para su destrucción, pero no había puesto los explosivos en sus emplazamientos, por miedo a un accidente o a los partisanos. Puesto que sus puentes estaban casi a ocho kilómetros tierra adentro, supuso que sería avisado con la suficiente antelación de la llegada de cualquier unidad Aliada, incluso de paracaidistas, porque se sabía que éstos tardaban mucho tiempo en reunirse y organizarse tras tomar tierra. Schmidt se sirvió un poco más de vino y comida.

En Vimont, al este de Caen, el coronel Hans A. von Luck, comandante del 125.° Regimiento de Granaderos Panzer de la 21.a División Panzer, estaba haciendo informes de personal en su cuartel general. El contraste entre Schmidt y von Luck iba mucho más allá de sus actividades nocturnas. Schmidt era un oficial ablandado por varios años de cómodo servicio de ocupación; von Luck era un oficial endurecido por el combate. Von Luck había estado en Polonia en 1939, había mandado el batallón de reconocimiento avanzado de la división de Rommel en Dunkerque en 1940, había estado en vanguardia en Moscú en 1941 (en diciembre, de hecho condujo a su batallón hasta las afueras de Moscú, la penetración más profunda de la campaña) y estuvo con Rommel durante toda la campaña del Norte de África entre 1942 y 1943.

Había un contraste igual de marcado entre las unidades que comandaban von Luck y Schmidt. La 716.a División de Infantería era mediocre y estaba mal equipada; era una división estática compuesta por una mezcla heterogénea de polacos, rusos, franceses y demás reclutas, mientras que la 21.a División Panzer era la división preferida de Rommel. El regimiento de von Luck, el 125.°, era uno de los mejor equipados del Ejército alemán. La 21ra División Panzer había sido destruida en Túnez en abril y mayo de 1943, pero Rommel había conseguido sacar de la trampa a la mayor parte de los oficiales, y alrededor de ese núcleo pudo reconstruir la división. Tenía equipamiento nuevo, incluyendo tanques Tiger, vehículos autopropulsados de todo tipo, y una excelente red de comunicaciones. Los hombres eran voluntarios, jóvenes alemanes deliberadamente criados por los nazis para el reto al que estaban a punto de enfrentarse, duros, bien entrenados, ansiosos por trabar combate con el enemigo.

Esa noche había una importante actividad aérea, con los bombarderos británicos y estadounidenses cruzando el Canal para bombardear Caen. Como de costumbre, Schmidt no les prestó atención. Ni tampoco von Luck, deliberadamente, pero estaba tan acostumbrado a las imágenes y los sonidos de combate que alrededor de las 00.10 horas notó algo que ninguno de los hombres de su puesto de mando apreció. Había alrededor de media docena de aviones que iban sorprendentemente en vuelo rasante, a quinientos pies de altura o menos. Eso únicamente podía significar que estaban lanzando algo con paracaídas. Probablemente pertrechos para la Resistencia, pensó von Luck, y ordenó un registro de la zona, esperando encontrar a algún miembro de la Resistencia intentando recoger esos pertrechos.

Heinrich (ahora Henry) Heinz Hickman, un sargento del 6to Regimiento (Independiente) de Paracaidistas alemán, estaba en ese momento conduciendo un coche descubierto. Se dirigía desde Ouistreham, por la costa, hacia Bénouville. Hickman, a sus veinticuatro años, era un veterano combatiente de Sicilia e Italia. Este regimiento había llegado a Normandía hacía unos quince días; el 5 de junio a las 23.00 horas el comandante de su compañía le había ordenado a Hickman recoger a cuatro jóvenes soldados situados en puestos de observación fuera de Ouistreham y luego llevarlos al cuartel general, cerca de Bréville, en el lado este del río.

Hickman también oyó los aviones volando bajo. Llegó a la misma conclusión que von Luck, pensó que transportaban suministros para la Resistencia, y por la misma razón, como paracaidista, no podía imaginar que los Aliados llevaran a cabo un lanzamiento importante de paracaidistas utilizando sólo media docena de aviones. Siguió conduciendo hacia el puente que atravesaba el Canal de Caen.

A las 00.00 horas sobrevolaron el Canal dos grupos de tres bombarderos Halifax a siete mil pies de altura en dirección a Caen. Con toda la actividad aérea que estaba teniendo lugar en ese momento, ni los reflectores ni los artilleros antiaéreos alemanes detectaron que cada Halifax arrastraba un planeador Horsa.

Dentro del planeador de cabeza, el soldado Wally Parr de la Compañía D, del 2° de Infantería Ligera de Oxfordshire y Buckinghamshire (Ox and Bucks Light Infantry), integrada en la Brigada de Desembarco Aéreo de la 6ta División Aerotransportada del Ejército británico, dirigía los cánticos de los veintiocho hombres. Con su potente voz y un marcado acento cockney, Parr entonaba «Abby, Abby, My Boy». El cabo Billy Gray, sentado frente a Parr, apenas cantaba, porque en lo único que podía pensar era en sus ganas de orinar. En el fondo del planeador, el cabo Jack Bailey cantaba, pero también estaba preocupado por el paracaídas de frenado del planeador que debía controlar.

El piloto, el sargento jefe Jim Walhvork, de veinticuatro años de edad, miembro del Regimiento de Pilotos de Planeadores, anticipó que en cualquier momento soltarían los planeadores, porque ya podía ver la espuma rompiendo contra la costa normanda. Junto a él, su copiloto, el sargento jefe John Ainsworth, estaba intensamente concentrado en su cronómetro. Sentado detrás de Ainsworth, el jefe de la Compañía D, el comandante John Howard, de treinta y un años de edad, antiguo sargento mayor regimental que también había servido en la policía, se rió como todos cuando acabó la canción y Parr gritó: «¿El comandante ya ha guardado su botiquín?». Howard se mareaba volando y había vomitado en todos los vuelos de entrenamiento. En este vuelo, sin embargo, no se había mareado. Al igual que sus hombres, nunca antes había entrado en combate, pero la proximidad de la batalla parecía tranquilizarlo más que alterarlo.

Cuando Parr comenzó a cantar «It s a Long, Long Way to Tipperary», Howard tocó el pequeño zapato rojo que llevaba en el bolsillo de su guerrera, uno de los pequeños zapatos de su hijo Terry de dos años que había traído para que le diera buena suerte. Pensó en Joy, su esposa, y en Terry y en su hija pequeña, Penny. Estaban en Oxford, viviendo cerca de una fábrica, y deseó que no hubiera bombardeos esa noche. Al lado de Howard estaba sentado el teniente Den Brotheridge, cuya esposa estaba embarazada y lista para dar a luz en cualquier momento (otros cinco hombres de la compañía tenían esposas embarazadas en Inglaterra). Howard había convencido a Brotheridge para que se uniera a los Ox and Bucks, y había elegido su pelotón para el primer planeador porque pensaba que Brotheridge y sus hombres eran los mejores de su compañía.

Un minuto después del planeador de Wallwork venía el planeador número dos, llevando al pelotón del teniente David Wood. Y otro minuto más tarde venía el número tres, con el pelotón del teniente R. Sandy Smith. Los tres planeadores de este grupo iban a cruzar la costa cerca de Cabourg, bastante al este de la desembocadura del río Orne.

Paralelo a ese grupo, hacia el oeste y unos minutos después, el capitán Brian Priday estaba sentado con el pelotón del teniente Tony Hooper, seguido por los planeadores que llevaban a los pelotones de los tenientes H. J. Tod Sweeney y Dennis Fox. El segundo grupo se dirigía hacia la desembocadura del río Orne. En el pelotón de Fox, el sargento M. C. Wagger Thomton estaba cantando «Cow Cow Boggie» y, como casi todos los soldados en todos los planeadores, fumando un cigarrillo Players tras otro.

En el segundo planeador, con el primer grupo, al piloto, el sargento jefe Oliver Boland, que acababa de cumplir veintitrés años hacía dos semanas, la experiencia de cruzar el Canal le resultó «tremendamente emotiva». Tenía la sensación de que él era «la punta de lanza del ejército más colosal jamás reunido. Me costaba creerlo porque me sentía terriblemente insignificante».

A las 00.07 horas, Wallwork se soltó del avión remolcador y cruzó silenciosamente la línea costera. En ese preciso instante, había comenzado la invasión.

Ese día, 156.000 hombres —británicos, canadienses y estadounidenses, organizados en unas doce mil compañías— estaban preparados para llegar a Francia, por aire y por mar. La Compañía D encabezaba el ataque. No era solamente la punta de lanza de esa poderosa hueste, también era la única compañía que atacaba como una unidad totalmente independiente. Howard no tendría nadie en quien apoyarse, ni de quien recibir órdenes, hasta que cumpliera con su misión principal. Cuando Wallwork soltó el cable de arrastre, la Compañía D se quedó sola.

Al soltarse se produjo una repentina sacudida, luego un silencio absoluto. Parr y sus cantantes se callaron, el ruido del motor del bombardero se desvaneció, y de repente se impuso un silencio absoluto, roto únicamente por el silbido del viento sobre las alas del Horsa. Las nubes cubrían la luna; Ainsworth tuvo que utilizar una linterna para mirar su cronómetro, que había puesto en marcha instantáneamente cuando se soltó el cable.

Tras desprenderse de los planeadores, los bombarderos Halifax siguieron su camino hacia Caen, donde debían lanzar su pequeña carga de bombas sobre la fábrica de cemento, más como operación de distracción que como ataque serio. Durante el transcurso de la campaña, Caen fue arrasada casi por completo, quedando muy pocos edificios en pie. El único en toda la ciudad que no fue tocado fue la fábrica de cemento. «Eran excelentes pilotos remolcadores —dice Wallwork—, pero espantosos bombarderos.»

Los pensamientos de Howard iban de Joy, Penny, y Terry a su otra «familia», la Compañía D. Pensó en lo profundamente compenetrado que estaba con sus comandantes de pelotón, con los sargentos y los cabos y con muchos de los soldados rasos. Habían estado preparándose, juntos, durante más de dos años para este momento. Los oficiales y los hombres habían hecho todo lo que él les había pedido, y más. Por Dios, ¡eran la mejor compañía de todo el Ejército británico! Se habían ganado esta extraordinaria misión; se lo merecían. John estaba orgulloso de cada uno de ellos, y de sí mismo, y sintió cómo lo invadía una ola de camaradería, y en ese momento se dio cuenta de lo mucho que los quería a todos.

Luego pensó de repente en todos los peligros que les esperaban. En primer lugar, los postes antiplaneador. Las fotografías de reconocimiento aéreo tomadas en los últimos días revelaban que los alemanes estaban cavando pozos para estos postes (los Aliados los llamaban «los espárragos de Rommel»). ¿Estaban colocados los postes o no? Todo dependía de los pilotos hasta el instante en que aterrizaran los planeadores, y hasta ese instante Howard no era más que un pasajero. Si los pilotos conseguían depositar intacta a la Compañía D, a menos de cuatrocientos metros del objetivo, confiaba en que podría llevar a cabo su tarea con éxito. Pero si los pilotos se desviaban del camino aunque sólo fuera un kilómetro, dudaba que pudiera cumplir su misión. Si aterrizaban a más de un kilómetro ya no tendrían ninguna posibilidad. Si de alguna manera los alemanes veían llegar a los planeadores y les disparaban con ametralladoras, los hombres nunca alcanzarían el territorio francés con vida. Si los pilotos se estrellaban contra un árbol, un dique, o uno de los espárragos de Rommel, era probable que todos murieran justo cuando sus pies tocasen suelo francés.

Howard siempre era un mal pasajero; era la clase de tipo que prefería pilotar él mismo. En esta ocasión, mientras guiaba a Wallwork hacia el objetivo, por lo menos tuvo algo que hacer para distraerse. Ayudado por un par de hombres, el teniente Brotheridge comenzó a abrir la puerta lateral. Ésta se atrancó, y Howard tuvo que echarle una mano. Una vez abierta la puerta, miraron hacia abajo pero sólo vieron nubes. No obstante, se intercambiaron una sonrisa antes de dejarse caer en sus asientos una vez más, recordando la apuesta de cincuenta francos que habían hecho para ver quién sería el primero en saltar del planeador.

Cuando volvió a sentarse, Howard se acordó de repente de sus órdenes. Las había recibido el día 2 de mayo y desde entonces no habían cambiado en absoluto. Firmadas por el general de brigada Nigel Poett, y clasificadas «Bigot» (información altamente reservada, superior al «Top Secret»; los pocos que tenían acceso a material «Bigot»* se les llamaba «bigoted»), el texto de las órdenes de Howard era el siguiente: «Su tarea consiste en capturar intactos los puentes que atraviesan el río Orne y el canal en Bénouvüle y Ranville y mantenerlos hasta ser relevado… La toma de los puentes será una operación cuyo éxito dependerá en gran parte del factor sorpresa y de la presteza y rapidez con que se realice. Siempre que la mayor parte de su fuerza aterrice sana y salva, no debería tener muchas dificultades para vencer a la oposición que se conoce está apostada en los puentes. Las dificultades las tendrá a la hora de mantener, hasta ser relevado, el control de los puentes frente al contraataque enemigo».

El relevo llegaría de parte de los hombres de la 6ta División Aerotransportada, concretamente de la 5ta Brigada Paracaidista, y en especial de su 7mo Batallón. Aterrizarían en las zonas de lanzamiento (DZ) situadas entre el río Orne y el río Dives a las 00.50 horas.

El general de brigada Poett, al trente de la 5ta Brigada Paracaidista, le dijo a Howard que podía esperar refuerzos organizados menos de dos horas después del aterrizaje. Los paracaidistas llegarían desde Ranville, donde Poett tenía intenciones de instalar su cuartel general para la defensa de los puentes.

El mismo Poett estaba a tan sólo dos o tres minutos por detrás de Howard, volando con los exploradores (Pathfinders) que marcarían la zona de lanzamiento al grueso de la 5.a Brigada Paracaidista. El grupo de Poett estaba formado por seis aviones; éstos eran los aviones en vuelo rasante que von Luck e Hickman habían oído. Poett quería ser el primero en saltar, pero a las 00.08 horas estaba luchando desesperadamente por abrir la compuerta situada en el suelo del avión. Él y sus diez hombres quedaron atrapados en un viejo bombardero Albemarle, al que ninguno de ellos había subido nunca antes. Llevaban tal cantidad de equipamiento que tuvieron que «empujar, empujar y empujar para entrar». Luego habían pasado un muy mal momento apretándose unos contra otros lo suficiente como para poder cerrar la compuerta. Ahora, sobre el canal y casi llegando a la costa, no podían abrir la maldita puerta. Poett comenzó a temer que nunca podría salir de allí, que acabaría aterrizando ignominiosamente otra vez en Inglaterra.

En el tercer planeador, el teniente Sandy Smith sentía que el estómago se le cerraba como solía sucederle antes de una importante prueba deportiva. Tenía tan sólo veintidós años y disfrutaba con esa sensación de tensión. Estaba dominado por la típica sensación de seguridad que solía sentir antes de un partido cuando era una estrella del rugby en Cambridge. «Estábamos preparados —recuerda—, estábamos en forma. Y éramos completamente inocentes. Pensaba que todos íbamos a actuar como grandes guerreros, al son de los tambores y las bandas, y que yo iba a ser el más valiente entre los valientes. En mi mente no tenía ni la más mínima pizca de duda de que iba a ser así.»

Al otro lado del pasillo, frente a Smith, el doctor John Vaughan estaba sentado pero sin poder estarse quieto. Se inquietó claramente cuando Smith abrió la puerta. Vaughan era médico paracaidista y contaba en su haber con muchos saltos. Confiaba en el paracaídas. Pero se había ofrecido como voluntario para esta concreta misión, sin saber lo que era, y acabó en un planeador de madera contrachapada, con una puerta abierta frente a él, y ningún paracaídas. No podía dejar de pensar: «Dios mío, ¿por qué no tengo un paracaídas?».

En Oxford, Joy Howard dormía. Había tenido un día rutinario: había cuidado de Terry y de Penny, había hecho sus quehaceres domésticos, había metido a los niños en la cama a las siete de la tarde, después había pasado un par de horas escuchando la radio y arreglando los vestiditos de Penny.

En su último permiso, John había escondido su uniforme de diario en el armario de la habitación de invitados. Fue entonces cuando cogió el pequeño zapato rojo de Terry, había besado a los niños, se había alejado, y había regresado para besarlos una vez más. Antes de irse, le dijo a Joy que cuando escuchara que la invasión había comenzado, podía dejar de preocuparse, porque él ya habría acabado su trabajo. Joy notó que faltaba uno de los pequeños zapatos rojos de Terry y, buscándolo, encontró el uniforme. Sabía que la invasión era algo inminente, porque el hecho de dejar el uniforme significaba que John no esperaba cenar en el comedor de los oficiales en un futuro próximo.

Pero eso había sido hacía semanas, y desde entonces nada había sucedido. Durante dos años surgieron constantes rumores de invasión, pero no había pasado nada. El 5 de junio de 1944, Joy no tenía ninguna sensación en particular, simplemente se fue a dormir. Oyó bastante tráfico aéreo, pero como la mayoría de los bombarderos con base en los Midlands se dirigían hacia el sur, y no hacia el este, se encontraba en la periferia de la gran armada aérea y no le prestó mucha atención al ya habitual ruido. Se durmió.

En el extremo sudeste de Londres, casi en Kent, Irene Parr sí oyó y vio la inmensa flota aérea que se dirigía hacia Normandía, e inmediatamente pensó que la invasión había comenzado, en parte por el gran número de aparatos, y en parte porque Wally —en un grave incumplimiento de las normas de seguridad— le había dicho que la Compañía D iría en vanguardia y que suponía que ésta tendría lugar durante la primera semana de junio, cuando la luna estuviera en su momento más conveniente. Por supuesto, ella no sabía dónde se encontraba él exactamente, pero estaba segura de que estaba en peligro, y rezó por él. Le hubiera hecho muy feliz saber que en lo último que pensó Wally antes de abandonar Inglaterra fue en ella. Justo antes de embarcar en el Horsa de Wallwork, Wally había cogido un trozo de tiza y había bautizado al planeador con el nombre de «Lady Irene».

Wallwork había cruzado la costa al este de la desembocadura del río Orne. A pesar de ser el piloto del primer planeador, y de que el segundo y el tercero estaban justo detrás de él, no era quien guiaba al grupo hacia la zona de aterrizaje (LZ). Cada piloto estaba solo, ya que de todas formas los pilotos no podían ver los otros planeadores. Boland recuerda la sensación «de estar solos ahí arriba, en medio de un absoluto silencio, flotando sobre la costa de Francia, y sabiendo que no había vuelta atrás».

Wallwork no podía ver los puentes, ni tampoco el río y el canal. Volaba obedeciendo las indicaciones del cronómetro de Ainsworth, observando su brújula, su indicador de velocidad, su altímetro. A los tres minutos y cuarenta y dos segundos, Ainsworth dijo: «¡Ahora!», y Wallwork hizo que el planeador diera un giro de noventa grados a la derecha.

Miró por la ventana en busca de algún punto de referencia. No podía ver nada: «No puedo ver el bosque de Bavent», le dijo a Ainsworth en un susurro, para no perturbar a sus pasajeros. Ainsworth le contestó bruscamente: «Por el amor de Dios, Jim, es el sitio más grande de toda Normandía. Presta atención». —No está allí —susurró Jim lleno de furia. —Pues, de todos modos, vamos hacia allí—respondió Ainsworth. Luego comenzó a contar: «Cinco, cuatro, tres, dos, uno, bingo. Justo ahora un giro a estribor v seguimos en camino». Wallwork empujó el volante de madera y volvió a girar. Ahora se dirigía hacia el norte, a lo largo de la orilla este del canal, descendiendo a gran velocidad. Utilizando los inmensos alerones, había llevado el planeador de siete mil a quinientos pies de altura y había reducido la velocidad de vuelo de 255 a alrededor de 175 kilómetros por hora.

Por debajo y tras él, Caen estaba en llamas, víctima de los bombardeos aéreos, a lo que había que añadir las trazadoras y los reflectores que iluminaban el cielo en busca de los aparatos aliados. No veía nada ante él. Deseó que Ainsworth tuviera razón y que estuvieran en el sitio indicado.

El objetivo era un pequeño campo, de forma triangular, de unos quinientos metros de largo, con la base en el sur y la punta cerca del extremo sudeste del puente del canal. Wallwork no podía verlo, pero había estudiado fotografías y una maqueta detalladla de la zona durante tanto tiempo y con tanta dedicación que tenía en su mente la vivida imagen del lugar hacia el que se dirigía.

Estaba el puente en sí, con su superestructura y su torre de agua en el extremo este, dominando el llano paisaje. Había un fortín de ametralladoras al norte del puente, en el lado este, y un emplazamiento antitanque justo al otro lado de la carretera. Estas fortificaciones estaban rodeadas de alambre de espino. En la última reunión que Wallwork había mantenido con Howard, éste le había dicho que quería que el morro del Horsa se abriera paso a través de la alambrada. Wallwork pensó para sí que no existía ni la más remota posibilidad de que pudiera aterrizar ese enorme, pesado, aparatoso, sobrecargado e impotente Horsa, a medianoche, sobre una franja de aterrizaje virgen y llena de baches que apenas conseguía ver. Pero en voz alta le aseguró a Howard que lo intentaría. Lo que él y Ainsworth pensaban, sin embargo, era que con un frenazo tan repentino ambos pilotos podían acabar con una o las dos piernas rotas. Y estuvieron de acuerdo en que si salían de ésa sólo con las piernas rotas, habrían tenido suerte.

Además de la constante preocupación por esta situación, y por el tremendo esfuerzo que suponía volar en la oscuridad y entre nubes, Wallwork tenía otras. Cuando el avión tocara tierra su velocidad oscilaría entre los 145 y los 160 kilómetros por hora. Si chocaba contra un árbol o un poste antiplaneador, él moriría y sus pasajeros quedarían demasiado heridos o aturdidos como para llevar a cabo su tarea. Y el paracaídas también le preocupaba. Estaba en la parte trasera del planeador. El cabo Bailey lo tenía a su cargo. Wallwork había accedido a agregar el paracaídas en el último momento, porque su Horsa estaba muy sobrecargado y Howard se negaba a eliminar parte de su cargamento de municiones. La idea era que el paracaídas de freno proporcionara una parada más segura y tranquila. Pero Wallwork temía que provocara una caída en picado del planeador.

El mecanismo de control del paracaídas estaba sobre la cabeza de Ainsworth. En el momento indicado, éste accionaría un interruptor eléctrico, la escotilla se abriría hacia abajo, y el paracaídas se inflaría. Cuando Ainsworth accionara otro interruptor, el paracaídas se desprendería del planeador. Wallwork entendía la teoría; simplemente esperaba no tener que utilizar el paracaídas. A las 00.14 horas, Wallwork le dijo a Howard por encima del hombro que se preparara. Howard y los hombres cruzaron los brazos y levantaron las piernas. Casi todos pensaron lo más obvio: «Ya no hay vuelta atrás», o «ahí vamos», o «se ha acabado». Howard recuerda: «Vi cómo Jim sostenía esa maldita y enorme máquina y cómo aterrizaba justo en el último segundo; nunca olvidaré la expresión de su rostro en ese momento. Vi cómo unas inmensas gotas de sudor perlaban su frente y todo el rostro».

El segundo y el tercer planeadores estaban justo detrás de Wallwork, cada uno respetando su minuto de distancia. Sin embargo, en ese momento el otro grupo de Horsas se dividió. El planeador número cuatro de Priday había seguido el curso del río Dives en vez del Orne. Al ver un puente sobre el Dives a aproximadamente la distancia correcta tierra adentro, el piloto del cuarto planeador se preparó para aterrizar. Los otros dos Horsas, yendo en la dirección correcta, remontaron el río Orne. Localizaron un espacio abierto. Se «estrellarían», término que utilizan los pilotos de planeadores para decir aterrizar, apuntando hacia el sur, a lo largo de la orilla oeste del río, en un campo rectangular de casi mil metros de longitud.

El general de brigada Poett finalmente consiguió abrir su compuerta (en otro de los Albemarles uno de los oficiales de Poett cayó al vacío mientras abría su compuerta y se perdió en el Canal). De pie sobre el agujero en el suelo del bombardero, con un pie a cada lado, Poett no podía ver nada. Voló justo por encima de la batería de Merville, otro objetivo crítico para los paracaidistas esa noche. Pasó otro minuto, eran las 00.16 horas. El piloto pulsó la luz verde, y Poett juntó los pies y se dejó caer a través de la compuerta zambulléndose en la noche.

En el puente del canal, el soldado Romer y el resto de los centinelas estaban pasando otra noche de rutina yendo y viniendo de un extremo al otro del puente. Los bombardeos sobre Caen ya eran algo habitual para ellos; no les incumbía y no valía la pena ni siquiera echar un vistazo. Los hombres que estaban en el fortín de las ametralladoras dormitaban, como de costumbre, al igual que los soldados en las trincheras. No había nadie ocupándose del cañón antitanque.

En Ranville, el mayor Schmidt abrió otra botella de vino. En Bénouville, el soldado Bonck terminaba su vino y entraba en la habitación con su amiguita francesa. Se desabrochó el cinturón y comenzó a desabotonarse los pantalones mientras la prostituta se sacaba rápidamente el vestido. En la carretera, viniendo de Ouistreham, el sargento Hickman y su grupo se dirigían hacia el sur a toda velocidad, camino a Bénouville y el puente. En el café, los Gondrée dormían.

Wallwork estaba ya a tan sólo doscientos pies de altura y su velocidad de vuelo era inferior a los 160 kilómetros por hora. A las 00.15 horas había recorrido la mitad del tramo final. Aproximadamente a dos kilómetros de su objetivo, las nubes dejaron ver la luna. Wallwork pudo observar el río y el canal, que en ese momento le parecieron cintas de plata. Entonces el puente apareció frente a él, exactamente donde él lo esperaba. «Vale —pensó—, ya te tengo.»

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Normandía (2)

El día D, combates terrestres: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword

Capítulo 10

Los oficiales navales británicos guiaron a los soldados hacia todas las playas. Uno de ellos era el capitán Colin Madden, que un año antes había transportado por el Atlántico una flotilla de lanchas de desembarco construidas en Estados Unidos, a través de las Bermudas y Gibraltar. El día D, Madden, a bordo del buque escolta americano Lawford, se encargó de la llegada certera de la III Brigada canadiense a la playa de Juno.

Frente a la costa, se desembarcaban los tanques, hombres y suministros de cada LST directamente en la playa o en un transbordador «Rhino», en el que se desplazaban con motor hasta la playa; los transbordadores Rhino habían sido remolcados por el Canal con las LST. En ocasiones se produjeron errores: cuando un piloto Rhino vio en la playa a un soldado que gritaba y ondeaba frenéticamente una luz roja hacia él, presupuso que le indicaba el punto donde debía desembarcar la lancha. Sin embargo, el soldado intentaba advertir al piloto de la presencia de una mina en aquel punto de la costa. La lancha de desembarco tropezó con la mina y, en consecuencia, varios vehículos sufrieron desperfectos y algunos hombres resultaron heridos.

Cuando los soldados se aproximaban a la costa, salían de las lanchas de desembarco y ponían pie —o saltaban a trompicones— sobre algo que esperaban fueran zonas del litoral libres de peligro. Con frecuencia no era así, y muchos cayeron en el momento del desembarco o pocos minutos después, a causa del fuego continuo de las baterías, los fortines y los francotiradores alemanes. Aun así, al cabo de unas horas, los hombres abarrotaron las playas y se instalaron allí mientras llegaban los demás y los empujaban hacia adelante.

Cada una de las cinco playas del desembarco —Utah, Omaha, Juno, Gold y Sword— tiene sus propias anécdotas de lucha y resistencia, o de éxitos y fracasos. En Utah, al igual que en Sword, los paracaidistas lúe ron los que iniciaron el asalto, cuando todavía era de noche. La misión se confió a los hombres de la 101 División Aerotransportada, las «Águilas Chillonas», y la 82 División Aerotransportada. De los 6.600 hombres de la 101 que se lanzaron en paracaídas aquella noche, desde una y hora y media después de medianoche, en condiciones climáticas adversas, con cielo muy nuboso, sólo 1.100 llegaron a los puntos de cobertura al amanecer. Otros 1.400 llegaron a su destino al final del día. El resto aterrizó muy lejos de las zonas de combate establecidas. Pero un número suficiente consiguió llegar a la zona, o sabía qué debía hacer aunque se encontrase en un lugar erróneo, para garantizar la protección de las salidas de la playa Utah hacia la marisma, de modo que las tropas pudieran llegar a la costa y avanzar hacia el interior.

En la ciudad de Sainte-Mére-Église, objetivo de una de las zonas de aterrizaje de la 82 División Aerotransportada, detrás de la playa de Utah, un bombardeo aliado provocó el incendio de una casa grande poco después de medianoche. Mientras el alcalde y los vecinos formaban una larga cola hasta la fuente del pueblo, y se pasaban cubos de agua de mano en mano para sofocar el incendio, comenzaron a caer paracaidistas a su alrededor, «como confeti humano». Los soldados alemanes dispararon a los americanos mientras aterrizaban. Un paracaidista, John Steele, que quedó atrapado en la torre de la iglesia, fingió su muerte para evitar que le disparasen. Tras permanecer dos horas colgado, lo bajaron de allí y se lo llevaron prisionero.

El sargento de segunda Tom Rice, de la 101 División Aerotransportada, que cayó en la zona más meridional, recordaba después los momentos finales del vuelo: «El cielo se iluminó como si fuera de día: el fuego antiaéreo, las ráfagas de trazadoras rojas, verdes y blancas convergían en el lugar donde nos encontrábamos, y la lluvia de destellos delineaba nuestro perfil en el cielo mientras nos acercábamos a la zona de aterrizaje». Rice fue el primero en lanzarse desde el avión. Era la 1.31 de la madrugada. «Estábamos a unos cien metros del suelo y caíamos a una velocidad de 265 kilómetros por hora; no podíamos ralentizar la caída porque éramos un objetivo fácil. Por suerte no me dieron. […] Aparecí en un campo salpicado de canales. No me mojé, pero mi paracaídas volvió a inflarse y me arrastró hacia el canal. Corté a tiempo la línea de suspensión. No me pude librar del arnés porque llevaba un equipo excesivo. Ni siquiera logré desenfundar el arma. Al final tuve que cortar el arnés para escapar. Nos organizamos y armamos un buen lío tras las líneas enemigas hasta que llegaron las tropas transportadas por vía marítima.»

También aterrizó tras la playa de Utah el teniente Eugene D. Brierre. Tras tocar tierra, fue enviado por el general Maxwell Taylor en tres patrullas por la zona donde se encontraban. «No nos tropezamos con ningún enemigo vivo —recordaba—. En cambio, encontramos muchos alemanes muertos. Les quitamos las insignias y se las llevamos al general Taylor.» En la primera patrulla «observé que un alemán muerto llevaba una alianza matrimonial. No le di mayor importancia. En la segunda patrulla pasé por el mismo lugar y vi que le habían cortado el dedo».

Tras la toma de Pouppeville, el pueblo más cercano al lugar donde aterrizó el teniente Brierre, y a menos de una milla de distancia de la zona de desembarco inminente, «entré en una casa donde había un alemán tendido en el suelo, con un arma cerca de su cuerpo. Estaba a punto de dispararle cuando me percaté de que estaba gravemente herido. Me hizo señas para que le entregase algo. Vi que señalaba un rosario. Agarré su arma, la descargué y la coloqué en el lado opuesto de la habitación. Después cogí el rosario y se lo entregué. En su rostro se dibujó un gesto de profundo agradecimiento, y comenzó a rezar, pasando las cuentas del rosario entre los dedos. Al día siguiente supe que murió poco después».

Tres horas después de que los primeros paracaidistas americanos descendiesen detrás de la playa de Utah, los hombres del Tercer Batallón del 505 Regimiento de Infantería de Paracaidistas —parte de la 82 División Aerotransportada, bajo el mando del teniente coronel Edward C. Krause— entraron en Sainte-Mére-Église desde las zonas donde habían aterrizado. Los alemanes se retiraron. Eran las cuatro y media de la mañana. Krause izó la bandera de las barras y estrellas en el campanario de la iglesia. Los americanos liberaban una ciudad francesa por primera vez desde 1918.

En Utah hubo también algunos contratiempos, al igual que en todas las demás playas. De los 360 bombarderos estadounidenses enviados justo antes del desembarco para atacar las defensas costeras alemanas en Utah, 67 no lograron lanzar las bombas, pues la visibilidad era demasiado mala. A las tres y media de la madrugada, cuando los hombres fueron trasladados desde los buques hasta las lanchas de desembarco, muchos se rompieron las piernas al caer con el intenso oleaje desde las jarcias por las que descendían a las lanchas. El equipamiento que llevaban pesaba casi treinta kilos. Al desembarcar tres horas después, descubrieron que se encontraban más de una milla al sur del lugar donde deberían estar el comandante de división adjunto, el general de brigada Theodore Roosevelt, Jr., hijo del presidente Theodore Roosevelt y primo de Franklin Roosevelt, fue quien ocupó el mando tras desembarcar con la prime u oleada de fuerzas atacantes. En lugar de volver a embarcar para dirigí i v a la zona de desembarco establecida, decidió desplazarse por el interior. Avanzando a grandes zancadas por la playa, bastón en mano, instó a los hombres a seguir adelante.

Por sus acciones en la playa de Utah, el general Roosevelt fue condecorado con la Medalla de Honor, una de las cuatro concedidas el día I). Su mención apunta que, a pesar de su alta graduación, «guió personal mente a numerosos grupos de soldados desde la playa, por el espigón, hasta las posiciones del interior donde pudieron instalarse. […] Bajo su avezado, preciso, resuelto y tranquilo liderazgo, las tropas de asalto re dijeron puntos fuertes de la playa y en breve avanzaron hacia el interior con un número mínimo de víctimas. De este modo contribuyó significativamente a establecer la cabeza de playa en Francia». Fue el general Roosevelt quien lideró el ataque contra el blocao W5 que Rommel había inspeccionado el mes anterior. Por casualidad, los hombres arribaron a la costa en una zona menos defendida que aquella en la que pretendían desembarcar.*

El general Roosevelt murió de un ataque cardíaco poco después del desembarco de Utah. Su hermano, aviador, resultó muerto en acto de servicio durante la Primera Guerra Mundial. Cuando se creó el Cementerio Nacional Americano de la Segunda Guerra Mundial en el acantilado que domina la playa de Omaha, el cuerpo de su hermano fue traslado desde otra zona de Francia para enterrarlo a su lado. Otros ocho pares de hermanos se enterraron también allí, pero en filas distintas. Un padre y un hijo yacen también contiguos, el coronel Ollie Reed y su hijo Ollie Reed, Jr., ambos muertos en Normandía.

Una de las principales defensas alemanas en la playa de Utah era la batería de St.-Marcouf en Crisbecq. En la madrugada del 6 de junio cayeron allí unas seiscientas bombas, pero no lograron destruirla, debido a la resistencia de los recintos fortificados de hormigón, dos de los cuales se habían concluido la misma semana del día D.

Una fuerza de trescientos soldados alemanes defendía la batería. A primera hora de la mañana, cuando todavía era de noche, veinte paracaidistas americanos que aterrizaron en las proximidades —a varios kilómetros de la zona de aterrizaje prevista— cayeron prisioneros. Con las primeras luces del día la batería abrió fuego contra la flota invasora. Un destructor resultó hundido y un crucero sufrió graves desperfectos. Las fuerzas navales contraatacaron, y sus cañones pesados destruyeron los principales cañones de la batería, aunque las estructuras de hormigón permanecieron intactas, y los soldados que se encontraban en el interior, protegidos por campos minados, alambrada y diecisiete ametralladoras, hicieron frente a los americanos durante seis días, mucho después de que la batalla se hubiera desplazado varios kilómetros al sur.

Entre los hombres que participaron en la acción de Utah se encontraban ochocientos daneses, en su mayoría marineros que servían a bordo. Dinamarca estaba ocupada por Alemania desde abril de f 940. Muchos de los daneses que escaparon del país se sumaron a las fuerzas británicas. Uno de ellos, miembro del Servicio de Buques Especiales, el capitán Anders Lassen, sería condecorado a título póstumo con una Cruz de la Victoria un mes antes del final de la guerra.

En la playa de Utah, el herido John E. Dunford vigilaba la costa mientras los prisioneros alemanes eran rodeados «y encerrados en un recinto con alambrada». Eran las cinco o seis de la tarde. «Conseguí bajar hasta la orilla, donde estaban los barcos que iban a transportar a los heridos y prisioneros de guerra de regreso a Inglaterra». Mientras perdía y recuperaba la conciencia, el barco «regresaba por el Canal».

Entre las playas de Omaha y Utah había un promontorio de acantilado, Pointe du Hoc, situado a seis kilómetros de la zona de desembarco más occidental de Omaha. Los seis cañones pesados de su batería fortificada, cada uno de los cuales tenía, según los cálculos de los aliados, un alcance de 25.000 metros, representaban una amenaza para las playas de Utah y Omaha. La batería había sido atacada durante todo el mes de mayo con bombardeos diurnos, y con bombardeos continuos, diurnos y nocturnos, los días 2, 3 y 4 de junio. El reconocimiento aéreo mostraba que los daños provocados eran enormes. Pero para mayor seguridad, se llevó a cabo un nuevo bombardeo la noche del 5 al 6 de junio, seguido de un asalto de comandos realizado por los hombres del II Batallón de Tropas de Asalto. Iniciaron el ataque al amanecer, dispuestos a escalar el acantilado de treinta metros de altura. Antes de que intentasen la escalada, el ataque de dieciocho bombarderos americanos obligó a los defensores a protegerse bajo tierra. Luego, cuando las tropas de asalto comenzaron a subir por el acantilado por medio de escaleras, contaron con la poderosa y efectiva protección de dos buques de guerra aliados, el destructor americano Satterlee y el británico Talybont.

Cuando cesó el cañoneo naval, algunos defensores alemanes salieron de los búnkeres, pero en breve fueron asesinados o capturados a medida que las tropas de asalto alcanzaban la cima del acantilado. Allí se encontraron con que habían desaparecido todos excepto uno de los tan temidos cañones. El que quedaba estaba estropeado a causa de un ataque aéreo anterior. Los cinco restantes estaban escondidos en un huerto cercano, sin vigilancia. Las tropas de asalto los destruyeron con granadas.

La playa de Omaha fue el lugar donde se produjeron más contratiempos el día D. Los problemas comenzaron mucho antes del desembarco de las tropas. Mientras los buques se encontraban todavía a once millas de la costa, los hombres fueron transferidos desde los buques hasta las lanchas de desembarco. Era el doble de la distancia desde la que realizaron esa misma maniobra los británicos una hora después en sus playas, lo cual contravenía los consejos de los planificadores británicos. Once millas suponían un viaje de tres o cuatro horas hasta la playa. Por lo tanto, era todavía de noche cuando las tropas se trasladaron a la lancha de desembarco para arribar a la costa a la hora adecuada. Debido a la oscuridad, muchas lanchas de desembarco, incluidas las que trasladaban a los ingenieros encargados de eliminar los obstáculos de la playa, perdieron sus posiciones correctas en la flota.

El viaje no sólo fue más largo que el de las demás playas, sino también más peligroso a causa del mal estado de la mar. «Nunca vi unas aguas tan bravas —recordaba el sargento Roy Stevens—; el mar no cesaba de erizarse, y todo eran cabrillas a nuestro alrededor, a doce millas de la costa.»

Mientras la lancha de desembarco se encontraba todavía a 6.000 me-(ros de la costa, se lanzaron 29 tanques flotantes, pero muchos se hundieron como piedras con la tripulación en su interior. Sólo dos llegaron a la playa. La artillería necesaria en la playa se había cargado en los DUKW anfibios. Por ello eran inestables y volcaron. Más de veinte piezas de artillería acabaron en el fondo del mar.

Diez lanchas de desembarco que transportaban a la infantería hicieron agua con la fuerza del oleaje y se fueron a pique. Los hombres, que cargaban casi 30 kilos de equipamiento, tenían escasas posibilidades de supervivencia. Muchas lanchas que lograron alcanzar la costa se desviaron de su rumbo, de modo que, a causa del largo viaje, casi todos los hombres llegaron ateridos de frío, con calambres y mareos. Antes de que arribaran a la costa, los alemanes abrieron fuego contra ellos. Muchos murieron en los barcos. Otros se ahogaron bajo el peso del equipo mientras luchaban por mantenerse a flote en las aguas profundas. Pero otros fueron alcanzados por los disparos mientras caminaban a duras penas por el agua hacia la playa.

Una crónica oficial norteamericana recoge un episodio, la historia del desembarco de la Compañía Able: «Exactamente a las 6.36 de la mañana se lanzan las rampas del barco y los hombres saltan al agua en cualquier zona, desde lugares donde les cubre hasta la cintura hasta otros donde no hacen pie. Ésta es la señal que aguardan los alemanes desde lo alto del acantilado. La línea de flotación, ya tiroteada por los morteros, es recorrida de cabo a rabo por las ametralladoras desde ambos extremos de la playa». Aquella compañía concreta «ha previsto avanzar por el agua hasta la costa en tres filas desde cada bote, de manera que la fila del centro camine primero, seguida por las filas laterales a derecha e izquierda. Los primeros hombres que lo intentan quedan despedazados antes de recorrer cinco metros. Hasta los heridos más leves mueren ahogados, condenados a hundirse a causa de las mochilas sobrecargadas».

La versión oficial continúa así: «El mar se vuelve rojo. Incluso para los heridos leves que saltan en zonas de poco calado los disparos son mortales. Al ser derribados por el disparo de una bala en el brazo o al debilitarse por el miedo y la impresión, no logran ponerse de nuevo en pie y se ahogan en cuanto sube la marea. Otros heridos se arrastran hasta la costa y, al encontrar la arena, se quedan inmóviles de puro agotamiento, pero al subir la marea las aguas los cubren y los matan. Unos pocos logran abrirse paso en el enjambre de balas hasta 4a playa, donde se percatan de que no pueden quedarse allí. Regresan al agua para utilizarla como protección. Con la cara girada hacia arriba, para mantener los orificios nasales fuera del agria, se arrastran hacia tierra a la misma velocidad de la marea. Así es como se salvan casi todos los supervivientes. Los menos resistentes o menos inteligentes intentan protegerse de los obstáculos enemigos amarrados en la mitad superior de la playa, donde resultan alcanzados por el ruego de las ametralladoras. Siete minutos después de la apertura de las rampas, la Compañía Able yace inerte y sin líder».

Un miembro de una de las unidades de demolición de la playa de Omaha, Michael A. Accordino, contempló el momento en que la rampa de una lancha de desembarco de infantería recibía un tiroteo directo, «que provocó la muerte de unos cuantos hombres, mientras el resto huía despavorido, dejando a los muertos tendidos sobre la barandilla. Aquella fue una triste visión». Y añadió: «Perdía nueve amigos aquel día».

A media mañana, dos destructores aliados, que se acercaban a menos de mil metros de la playa de Omaha, bombardearon las posiciones alemanas que todavía disparaban hacia la playa. Durante el día, la III Sección de la 607 Compañía de Registro de Tumbas arribó a la costa para establecer un punto de concentración de cadáveres en la playa. Bajo la protección del fuego de los destructores, dos batallones de combate de ingenieros abrieron dos agujeros en las dunas, rellenaron la zanja antitanques y limpiaron los campos minados. Murieron 35 hombres, entre los cuales se cuentan dos hermanos, Jay B. y William W. Moreland, cuyos cadáveres nunca llegaron a aparecer.

Los hombres de los batallones de combate de ingenieros fueron condecorados, colectivamente, con la Cruz de Guerra francesa por permitir el avance de las tropas por la playa. Dado que las tropas francesas no llegaron a Normandía hasta varios días después, estos americanos fueron los primeros soldados de combate en recibir esta importante condecoración francesa en territorio galo desde 1940.

Entre los que murieron en la playa de Omaha estaban también 19 de los 34 soldados de una misma ciudad, Bedford (Virginia). Ninguna otra comunidad estadounidense ni británica perdió una proporción tan alta de soldados el día D. Eisenhower, reflexionando a posterior sobre las pérdidas de Omaha, donde perdieron la vida unos 2.000 soldados americanos —en casi todos los casos, mientras intentaban llegar a tierra—, revelo que la resistencia alemana en aquella zona «tenía el nivel que nos temíamos en todo el frente». Pero Omaha fue el único lugar donde los defensores alemanes lograron contener la fuerza invasora americana, de casi 35.000 hombres, hasta un perímetro de no más de una milla de profundidad.

En el desembarco en la playa de Juno participaron soldados canadienses, 15.000 en total, el triple de los que arribaron a Dieppe en 1942. Uno de los cinco cruceros que bombardearon las posiciones alemanas durante el desembarco de Juno era el Dragón. Entre los 13 destructores había dos canadienses, el Algonquin y el Sioux. Un destructor francés, la Combatiente, también estaba en acción aquel día frente a la playa Juno. Ocho meses después se hundió en el Mar del Norte, provocando la muerte de 65 marineros franceses y dos británicos.

A las cinco y media de la mañana, dos horas antes de que comenzara el desembarco en Juno, cuatro torpederos alemanes se abrieron paso entre la cortina de humo provocada por los aviones aliados entre las baterías alemanas de Le Havre y los acorazados que bombardeaban. Los barcos dispararon sus torpedos y regresaron a su base de Le Havre. Sólo dio en el blanco un torpedo que hundió el destructor Svenner de la Real Marina Noruega. La tripulación noruega se salvó saltando al mar.

Al igual que en Utah y Omaha, en Juno el mar estaba muy agitado, y muchos hombres se marearon mucho antes de llegar a la costa. Una vez allí, el ruido del bombardeo aéreo y marítimo era casi insoportable. Pero había momentos de tregua. Gordon Hendery, que dirigía tres de las lanchas de desembarco en la playa de Juno, donde viajaban los soldados de los regimientos Canadian Scottish y Nova Scotia, recordó un tiempo después: «Ocurrió una cosa maravillosa. De repente uno de los chicos, un sargento, se puso en pie y comenzó a cantar "Roll out the Barrel". Por un instante, se disipó el miedo de nuestros rostros y cantamos todos juntos».

Con los bombardeos aéreos y marítimos, las posiciones defensivas alemanas en la playa de Juno no habían sufrido desperfectos tan graves como pretendían los invasores. A menudo prevalecía el ingenio sobre la planificación: en una ocasión, en la playa, el conductor de una topadora silenció un fortín alemán llenándolo de arena.

Las tropas canadienses perseveraron. Antes de las diez y media, aquella mañana, un grupo de periodistas logró establecer una oficina de prensa en un hotel de Berniéres. Una placa del edificio rememora lo sucedido: «La primera oficina de prensa para periodistas, fotógrafos y fincas tas, británicos y canadienses, desde donde se emitieron los primeros informes destinados a la prensa del mundo libre». Una hora después el comandante de las tropas canadienses, el general de división R. F. 1 „ Keller, desembarcó en la costa. Aquella tarde pronunció su primera conferencia en suelo francés.

Al final del día, los canadienses de Juno habían logrado penetrar unos 22 kilómetros por el interior, nías que ninguna otra fuerza invasora. Irónicamente, podrían haber alcanzado su objetivo, el aeropuerto de Carpiquet, a las afueras de Caen, si su avance no hubiera provocado un tráfico masivo de hombres y equipamientos que intentaban penetrar en el interior desde la playa. Entre los canadienses que perdieron la vida en acto de servicio aquel día se cuentan 21 hombres de una pequeña ciudad, Londres (Ontario), que servían en el regimiento de los First Hussars. Cinco días después los First Hussars perdieron otros 61 hombres en acción, más al interior del territorio francés.

Seis mil soldados británicos desembarcaron en la playa Gold la mañana del día D. El principal objetivo del desembarco era tomar la ciudad de Bayeux y las zonas altas situadas al este y oeste de la localidad. Al principio se produjeron algunos contratiempos. En el sector central el viento era tan intenso —fuerza 5, el más intenso en toda la zona del desembarco aquel día D— con olas de más de 1,20 metros de altura, y el flujo mareal tan fuerte que gran parte de las unidades blindadas de apoyo no logró arribar a la costa. Varios tanques anfibios se perdieron antes de llegar a la playa. En un sector, tres de las lanchas de desembarco de los Comandos de Infantes de Marina Reales se hundieron al tropezar con tres obstáculos alemanes. Murieron cuarenta y tres hombres.

Uno de los que atravesaron la playa hasta el malecón bajo el fuego intenso de los morteros y ametralladoras era el capitán F. H. Honeyman, el sargento de primera H. Prenty y el soldado de primera A. Joyce. Por su valentía en el asalto de la playa, Honeyman fue condecorado con la Cruz Militar, mientras que Prenty y Joyce recibieron la Medalla Militar, en todos los casos a título póstumo, pues los tres murieron en acto de servicio cinco días después.

Durante el asalto a las defensas de la playa Gold en Mont Fleury, el brigada Stanley Hollis recibió la Cruz de la Victoria —la única concedida el día D— por hostigar un fortín alemán cuyos ocupantes podían disparar a la retaguardia de las tropas británicas mientras éstas avanzaban. Hollis disparó su Sten en el interior del fortín, saltó sobre el tejado, re-cargó el arma, lanzó una granada por la puerta, mató a dos alemanes, y se llevó prisioneros a los 26 restantes. Aquel mismo día, en el pueblo de Crépon, a unos tres kilómetros hacia el interior, Hollis rescató, gracias •A una maniobra disuasoria, a dos de sus hombres que estaban atrapados en una casa, desde donde continuó disparando un arma Bren a la vista de los alemanes, que mientras le disparaban no veían a los dos hombres que regresaban al frente británico.

Cuando las tropas desembarcaron en Gold, las radios del cuartel general de un destacado batallón fueron destruidas por la artillería alemana, lo cual imposibilitó que el batallón solicitase fuego de apoyo desde los barcos o aviones. Pero los contratiempos de la cabeza de playa se superaron gracias al valiente asalto continuo de las tropas que estaban en la costa. Tomaron los bastiones alemanes y contuvieron un ataque de los tanques alemanes. Tras llegar por tierra a Arromanches, las tropas británicas controlaron el pequeño puerto al final de la tarde, preparándolo así para la llegada del puerto Mulberry.

Aquella tarde, ante el temor de un contraataque alemán, los comandantes británicos en Gold no dieron la orden de avanzar hacia el objetivo, Bayeux, que permanecía en manos alemanas. Pero se aseguraron el control de la cabeza de playa. Aquella tarde el primer puerto Mulberry zarpó de Gran Bretaña con rumbo a Arromanches. Sus estructuras se transportaron por el Canal con 150 remolcadores —británicos, americanos y holandeses—, cuyas chimeneas llevaban la marca «M» de Mulberry.

En la playa Sword, donde el objetivo de aquel día era la ciudad de Caen, pasaban dieciséis minutos de la medianoche cuando los primeros planeadores británicos, tras ser remolcados sobre el Canal con bombarderos Halifax y liberados a 8.000 pies sobre la costa de Normandía, comenzaron a aterrizar en el objetivo, cerca de los puentes del río y del Canal Orne.

El primer hombre que llegó a tierra fue el mayor John Howard, de la Infantería Ligera de los Ox and Bucks. Cuatro minutos después, los paracaidistas exploradores aterrizaron en la zona para marcar las zonas de aterrizaje de otros planeadores. El primero de estos paracaidistas era el teniente Robert de Latour, que murió dos semanas después.

El ataque sobre el puente en el Canal Orne fue dirigido por el teniente Dan Brotheridge, que había aterrizado con sus treinta hombres en el planeador número 1. Lograron tomar el puente, pero Brotheridge murió, y su lápida en el cementerio cercano de Ranville lo describe como el primer soldado inglés que cayó en acto de servicio. Tenía 29 años. Las palabras grabadas en su lápida dicen: «Desde la amargura de la guerra, halló la paz perfecta». Junto a él, en el mismo cementerio, está la tumba de un soldado alemán desconocido. La toma del puente sobre el Canal Orne obligó al comandante de la compañía alemana local en Bréville a desviarse seis horas por Caen, en su recorrido para avisar al cuartel de su compañía, situado a sólo diez minutos al otro lado del puente.

En el flanco oriental de Sword, las tropas canadienses de la III Brigada de Paracaidistas —miembros del Primer Batallón de Paracaidistas Canadienses— emprendieron una misión de destrucción de puentes, tras aterrizar cerca de Varaville y Robehomme a las dos y media de la madrugada. Aunque, al igual que muchos otros paracaidistas aquel mismo día, éstos aterrizaron en una zona mucho más amplia de la prevista, lograron reagruparse y llevar a cabo su misión, volando los puentes del río Dives. En el pequeño cementerio del pueblo de Toufreville está la tumba del cabo E. O’Sullivan, que murió aquel día. Tenía 20 años. El pueblo homenajeó su memoria otorgando su nombre a la plaza de la iglesia. Otro de los paracaidistas canadienses, Dennis Flynn, resultó herido durante el ataque. Tras un período en el hospital se reunió con los paracaidistas y volvió a saltar en marzo de 1945, durante la Operación Varsity, en el cruce del Rin. En aquella ocasión se destrozó la pierna con el fuego de las ametralladoras alemanas, mientras escoltaba a dos prisioneros alemanes que cruzaban el río de regreso. Más tarde recordaba que sólo había saltado tres veces en paracaídas: una para practicar, otra el día D, y la tercera para cruzar el Rin.

Durante los aterrizajes de paracaidistas canadienses cerca de Varaville, dos aviones de transporte de paracaidistas fueron abatidos cerca del pueblo de Grangues. Los seis miembros de la tripulación y diecinueve paracaidistas murieron. Un segundo avión realizó un aterrizaje de emergencia a menos de cien metros del primero. Murieron cuatro miembros de la tripulación y cuatro paracaidistas, y los demás resultaron gravemente heridos. El cháteau cercano al lugar donde se estrellaron los aviones estaba ocupado por los alemanes, que se llevaron a los supervivientes heridos del segundo avión a unas caballerizas. Allí se juntaron en cautividad con los supervivientes de un planeador accidentado en las proximidades. En total, 44 soldados, marineros y aviadores murieron. Más tarde, aquel mismo día, ocho de los prisioneros de guerra fueron fusilados. Los alemanes dijeron a los vecinos del pueblo que había habido un intento de fuga. Enterraron a los ocho en una trinchera, donde los identificó en 1945 un equipo de médicos británicos.

Las tropas británicas de los planeadores que llegaron a los puentes de Orne poco después de medianoche contaron con el refuerzo de los paracaidistas una hora después. Muchos se desviaron con los fuertes vientos, pero el oficial al mando, el teniente coronel de aciago nombre Geoffrey Pine-Coffin (su apellido significa «féretro de pino»), ordenó a su corneta que concentrase el máximo número de hombres posible; unos doscientos respondieron a la llamada. Antes de las tres de la madrugada definieron un perímetro en torno a los dos cruces.

Los soldados alemanes combatieron con tenacidad desde los prime-ros momentos del aterrizaje de planeadores y paracaidistas. Pero no lograron impedir que las tropas británicas irrumpiesen en la batería de Merville, situada a un kilómetro y medio por el interior, mientras la playa era un polvorín. Los hombres del IX Batallón de Paracaidistas se lanzaron veinte minutos después de la medianoche, y muchos cayeron fuera de la zona prevista. A las 2.20 de la madrugada sólo había llegado a la zona la cuarta parte de los que se habían lanzado dos horas antes. Su comandante, el teniente coronel Terence Otway, que había aterrizado en la zona correcta, estaba decidido a alcanzar a toda costa el objetivo. Tras ponerse en marcha con todos los hombres que pudo reunir, llegó a la batería de Merville a las 4.20 de la mañana. Tras ello vino un encarnizado combate y la invasión de la batería. Cuarenta minutos después Otway informó sobre aquella victoria al general Richard («Windy») Gale, el comandante de su división, con señales de humo y palomas mensajeras. Cuando examinaron la batería, observaron que los cañones pesados que supuestamente contenía, con potencia para bombardear la cabeza de playa, nunca se habían instalado allí.

Una vez invadida la batería de Merville, los alemanes se concentraron en controlar el pueblo de Ranville, a unos ocho kilómetros por el interior. Sin embargo, al cabo de pocas horas fueron expulsados del lugar.

Hoy la iglesia del pueblo exhibe una placa clónele se recuerda que Ranville fue el primer pueblo francés liberado. Así se puso fin a cuatro años de régimen nazi, y el general Gale estableció su cuartel general en un cháteau cercano.

Los alemanes estaban decididos a no abandonar. Más adelante, aquel mismo día, recuperaron la batería de Merville, que controlaron hasta el día siguiente, cuando fue de nuevo invadida por las tropas del Comando número 3. Cuando los hombres de la 21 División Panzer atacaron el puente del Canal de Orne durante la tarde del día D, fueron dispersados por los planeadores y paracaidistas del mayor John Howard, que habían aterrizado al final de la mañana. Los paracaidistas del flanco oriental de la playa Sword combatieron sin tregua durante 21 horas contra los tenaces adversarios alemanes hasta que al fin controlaron el área próxima a las zonas de desembarco y aterrizaje. El general Gale apuntó posteriormente la siguiente reflexión: «Los hombres estaban cansados, pero satisfechos y orgullosos de sus logros».

Cuando los comandos aerotransportados controlaron los dos puentes del Orne y la batería de Merville, y destruyeron los puentes del río Di-ves, llegó el momento del desembarco propiamente dicho. Entre las tropas que cruzaron el Canal durante la noche y combatieron al aproximarse a la costa, se encontraban 500 hombres del Comando número 4, que desembarcó a las 8.20 de la mañana. Eran los primeros que desembarcaban en la playa Sword. Muchos habían sufrido graves mareos durante la travesía, primero en dos vapores y después en la lancha de desembarco. Uno de los oficiales, el mayor Patrick («Pat») Porteous, había sido condecorado con una Cruz de la Victoria en Dieppe. El barco en el que viajaba se había llenado de agua con el oleaje. «La aproximación a la playa fue un infierno —señaló posteriormente—, pero cualquier cosa era preferible a aquel barco espantoso. Cuando se abrieron las rampas frontales, el barco se hundió en un metro de agua.»

A las 8.40 de la mañana, veinte minutos después de que los hombres del Comando número 4 arribasen a la costa, los siguieron el brigada Lord Lovat y el Comando número 6. Lovat rae el primero en llegar a la costa, seguido de Piper Bill Millin, que posteriormente describió su llegada. «Lovat entró primero en el agua […] —recordaba Millin—. Le seguí muy de cerca […]. Es un hombre de uno ochenta de estatura y, por supuesto, el agua le llegaba a las rodillas. […] Pensé que para mí estaría bien, así que salté al agua y me llegaba a la cintura […] de todas formas logré avanzar y luego comencé a tocar la gaita. Toqué "Higland Laddie" en dirección a la playa, que estaba envuelta en un intenso tiroteo. En aquel momento había varios […] tres […] tanques en llamas; varios cadáveres flotaban en la orilla, boca abajo, y se mecían adelante y atrás con la marea. Algunos cavaban frenéticamente […] otros estaban en cuclillas tras un malecón bajo. Nadie podía salir de la playa. El camino y las salidas eran un polvorín.»

Millin corrió a refugiarse en una de las salidas de la playa, «un camino estrecho», según recordaba, «y llegué allí, justo detrás de un grupo de soldados que estaban destrozados […] unos nueve o doce […] no paraban de gritar, y al verme con la falda escocesa y la gaita me pidieron a gritos: " Jock! ¡Trae al médico!". Entonces miré a mi alrededor y para mi estupor vi aquel tanque que salía de una lancha de desembarco con los maya-les en funcionamiento, avanzando directo hacia el camino. Intenté llamar la atención del comandante […] tenía la cabeza fija en la tórrela […] pero no prestó atención, siguió adelante y aplastó todos los cuerpos».

Mientras los comandos seguían inmóviles en la orilla, tumbados boca abajo, Lovat pidió a Millin que tocase. «Me pareció bastante ridículo —recordaba Millin— tocar la gaita y entretener a la gente igual que en las playas de Brighton en tiempos de paz. De todas formas […] empecé a tocar y a desfilar arriba y abajo. El sargento vino corriendo y me dijo: "¡No sigas, imbécil! Estás llamando la atención hacia todos nosotros". De todas formas continué desfilando arriba y abajo hasta que nos mar-chamos de la playa.»

Poco después del desembarco, el Comando número 4 venció a los defensores alemanes, se reagrupó y avanzó hasta la ciudad de Ouistreham. El bastión alemán en la localidad, centrado en el casino, fue tomado por las tropas francesas libres del Comando Interaliado número 10, lo cual permitió que las tropas presentes en el pueblo continuasen la marcha hacia el interior. La versión del propio Comando recuerda el elevado número de bajas de los alemanes, «que opusieron resistencia desde las fortificaciones y camuflaron con astucia los blocaos». Los emplazamientos de cañones de hormigón alemanes «habían soportado el terrible bombardeo aéreo y naval, y se produjeron fuertes tiroteos» antes de que sus posiciones se hiciesen insostenibles «y se rindiesen varios», los primeros prisioneros de guerra alemanes de Overlord.

Con el Comando número 4 desembarcó también un corresponsal de guerra de Reuters, Doon Campbell. Como le faltaba la parre inferior del brazo izquierdo por un defecto de nacimiento, estaba exento del servicio militar. Agazapado en una zanja durante tres horas, envió sus mensajes desde Normandía con la mano derecha. Iba a quedarse con las tropas de primera línea en Francia, Bélgica y Alemania. En abril de 1945 envió a su diario un testimonio directo de la liberación del campo de concentración de Belsen.

Los hombres y las máquinas llegaron a la playa de Sword a lo largo del día. Alf Freeman, artillero de un cañón antitanque motorizado, re-cuerda que él y el resto de la tripulación de su cañón de 76 milímetros «recibimos la orden de desembarcar en una zona de 1,80 metros o más de profundidad, de modo que tuvimos que "taponar" el motor, como se suele decir, tuvimos que proteger todas las partes eléctricas, los en-chufes, el distribuidor, los plomos y el carburador. Y sucede que tuvimos mucha suerte, porque cuando descendimos al agua por la rampa del buque de desembarco de tanques, sólo había 40 o 60 centímetros de profundidad, y el motor estaba situado en una posición muy alta, con ruedas altas y neumáticos gruesos, de modo que el agua apenas afectó al motor. Condujimos por la playa entre dos cintas blancas hacia la tierra de Normandía».

Frente a la costa estaba fondeado un crucero francés, el Courbet, que fue uno de los barcos remolcados por el Canal, sin motor ni cañones, sólo cargado de hormigón, para formar el rompeolas Gooseberry necesario para proteger la lancha de desembarco. Era uno de los buques de guerra que habían participado en el ataque naval anglo francés de los Dardanelos en 1915. En junio de 1940 contribuyó a la evacuación británica desde Cherburgo, cubriendo la zona con sus cañones. Ante la playa de Sword, inmóvil, enarboló la bandera francesa tricolor y la Cruz de Lorena de la Francia libre. Los alemanes, creyendo que tenía capacidad para combatir, lo bombardeaban constantemente, e incluso lo torpedearon. Se aferraban a la creencia de que era un barco de combate junto a otros barcos de la fuerza naval aliada, que disparaban desde detrás de él contra las baterías costeras alemanas.

En Lion-sur-Mer, entre las cabezas de playa británicas y canadienses, los defensores alemanes contenían el avance del Comando de la Royal

Navy número 41, que tenía la misión de enlazar las dos cabezas de playa. El cañoneo naval no logró desplazar a los alemanes, que todavía mantenían su posición al final del día.

Un bastión alemán situado a unos cinco kilómetros de la playa de Sword por el interior, un bunker de hormigón conocido por los atacantes como «Hulmán», refrenaba el avance. Los británicos tardaron seis horas en vencer a los defensores. Veinte de los atacantes —hombres del Regimiento Suffolk— murieron en el asalto. Las tropas de refuerzo en-viadas para tomar Hillman desviaron unidades blindadas desde el lugar de la ofensiva hacia Caen. En el marco de aquella ofensiva, a la una de la tarde un ataque de diez minutos con bombas incendiarias británicas contra Caen provocó la muerte de muchos civiles. A las 4.25 de la tarde, los británicos lanzaron otro asalto incendiario en el que murieron más ciudadanos, y la funeraria donde el municipio había almacenado quinientos féretros para «emergencias graves» quedó reducida a cenizas. El primer concejal observó en su diario: «No tendremos ni un solo ataúd para enterrar a los muertos».

Los alemanes no abandonaron la ciudad de Caen, a pesar de los bombardeos. Para impedir la sublevación francesa, ejecutaron a más de ochenta miembros de la Resistencia que estaban retenidos como rehenes en la prisión de Caen.

Caen no cayó en manos de las fuerzas aliadas aquel mismo día; de hecho, permaneció bajo control alemán durante más de un mes. Al anochecer del día D, las tropas británicas más cercanas se encontraban todavía a ocho kilómetros de su objetivo. Luego, a las siete de la tarde, contraatacaron los alemanes: las tropas Panzer avanzaron hacia las playas y llegaron a la costa del Canal en un punto comprendido entre las playas británicas y canadienses. Si Rommel hubiera estado en su cuartel general aquel día, tal vez habría enviado antes esta unidad. Pero no recibió la noticia del desembarco aliado hasta las diez y cuarto de la mañana, más de tres horas después de que los americanos hubieran empezado a abrirse camino hacia la costa. Inmediatamente voló de regreso a Francia, tras recibir órdenes de Hitler de empujar a los invasores «de nuevo al mar» antes de medianoche. Sin embargo, a medianoche 155.000 aliados estaban ya en la costa.

Seis tanques alemanes llegaron a la costa del Canal aquella tarde, en un punto todavía patrullado por unidades alemanas y defendido por los cañones costeros germanos. Pero a medida que se concentraban más tanques para aumentar la resistencia, fueron víctimas de un error inusitado. Por el camino, en dirección oeste a este, volaban en masa los aviones y planeadores aliados de la VI Brigada de Aterrizaje, parte de la VI División Aerotransportada. Estas tropas se desplazaban hacia un punto de aterrizaje situado a 8 kilómetros de allí. Pero el comandante de la unidad Panzer se convenció de que aquella masa de hombres iba contra él, y que aquel era un «contraataque aéreo» deliberado. En consecuencia, se retiró, llevándose los seis tanques que ya estaban en la costa expuestos y encalladlos.

Los alemanes no habrían podido mantener el control de la costa durante mucho tiempo. La potencia de los cañones navales británicos era masiva. Un cañón naval de 15 pulgadas que provocó la muerte y destrucción de los defensores alemanes en la playa de Sword y en sus alrededores se había disparado por última vez en la Batalla de Jutlandia de 1916. Centenares de soldados alemanes murieron por aquellos lejanos proyectiles, ante los cuales no tenían defensa alguna.

Las Fuerzas Aéreas alemanas eran incapaces de prestar ayuda a los Panzer. Mientras los aliados realizaron 10.000 salidas aéreas el día D, frente a las 139 de las Fuerzas Aéreas alemanas, que en otro tiempo se consideraron la punta de lanza de la invasión de Gran Bretaña, y que únicamente lograron derribar un avión aliado. Pero los Panzer no se daban por vencidos. A tres kilómetros de la costa, cerca de Douvres-la-Délivrande, se encontraba una unidad de radar alemán sumamente fortificada. Allí se reunieron los Panzer, y allí combatieron sin intención de replegarse. Se aferraron a aquel bastión durante once días más, y se convirtieron en una espina en el costado de las tropas que avanzaban. Pero al final fueron derrotados.

En el cementerio militar cercano hay infinidad de hileras de tumbas alemanas. También yace allí un soldado de Lancashire, Gunner Clayton. Cincuenta años después, Gunner Connell, que estaba a su lado cuando Clayton murió, hizo su primer peregrinaje de regreso a Normandía. Junto a la tumba pronunció dos palabras, «Amigo mío», y lo recordó en silencio.

La noche del 6 de junio el diario londinense Evening News publicó el siguiente titular victorioso: «Monty lidera la invasión. Los tanques avanzan más allá de Caen». Pero no era así. Los alemanes todavía controlaban Caen y no tenían intención alguna de ceder. A las nueve y media de la noche, Montgomery, comandante en jefe de las fuerzas que ya estaban en la costa y de las que se preparaban para desembarcar en los días siguientes, cruzó el Canal en un destructor británico. No desembarcó, sino que se reunió con sus dos comandantes, el general Bradley y el general Dempsey, que estaban a bordo de un barco frente a la costa. Luego Montgomery pasó la noche en un destructor de la Royal Navy.

A pesar de los duros combates de las playas, el número de víctimas aliadas del día D fue relativamente bajo. De los 150.000 hombres que se lanzaron en paracaídas, aterrizaron en planeador o desembarcaron por vía marítima, se calcula que murieron 4.572.* Churchill confió lo siguiente a Stalin: «Esperábamos perder 10.000 hombres». En la Primera Guerra Mundial, el primer día de la Batalla del Somme, murieron 20.000 soldados. Entre los muertos del día D había 359 canadienses; en 1942 perdieron la vida más de 900 canadienses en Dieppe.

La primera noticia del desembarco de Normandía llegó al cuartel general supremo alemán de Berchtesgaden hacia las tres de la madrugada del 6 de junio. No despertaron a Hitler. Tres horas después, a medida que llegaba más información por teléfono, el general Gunther Blumentritt, jefe de estado mayor para el comandante en jefe occidental (Von Rundstedt), informó al general Warlimont de que «con toda probabilidad ésta era la invasión y Normandía era, al parecer, la zona».

Tras reconocer la gravedad del desembarco, el general Blumentritt, en nombre de Von Rundstedt, instó a que las reservas controladas por el Alto Mando de las Fuerzas Armadas (OKW), constituidas por cuatro divisiones motorizadas o blindadas, se liberasen de las zonas donde se concentraban y se desplazasen a posiciones más próximas a las playas. El general Warlimont telefoneó de inmediato al general Jodl, jefe de la rama de operaciones del Alto Mando de las Fuerzas Armadas alemanas. «Pronto nos percatamos —observa Warlimont— de que Jodl estaba bien informado, pero a la luz de los últimos datos no estaba totalmente convencido de que aquella fuera la invasión real. Por lo tanto, no consideraba que hubiera llegado el momento de utilizar nuestras últimas reservas», y opinaba que Von Rundstedt debía «intentar resolver primero la situación» con las fuerzas de Rommel. De este modo habría tiempo, en opinión de Jodl, «para clarificar si la operación de Normandía no era un ataque previo disuasorio de la principal operación por el estrecho de Dover».

Warlimont apunta también que Jodl tomó su decisión «bajo su propia responsabilidad o, en otras palabras, sin consultar a Hitler; a partí r de entonces, aquello fue motivo de acerbas acusaciones contra el OKW. La derrota alemana en Normandía, con todas sus fatales consecuencias, se debió fundamentalmente, según la opinión popular, a la decisión de no liberar las reservas del OKW».

Hasta las 10.30 de la mañana el personal del cuartel general de Rommel en La Roche-Guyon no consideró que la situación estuviese suficientemente definida para informar a Rommel, que todavía se encontraba en Alemania. Otros tres oficiales destacados se encontraban también lejos de sus puestos: el general Schlieben, comandante de la fortaleza de Cherburgo, estaba en un curso de entrenamiento en Rennes; el general Feuchtinger, comandante de la 21 División Panzer —las mejores tropas destacadas en Normandía— estaba de permiso en París, junto con su jefe de operaciones.

En toda la mañana del 6 de junio, las diversas partes del cuartel general supremo alemán en Berchtesgaden permanecían en contacto sólo por teléfono. El general Jodl y sus asesores se encontraban allí también, en la pequeña cancillería del Reich. El personal de Jodl estaba en otro edificio. Hitler permanecía en su residencia de Berghof. A mediodía los principales oficiales de Berchtesgaden celebraron la reunión informativa diaria con Hitler. Pero en aquella ocasión, la reunión no se celebró en Berchtesgaden, donde estaba todo el personal militar relevante, sino a una hora por carretera de allí, en el castillo de Klessheim, al norte de Salzburgo.

El motivo de este desplazamiento era que Hitler aguardaba una visita de estado húngara. El primer ministro húngaro, el general Dome Sztójay —ex agregado militar húngaro en Berlín— iba a ser recibido con todos los honores. A causa de las noticias provenientes de Normandía, la reunión informativa, que cuando estaban presentes visitas oficiales no era más que un «paripé» formal, fue precedida de una conferencia preliminar en una sala contigua al vestíbulo del castillo. La necesidad de una mano que guiase la situación era urgente.

«Muchos de los presentes y yo estábamos nerviosos por las consecuencias de los tremendos acontecimientos que se producían—recordaba el general Warlimont—, y mientras contemplábamos los mapas y cartas aguardábamos con inquietud la llegada de Hitler y las decisiones que iba a tomar. Las expectativas ambiciosas estaban condenadas a la decepción. Como solía ocurrir, Hitler decidió fingir. Al acercarse a los mapas, se rió entre dientes de manera despreocupada y se comportó como si aquélla fuera la oportunidad que aguardaba desde hacía tiempo para ajustar cuentas con su enemigo. En un inusual acento austríaco cerrado, dijo: "O sea que allá vamos". Después de breves informes sobre los últimos movimientos nuestros y del enemigo subimos al piso siguiente, donde se representó la función ante los húngaros.» Warlimont añadía que «la habitual sobrevaloración de las fuerzas alemanas y la confianza en la "victoria final" eran más repelentes de lo normal».

Hitler, convencido de que el desembarco de Normandía no era el segundo frente «verdadero», no sabía si debía dedicar todos sus recursos a la cabeza de puente. Durante el 6 de junio se dieron órdenes secretas a todas las unidades navales alemanas, advirtiéndoles de que se preparasen para ataques por sorpresa en zonas distintas de Normandía. Este mensaje se descifró en Bletchley aquella misma tarde, lo cual dio a los aliados la seguridad de que el 7 de junio, el día D más uno, no se enfrentarían a toda la fuerza del ejército alemán.

El día D presenció el lanzamiento de la Operación Houndsworth, cuando dos miembros del Servicio Aéreo Especial británico (SAS), Johnny Cooper —que aquel día cumplía 24 años— y Reg Seekings, se lanzaron en la región francesa de Morvan como avanzadilla del Escuadrón «A» del Primer Regimiento del Servicio Aéreo Especial. Sus instrucciones consistían en establecer una base entre Loira y Dijon, entablar contacto con la Resistencia francesa, armarla, entrenarla y ayudarla a bloquear las líneas de suministro alemanas y las líneas ferroviarias francesas, con el fin de ralentizar el traslado de refuerzos hacia la cabeza de playa de Normandía. Iniciaron su misión pocas horas después del desembarco.

En el interior de Francia, casi treinta mil combatientes de la Resistencia aguardaban la llamada a las armas, tras haber sido equipados masivamente por los paracaidistas británicos. Entre las armas contaban con decenas de miles de fusiles Sten y unas 250.000 granadas. A medida que recibían las noticias del desembarco aliado, a través de las radios clan-destinas y también por los rumores que circulaban, los combatientes de la Resistencia recogieron las armas de los depósitos ocultos e iniciaron sus actos de sabotaje contra la red de ferrocarril, esencial para el desplazamiento de las tropas alemanas al campo de batalla.

Para muchos, el día D no fue sólo un momento decisivo, sino una jornada de supremo alivio. En palabras de un muchacho canadiense de 15 años, Morley Wolfe, que ya se había integrado en el Escuadrón Real de Cadetes Aéreos canadienses: «Para mí el 6 de junio de 1944 rae el final de mi guerra. No necesitaba preocuparme ni prepararme para el servicio militar, sólo seguir los acontecimientos hasta la victoria final».

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NORMANDÍA (1)

El día D: desde medianoche hasta el alba

Capítulo 9

El 5 de junio, cinco minutos antes de medianoche, los soldados británicos de infantería, miembros de la VI División Aerotransportada, aterrizaron en planeador en el pueblo de Bénouville, nueve kilómetros al norte de Caen. Comenzaba la Operación Overlord. Antes del amanecer, 18.000 paracaidistas británicos, estadounidenses y canadienses aterrizaban detrás de las playas de Utah y Sword para controlar los puentes y los puntos fuertes, además de interceptar las líneas de comunicación alemanas.

Durante la noche del 5 al 6 de junio los 3.000 primeros buques de guerra aliados de un total de 7.000 —británicos, estadounidenses, canadienses, polacos, holandeses, noruegos, franceses y griegos, las fuerzas conjuntas de la Operación Neptuno— atravesaron el Canal de la Mancha, trasladando el primer contingente de los más de 150.000 hombres que iban a desembarcar durante el día. A medida que se aproximaba esta inmensa flota a las playas normandas, se puso en marcha una nueva serie de engaños para desviar la atención de los alemanes hacia otros posibles destinos. Un primer engaño consistió en utilizar lanchas y señales de radio para simular el movimiento de un gran convoy en un falso asalto contra las playas comprendidas entre Le Havre y Dieppe. El segundo engaño, diseñado para insinuar una amenaza de desembarco anfibio similar al este de Le Havre, se llevó a cabo con lanchas de motor frente a la costa de Harfleur. Y el tercero, llamado Operación Glimmer, adoptó la forma de un bombardeo aéreo sustancial contra las fortificaciones de Pas-de-Calais.

Una cuarta maniobra de engaño, la mayor de las cuatro, la Operación Taxable, tenía dos partes: el lanzamiento de muñecos paracaidistas cerca de Boulogne, y el lanzamiento sobre el Canal de decenas de miles de tiras metálicas, llamadas Window, para interferir t-n los radares. Estas tiras se lanzaban de modo que generaban en las pantallas de los radares ale-manes algo semejante a un gran convoy que avanzaba lentamente por el Canal en dirección a Pas-de-Calais. Del lanzamiento de Window se encargó el Escuadrón 617 del coronel Leonard Cheshire. La operación debía sincronizarse a la perfección para que las nubes de tiras de metal, lanzadas a intervalos precisos por sucesivas oleadas de aviones, dieran a los vigilantes del radar alemán la impresión de que se aproximaba una flota a una velocidad de nueve nudos. «Cualquier aberración —se explicaba en la necrológica de Cheshire publicada en el diario londinense The Times en 1992— habría dado al traste con todo el juego.»

Bajo las nubes de Window, mientras caían, se encontraban las cañoneras de motor de la Royal Navy —la Operación Moonshine—, que transportaban equipamiento electrónico especial, capaz de responder a las señales de radar alemanas, amplificando y repitiendo sus impulsos para que una sola cañonera mostrase todos los síntomas de muchos buques grandes. Esta operación, ya probada desde 1942, era el primer uso de este engaño de radar en un desembarco anfibio de gran escala. Había un componente más en el vasto y complejo ensamblaje que constituía el plan del día D.

El engaño de Pas-de-Calais surtió efecto. La flota fantasma era claramente visible en el radar alemán, lo cual desvió la atención de las defensas costeras y de los aviones de combate germanos fuera de la fuerza invasora real que, en aquel momento, se dirigía ya hacia las playas de Normandía, a 150 millas de distancia en dirección suroeste. De hecho, cuando el falso convoy se aproximaba a la zona de alcance de las inmensas baterías alemanas de cañones de 12 pulgadas en Pas-de-Calais, los cañones dispararon una salva ininterrumpida hacia las nubes de oropel que descendían. Al emitir por radio la primera descripción alemana del desembarco normando al día siguiente, el doctor Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, añadió que había «tropas de desembarco» junto a Calais y Dunkerque.

En las primeras horas del 6 de junio, dos grupos de paracaidistas, una docena en cada grupo, se lanzaron cerca de la ciudad de Isigny, a 15 kilómetros de la playa de Omaha en dirección sureste. Era la última operación de engaño, ordenada por el siempre ingenioso coronel Bevan y la Sección de Control de Londres. Este plan, llamado Titanic, pretendía distraer a los alemanes fingiendo que constituía un aterrizaje importante de paracaidistas. Uno de los estrategas era el capitán M. R. D. Foot, que había participado en la elección de las zonas francesas donde los refuerzos alemanes en Normandía podían ser hostigados más fácilmente por la Resistencia francesa, bajo la dirección de la Jefatura de Operaciones Especiales (SOE). (Foot posteriormente fue el historiador de la SOE, en Francia.)

Dos grupos de paracaidistas, de cinco hombres cada uno, miembros de la Brigada Especial de Servicios Aéreos, participaron en Titanic. Al desembarcar en suelo francés encendieron bengalas para iluminar la falsa zona de aterrizaje y reprodujeron en gramófonos grabaciones de fuego de armas de bajo calibre mezcladas con conversaciones de soldados. Además del aterrizaje real, también lanzaron muñecos paracaidistas para simular que la operación era de gran magnitud.

Tal como pretendían los planificadores de Whitehall, la Operación Titanic engañó a los alemanes. A las tres de la mañana, tres horas y media antes del desembarco en la playa de Omaha, el 915 Regimiento alemán de Infantería (la brigada de reserva de la división que controlaba el sector) fue enviado hacia el este para «contrarrestar una amenaza aerotransportada» cerca de Isigny y dedicar toda la mañana —mientras los americanos que habían desembarcado en Omaha se encontraban en su momento más vulnerable— a la búsqueda de falsos paracaidistas del Titanic en los bosques de los alrededores, e incluso emprender fuego cruzado. Cuando el regimiento alemán fue destacado a Omaha, donde los combates fueron más intensos, las tropas estadounidenses ya habían logrado controlar la cabeza de playa. «En el regimiento —apunta M. R. D. Foot— Titanic se recuerda como un desastre, por un motivo de peso: de los diez hombres que iban en el regimiento sólo regresaron dos.» Pero fue una obra maestra del engaño. Sin ella, los americanos en Omaha podrían haber sido empujados de nuevo hacia el mar.

Mientras los «verdaderos» paracaidistas de Utah y Sword trabajaban en la oscuridad en un territorio que había estado ocupado por el enemigo durante los cuatro años anteriores, un millar de aviones del Comando de Bombarderos de la Royal Air Forcé iniciaba un ataque sostenido contra las principales baterías costeras alemanas en la zona que pronto sería invadida desde el mar.[1] Dos de los escuadrones de bombarderos, formados por tripulación aérea y pilotos franceses libres, emprendían acciones por primera vez: eran el Groupe Guyenne y el Groupe Tunisie, que estaban adheridos a un grupo de bombarderos británicos. Su objetivo específico eran los emplazamientos de cañones alemanes fortificados a las afueras de Grand-camp-Maisy, que apuntaban claramente hacia la zona que al cabo de unas horas sería la playa de Utah.

Mientras los aviones del Comando de Bombarderos de las Fuerzas Aéreas británicas abandonaban la zona del asalto, despegaron más de un millar de bombarderos estadounidenses de la VIII Fuerza Aérea, y treinta minutos antes del desembarco de las tropas, lanzaron 2.796 toneladas de bombas contra las mismas defensas costeras. Aquella mañana, sobre el Mar de Irlanda y el golfo de Vizcaya, un escuadrón aéreo checoslovaco participó en la Operación Cork, una campaña de 21 escuadrones para interceptar y destruir todos los submarinos alemanes que se encaminaban hacia el Canal para interrumpir el paso a la flota aliada. Los mensajes Ultra descifrados ofrecieron a los británicos una imagen clara del movimiento de los 36 submarinos U-Boat que habían recibido orden de trasladarse desde las bases en la costa atlántica francesa hasta el Canal: 17 partieron de Brest, 14 de St.-Nazaire, 4 de La Pallice y uno de Lorient. Pero todos salvo nueve, por no ir provistos de Schnorchel, debían salir a la superficie periódicamente para recargar las baterías y llenar los niveles de aire de alta presión. Esto los hacía sumamente vulnerables al ataque aéreo.

Un piloto canadiense, voluntario de Vancouver, el oficial de vuelo Kenneth O. Moore, condujo su avión en un ataque contra dos submarinos U-Boat que distaban veinte minutos entre sí. Los dos naufragaron. Moore fue condecorado de inmediato con la Orden de Servicio Distinguido. Su operador de radio y su navegante recibieron la Cruz de Vuelo Distinguido. Un buque de guerra británico, el destructor-escolta Affleck, dirigido por el capitán Robert Lloyd, hundió otro submarino alemán. Cuatro años antes, en Dunkerque, cuando era alférez de navío, Lloyd había realizado tres viajes de rescate entre la playa y un barco pesquero. Por sus hazañas del día D fue condecorado con un galón añadido a su Cruz de Servicio Distinguido.

A las 5.30 de la madrugada los buques de guerra del destacamento naval occidental (estadounidense) y oriental (británico), tras recorrer las diez calles que se habían dragado en los campos de minas alemanes, iniciaron un bombardeo sostenido de las baterías costeras alemanas y defensas de la playa. El barco más cercano se encontraba a sólo dos millas y media de la costa; la más lejana, a trece millas. Durante dos horas y media mantuvieron una barrera de fuego continua. (Véanse los mapas de las páginas 182 y 183.)

Cuando amaneció en las playas de Sword y Juno, los dos diminutos submarinos británicos, que llevaban ya tres noches frente a las costas normandas, luchando con su lenta velocidad de buceo contra una fuerte corriente intermareal, salieron a la superficie y proyectaron sus luces en dirección al mar. Estaban en la posición adecuada para marcar los extremos de la zona de desembarco y guiar las lanchas de asalto que se aproximaban. Inmediatamente después de los submarinos llegó la primera lancha a la costa de Gold, Juno y Sword, transportando al alba tres batallones de zapadores británicos. Tras desembarcar con la bajamar, emplearon explosivos para eliminar los miles de obstáculos minados dispersos por las playas. Tres cuartas partes de estos hombres murieron por el fuego de las ametralladoras alemanas mientras trabajaban. No tenían ningún lugar donde refugiarse en la vasta extensión de arena si querían concluir su misión. En las playas americanas, Utah y Omaha, este peligroso trabajo, a menudo mortal, fue realizado por los miembros de las Unidades de Demolición de Combate Naval (las NCDU). Fueron algunas de las primeras tropas que desembarcaron en Utah, y también en Omaha. Cada unidad de demolición estaba constituida por seis o siete ingenieros de combate y el mismo número de expertos en demolición de la marina. A cada unidad se le asignó un sector de cincuenta metros de la playa, con la misión de limpiar los obstáculos alemanes que pudieran impedir el paso de las siguientes lanchas o dañarlas cuando subiese la marea y quedasen ocultos. Estos hombres llegaron a la costa desde las lanchas de desembarco justo después de las seis. «En nuestro recorrido —recordaba Eugene D. Shales, entonces sargento de 19 años—, nos cruzamos con algunas lanchas de desembarco que probablemente encontraron minas o resultaron alcanzadas por la artillería alemana. Los cadáveres flotantes de los soldados estadounidenses me hicieron ver de pronto cómo es la guerra.» Los hombres de las unidades de demolición, así como el equipo de combate, llevaban carteras con explosivos, detonadores y fusibles. Éstos estaban protegidos del agua con condones de látex sujetos con cinta adhesiva en el extremo abierto

Las unidades de demolición colocaban las cargas explosivas en la parte trasera de los obstáculos, de modo que las explosiones «lanzando los fragmentos hacia el mar», según señaló posteriormente el sargento Sliales. «Todo salió bastante bien. Concluimos el trabajo a media mañana, pero no sin cierto sinsabor por la pérdida de un miembro de mi brigada, Leo Indelicato, que murió por el fuego de artillería mientras desempeñaba esta misión.»

Otro miembro de las unidades de demolición destacadas en la playa de Utah, John E. Dunford, a causa de los disparos de la artillería alemana se vio obligado a soltar sus cargas explosivas antes de poder colocarlas adecuadamente. Se refugió en el cráter de un obús, pero fue alcanzado. Dos de sus colegas también resultaron heridos. Consiguieron subir por la playa hasta un fortín alemán invadido de soldados, que se había convertido en un centro de primeros auxilios. «La playa estaba cada vez más abarrotada. Los barcos se amontonaban a medida que llegaba la infantería. Un ingeniero del ejército abrió un agujero en el malecón, justo al este del fortín donde yo me encontraba.» Entonces los alemanes comenzaron a bombardear otra vez, y los heridos tuvieron que buscar otro lugar para refugiarse.

Otro hombre encargado de la demolición, James H. Burke, recordaba a los diez muertos y veinte heridos de las unidades de demolición en la playa de Utah. «Así que nos costó mucho aceptar que calificasen el desembarco como "una chapuza"», señaló. «He intentado convencer de esto a la gente durante años.»

Antes de que desembarcasen las tropas en las dos playas británicas, llegaron los hombres de la Unidad de Limpieza de Obstáculos para las Lanchas de Desembarco (LCOCU), el equivalente de las unidades de demolición americanas. Los infantes de marina, pertenecientes a la Ro-yal Navy, y los ingenieros reales arribaron a la costa en balsas de goma, vestidos con trajes de hombre rana, para colocar cargas explosivas frente a los obstáculos mayores de las playas. Los primeros hombres que desembarcaron sufrieron el tiroteo deliberado de los alemanes, y los disparos accidentales de los que se aproximaban a la costa (lo que hoy se conoce como «fuego amigo»). Uno de ellos recordó posteriormente el efecto de los francotiradores alemanes: «Intentaban ahuyentarnos mientras yo trabajaba con dos tíos en un elemento muy resistente, cuando de pronto me di cuenta de que estaba solo. Mis dos colegas gorgotearon y desaparecieron bajo el agua».

Después de eliminar muchos miles de obstáculos minados, las principales fuerzas del desembarco se aproximaron a sus respectivas playas. 1’Vente al litoral, el mar estaba bravo, con olas de un metro de altura. Muchos de los hombres que viajaban en las lanchas de desembarco se habían mareado durante la travesía nocturna. Predominaba un viento de fuerza 4, de entre 20 y 30 kilómetros por hora. Pero cuando tocaron tierra las lanchas que iban a la cabeza —y entre ellas, las que transportaban los tanques anfibios DD—, era, en palabras del almirante Ramsay, «el lugar adecuado y aproximadamente la hora correcta a lo largo de todo el frente». A las seis y media de la mañana, más de seis horas después del aterrizaje de los primeros paracaidistas, las tropas americanas llegaron a la playa de Utah con sus tanques anfibios. Casi inmediatamente después desembarcaron en la playa de Omaha sus colegas americanos.

A las 7.25 desembarcaron en las playas de Gold y Sword los prime-ros soldados británicos, seguidos por los canadienses en la playa de Juno, los primeros 2.400 de un contingente de 15.000 que iba a desembarcar aquella mañana, con la protección de 76 tanques anfibios. A diferencia de las demás fuerzas aliadas, casi todos los canadienses eran voluntarios civiles.

El mareo de la travesía perduraba en la mayoría de las tropas en el momento del desembarco. El viento que agitaba las aguas hizo que el viaje fuera un tormento para muchos. «Los marineros no lo llevaban tan mal —comentaba un comando de la Royal Navy, Ronald McKinlay—, pero creo que uno de los principales motivos por los que Normandía fue un gran éxito es que los soldados preferían combatir contra miles de alemanes que volver a los barcos y marearse de nuevo.»

En Juno, al igual que en todas las demás playas, los buques de guerra fondeados frente a la costa iniciaban su hora final de bombardeos contra las baterías alemanas, anticipándose a las tropas que avanzaban detrás de ellos. Sobre la cabeza de playa las fuerzas aéreas aliadas realizaron un total de 13.688 salidas el 6 de junio. Parte de los trayectos eran vuelos de reconocimiento sobre la cabeza de playa y detrás de ella, protección de los barcos que atravesaban el Canal, cobertura con cortinas de humo, lanzamiento esporádico de artillería, patrullas antisubmarinas U-Boat, remolque de paracaidistas y planeadores, patrullas defensivas y rastreos ofensivos.

Los alemanes carecían de la capacidad aérea necesaria para responder al desembarco. Al anochecer, los cazas nocturnos aliados patrullaban las vías de acceso de los buques y la cabeza de playa. Para ayudarles, cinco lanchas de desembarco de tanques se convirtieron en Gabarras de Dirección de Aviones de Combate (FTD), provistas de un radar en la cubierta, así como personal de la Royal Air Forcé y de la Royal Navy. Durante una semana, estos barcos permanecerían ante cada una de las playas, guiando la fuerza de cazas aliados.

La planificación de las defensas aéreas nocturnas del día D se realizó en el cuartel general de Montgomery, a cargo de su consejero antiaéreo, el brigada Basil Hughes, experto en el uso del radar, de quien se decía que era capaz de entrar en una cabina de radar y diagnosticar de inmediato sus fallos de recepción. En el período previo al día D, Hughes había planificado y definido el sistema de coordinación entre las unidades antiaéreas británicas y estadounidenses.

La marina alemana era incapaz de detener, o siquiera hostigar, a las fuerzas invasoras que penetraban por el Canal. El Grupo Oeste de la marina, con sede en Cherburgo, estaba constituido por sólo sesenta lanchas, sujetas a un continuo bombardeo aéreo aliado. La flotilla destructora había quedado reducida a dos buques operativos. Las operaciones navales aliadas del 6 de junio, de gran complejidad y osadía, representaban la culminación de más de un año de preparativos intensos; de hecho, no eran menos complejas o difíciles que las operaciones aéreas y terrestres. En conjunto, participaron en el día D 7.000 buques aliados. Ocupaban miles de páginas las órdenes escritas para maniobrar en las aguas abarrotadas frente a las zonas de desembarco, transportar a los hombres a la costa y bombardear las defensas alemanas del litoral.

El mayor componente de Neptuno eran las más de cuatro mil lanchas de desembarco. La mitad de estas embarcaciones, incluidas las principales lanchas de desembarco de tanques (las LST), se desplazaba con un motor propio. Las otras eran transportadas por el Canal con remolques de salvamento armados y contaban con la protección de barcas pesqueras también provistas de armas. Casi todas las LST se construyeron en Estados Unidos. Cada una podía transportar 18 tanques o 30 camiones, o entre 500 y 1.400 toneladas de suministros. Esta flota de lanchas de desembarco iba precedida por 287 dragaminas que preparaban el camino y 138 buques de guerra que bombardeaban las defensas costeras alemanas.

Churchill esperaba presenciar el desembarco del día D desde un buque de guerra frente a la costa, pero tanto el rey como Eisenhower lo disuadieron. El general De Gaulle también esperaba aproximarse a la costa, como liberador de Francia, lo antes posible. Ambos tuvieron que esperar: Churchill hasta el D+6 y De Gaulle hasta el D+8. El foco de atención no eran los visitantes, por muy ensalzados que estuvieran, sino los combatientes que soportaron la carga de la batalla desde las primeras horas, por tierra, mar y aire.


[1] Estas baterías se encontraban en Crisbecq, St.-Martin-de-Varreville, Ouistrclv.iin, Maisy, Mont Fleury, Pointe du Hoc, Merville-Franceville, Houlgate y Longues.

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